• 18/04/2021 00:00

Mi experiencia con la COVID-19

“[…], me puse a pensar en lo importante que es hacerse el hisopado. En mi caso, si no hubiese sido porque iba a visitar a mi abuelita, que cumplía 95 años, quién sabe a cuántos hubiera contagiado”

Era un lunes cualquiera. Ese día amanecí un poco afiebrado y con un leve dolor en la garganta. Pensé que era un resfriado común, así es que no le di importancia y me fui a hacer ejercicios para “sudar la fiebre”. En la tarde, los malestares permanecían, así es que, al día siguiente, fui para que me hicieran un hisopado, porque tenía planeado ir a ver a mi abuela materna que estaba de cumpleaños, el viernes de esa semana.

Estaba convencido de que se trataba de un resfriado cualquiera, pero me llevé una gran sorpresa cuando recibo una llamada de una funcionaria de Salud para informarme que estaba contagiado con el virus. Me plantearon que tenía dos opciones: o me iba a un hotel (y que ellos me trasladarían) o me quedaba en casa, pero con la condición de que tendría que estar aislado.

Lo primero que hice fue llamar a mi madre. “Me picó el bicho, madre, pero no te preocupes, pues estoy bien”, le dije. Trataba de estar lo más calmado posible y hablar con serenidad, pero en el fondo sentía que el mundo se me venía encima. Pensaba en la cantidad de gente que se ha salvado de la enfermedad, pero también tenía presente el gran número que ha fallecido como consecuencia del mal.

Decidí que me iría al hotel, pues así mis familiares, entre ellos mi hija Marifé, de dos años, no correría el riesgo de contagiarse.

Habían pasado más o menos tres horas desde el momento en que recibí la llamada, cuando se presentó a mi casa un carro del Ministerio de Salud, el cual era conducido por un joven ataviado con todos los implementos de seguridad: un overol blanco, mascarilla, careta y guantes de hule.

Cuando llegó, yo estaba listo. “¿Tú eres el paciente?”. “Sí”, le respondí. “Entra, aquí estamos para darte el apoyo … y ten fe, que no te pasará nada”. Con esas palabras de aliento me recibió aquel muchacho, cuyo nombre no recuerdo. Durante el camino, mi interlocutor no dejó de animarme. Más que un chofer, parecía un sicólogo, y de pronto lo era. “Ánimo, muchacho”, me dijo cuando se despidió de mí.

Al entrar al hotel, me recibieron en una sala donde me entregaron un folleto que contenía las “normas de convivencia del hotel-hospital”, luego de lo cual tomé un elevador asignado a los “Pacientes COVID”. Entre las normas se establece que está totalmente prohibido salir de la habitación. Se indica, también, que “se le proveerá alimentos tres veces al día, así como los medicamentos, los cuales serán entregados por el personal de enfermería. Debe salir con mascarilla a buscar sus alimentos, cuando escuche que toquen la puerta”.

El documento indica algunos implementos como ropa, artículos de aseo, cafetera y uno que otro alimento que podía recibir por parte de mis familiares, pero sin tener contacto con ellos.

Hago este relato porque siempre he sido partidario de que las cosas buenas también hay que decirlas. Las atenciones fueron de primera. Tres veces al día recibía la visita de algún personal médico que me iba a monitorear el nivel de oxígeno, y a tomarme la presión y la temperatura.

Cómo olvidar la excelente atención de mi doctora de cabecera asignada, Dennis Reyes, quien, a parte de las enfermeras, siempre estuvo pendiente de mi estado de salud. Si no iba, me llamaba por teléfono: “¿Cómo está hoy?, ¿algún síntoma?, ¿alguna molestia?”. Y la verdad es que los síntomas leves que tuve al principio se me desaparecieron muy rápido. Muchos me dicen que fue porque soy una persona que practico deportes.

A propósito, hace unos días leí un estudio que reveló precisamente eso: que las personas que hacen ejercicios son menos propensas a enfermarse de la COVID-19 y de otros males.

Hubo momentos en que, en medio de mi cautiverio, me puse a pensar en lo importante que es hacerse el hisopado. En mi caso, si no hubiese sido porque iba a visitar a mi abuelita, que cumplía 95 años, quién sabe a cuántos hubiera contagiado.

En fin, se cumplieron los 14 días de confinamiento y aquí estoy, por fin libre, relatando mi experiencia. Desde estas líneas, quiero darle las gracias a mi familia, a mis amigos, a mis contertulios del Grupo Trinka, y un agradecimiento muy especial a mi socio, Nicanor Him. Todos estuvieron siempre pendientes de mí durante esta dura prueba. Pero, sobre todo, manifiesto un profundo reconocimiento a ese personal de Salud que día tras día arriesga su vida, en beneficio de toda una población. Otra vez, gracias.

(*) Administrador de Empresas Marítimas y estudiante de Derecho y Ciencias Políticas.
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