• 19/04/2025 00:00

Microquimerismo fetal. Quiero vivir

Según la psicología y la antropología, el cerebro humano tiene tres misiones a saber: 1.) Mantenernos con vida, 2.) Asegurar la continuidad de la especie, y 3.) Mejorar las condiciones de vida de las personas que nos rodean (cuando las dos primeras están resueltas).

Esto nos induce a pensar que estas misiones del cerebro responden a una voluntad divina y, como tal, no obedecen a un destino biológico ciego, marcado por la evolución.

Veamos brevemente de qué se trata el asunto de: Asegurar la continuidad de la especie.

Durante el embarazo, reconocemos que los órganos de la madre sufren transformaciones para poder adaptarse a su creatura, pero hasta ahora, no sabíamos qué sucedía en el cerebro. Se ha podido comprobar que el cerebro de la madre cambia durante el embarazo para incrementar el vínculo materno filial, aceptando pequeñas partículas de células del feto. Los resultados de investigaciones demuestran que las mujeres que habían estado embarazadas tenían células fetales después de desembarazarse; es decir, partículas minúsculas de células fetales que traspasaban la placenta, migrando al cuerpo de la madre y permaneciendo con ellas, posiblemente por el resto de sus días. Esto se pudo comprobar con una anciana madre de noventa y cuatro años.

La ciencia médica y la antropológica han bautizado este fenómeno con el término: microquimerismo fetal.

Pero, paralelamente, se descubre que también existe un: microquimerismo materno.

Y esto consiste en que minúsculas partículas de las células de la madre también se alojan en el feto y permanecen con él. Transferencia de células de ambos seres a diferentes órganos del cuerpo. No se trata solamente de células de ADN, sino básicamente células inmunológicas y de todo tipo, que se intercambian para reforzar la respuesta defensiva del feto y la madre. Es una respuesta de amor; si lo queremos ver en su dimensión espiritual, que establece un diálogo silencioso que declara: “Yo te cuido para vivir” y “Tú me cuidarás”, porque estamos juntos en esto. Sin que exista un diálogo, se establece un pacto por designio del Dios de la vida.

Las pequeñas células del feto que terminan en el corazón pasarán a formar parte del tejido cardíaco y se convertirán en parte de las células del corazón materno, palpitando con ella. Igualmente, las que se alojan en los tejidos del cerebro pasarán a ser parte de la madre pensando con ella y sintiendo sus vivencias por el resto de sus días. Quizá esta sea la razón de que el vínculo de los hijos con la madre tiene un grado superior que con el padre y, por eso, el dolor de la pérdida de un hijo lo resiente la madre sobremedida, y por eso el aborto deja una huella imborrable.

Las implicaciones religiosas, morales, científicas y humanas de estos descubrimientos son de una trascendencia inconmensurable, porque se ha registrado que en los casos cuando se realiza un aborto quirúrgico es cuando el feto registra un incremento significativo en su actividad de transferencia de células a su madre, como si quisiera preservar su vida de esa forma, en un intento vano por protegerse y pidiendo socorro a su madre. Esta es la realidad dolorosa del aborto, ya sea provocado o natural.

En ausencia del aborto, lo más regocijante para las madres que descubren esta noticia es que, sin importar la distancia o separación física de ellas con su prole, ellas y también sus hijos siempre llevarán un pedazo de cada uno mientras vivan y ni siquiera la muerte podrá arrebatarles ese regalo del Padre, como signo de amor a la humanidad.

Y qué decir de María, ella en cuerpo y alma en los cielos, en la presencia del Padre y de Jesucristo. María le posee, no solo de manera mística, sino también porque un pedacito del corazón de Cristo late junto con su corazón inmaculado, al unísono.

*El autor es técnico en redes de agua
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