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- 11/03/2023 00:00
Mayín Correa y el valor de la familia
Era una mañana, pero no cualquier mañana. Era el sábado 14 de enero de 1978. Al día siguiente se conmemoraba el primer aniversario del periódico La República, que, durante el Gobierno militar encabezado por Omar Torrijos, producía la Editora Renovación, S. A. (ERSA) junto a otros diarios hermanos como Matutino y Crítica. Desde hacía 12 meses La República se había convertido en el sucesor del histórico Panamá América, aquejado por problemas de baja circulación y pobre facturación.
Dentro de la empresa, varios ejecutivos no gustaban de Rodrigo “Cañita” Correa, quien ejercía como jefe de publicidad de ERSA. Fue separado de esta posición con la excusa barata de que debía liderizar un proyecto para la creación de un nuevo diario vespertino. Ellos juraban que Rodrigo, quien nunca había trabajado como periodista, fracasaría de manera rotunda en la nueva aventura mediática. Pero se equivocaron.
El primer cumpleaños de La República resultó todo un acontecimiento, pues el rotativo gozaba de buena reputación por doquier. Durante ese 14 de enero de 1978 preparábamos la edición dominical, cuyo contenido exaltaría la calidad periodística ejecutada durante los primeros 365 días de vida. Rodrigo, cuya creatividad era reconocida por propios y extraños, nunca necesitó de esa “experiencia periodística” para, lanza en ristre, concebir una iniciativa comunicacional con resultados más que satisfactorios.
De repente, en plena sala de redacción, apareció la periodista Mayín Correa, hermana mayor de “Cañita”, con su estilo locuaz y flamboyán. Como era normal, sabía de la existencia de ella, pero jamás la había visto en persona. Yo era reportero (mi primer empleo formal) y contaba en esa época con apenas 24 años de edad, recién salido de las aulas universitarias. En cuestión de segundos Mayín encendió el lugar con sus comentarios y sus dotes histriónicas. Se acercó a Orlando Kivers, entonces jefe de redacción, y le entregó un artículo que ella había escrito para la ocasión. El documento iniciaba con la siguiente frase: “Eso de que una hermana no pueda escribir bien de su hermano, me lo cambian...”.
Mayín se sentía orgullosa: “Cañita” había sorteado los mil y un obstáculos que le interpusieron sus detractores y, contra todos los pronósticos, él se había erigido —sin un ápice de duda— como el mejor director de periódico en todo el país.
Ahora que acabo de concluir la lectura de la biografía de Mayín Correa, intitulada con acierto Testigo de la historia, manifiesto, con toda la solemnidad del caso, que el contenido de la obra ha sobrepasado mis expectativas no solo por la miríada de prominentes anécdotas, sino por la exaltación del valor de la familia como punto de apoyo para alcanzar las metas más inimaginables.
A lo largo de casi 400 páginas, veo a una Mayín que pondera a esa llamada célula básica de la sociedad mediante el recuerdo de abuelos, padres, hermanos, parientes, vecinos, amigos y —de último, pero no menos importante— de su único hijo Jimmy y sus dos nietos.
Nacer y crecer por aquellos tiempos —década de los 30 del pasado siglo— en Macaracas, provincia de Los Santos, equivalía a empantanarse profesionalmente. Pero el clan Correa-Delgado no se amilanó y nunca echó para atrás ni siquiera para tomar impulso. Esta familia siempre creyó 100 % en el pensamiento que esgrimían Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas: “Uno para todos y todos para uno”.
La obra exalta el papel que jugó la hermana mayor, la profesora Noris Correa de Sanjur —autora de casi una treintena de libros sobre geografía e historia—, quien asumió el rol de “madre” ante el temprano fallecimiento de la progenitora de la familia.
El libro de Mayín no esconde las vicisitudes que ella ha enfrentado y superado durante toda su vida; todo lo contrario. Lo normal en este tipo de biografía autorizada es exponer los mejores ángulos y desechar todo aquello que se considere negativo. Pero Mayín no se ha escudado en mojigaterías ni en falsos puritanismos. Por ejemplo, reconoce que era una “mala maestra” y, además, recuenta las relaciones amorosas a lo largo de su vida: toda una manifestación plausible de que es humana y, como lo ha dignificado el poeta Pablo Neruda, ella confiesa que ha vivido.
Luego de haber ocupado posiciones públicas de primer nivel —unas por elección popular y otras por designación política— como representante de corregimiento, dos veces legisladora, diputada al Parlamento Centroamericano, dos veces alcaldesa del distrito capitalino, y gobernadora de Panamá, no tengo otra alternativa que concurrir con lo expresado por varios testimonios que aparecen en el libro: A Mayín Correa solo le faltó ocupar la principal silla del Palacio de las Garzas.