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- 20/05/2020 00:00
Mascarillas y guantes, nuevos desechos
Costumbres y residuos. Prácticas cotidianas que nos relacionan con el entorno. Elementos que utilizamos y que luego van a quedar en una bolsa, un cesto o un recipiente que los aleja y los confina para no volver a verlos. Son desechos, productos finales del consumo habitual y que, pese a estar presentes en la realidad, terminan por condicionar la situación de salud que rodea cualquier nivel de población rural o urbana.
Las circunstancias que actualmente mantienen al planeta y a los núcleos humanos en un estado de resguardo, sacan a flote nuevos significados de la soledad, la noción de familia, el trabajo, los vínculos con otros y hasta la política y por tanto la gobernabilidad. Igual sucede con los artículos y recursos que se destinan a los contactos.
Es así como las mascarillas, guantes, alcohol y gel han entrado a la cotidianidad y se hacen imprescindibles para cualquier actuación en que más de uno esté presente. Incluso, si se tocan cosas nuevas, frutas, alimentos, objetos extraños, pasarelas y lugares públicos, es imperioso “enguantarse”, cubrir para aislar el cuerpo de la superficie que se roza o a la que se palpa por algún motivo específico.
Pero, sobre todo, los que colocamos en las manos y el rostro se truecan en formas de vestimentas que definen el estado de crisis. Es el atuendo que esconde a medias la identidad y que enmascara una sociedad preocupada por la temperatura corporal, los accesos de tos, el estornudo, la ronquera y la humedad de los ojos. Así, el coronavirus crea también un indicador de los lazos o ataduras que se sostienen con los demás.
Desafortunadamente, varias patologías socioeconómicas también se llevan a cuestas. Al consumir, no se concede importancia a la última etapa de este ciclo. Nos despojamos de los residuos sin mayor empacho y ya empiezan a verse mascarillas y guantes que terminaron su labor, regados en el suelo, aceras y calles. En una fila para entrar al supermercado, de pronto el sobrante celeste tirado o perdido en la vereda y también cerca a la parada de bus urbano.
Adquieren notoriedad en el panorama citadino, los cauchos y trozos de tela que originalmente han cubierto partes fundamentales del cuerpo para proteger de algún vestigio de virus, pero que ahora cumplieron su tarea y ya no sirven. Se nos olvida que probablemente llevan adheridas las muestras de aquello que hemos tratado de evitar y que, por mala disposición, les transforma en armas en potencia.
Es un riesgo sobre el que no se aprende, pese a los esfuerzos de las autoridades sanitarias cada día. Es difícil con una nación de ciudadanos que no han integrado en sus hábitos los conceptos conocidos como las “R”; reducir, reutilizar, reciclar. Asombra conocer que pese a que, por ejemplo, la producción alcanza una expansión que fija el crecimiento de la economía y aún no se ha introducido formas de aprovechamiento de la materia residual.
Existe una conexión que todavía no se ha hecho a escala masiva, al menos en Panamá, sobre los lazos estrechos que guarda la pandemia con los aspectos ambientales. Pero en esto resalta la empatía, esa tendencia a ponernos en los zapatos de los demás. Si se emplea un protector para que no se metan células de la contaminación al organismo; es indispensable contar con una mínima idea de solidaridad para evitar deshacernos con simpleza de tal accesorio.
Una lección que dejan estos tiempos de incertidumbre, cuando a pesar del confinamiento ha sido una rutina prolongada, es que todo el aislamiento no resta ni elimina esa mutua preocupación hacia el otro. La propia seguridad, determina la de aquel y esta, garantiza la del primero. Nueva faceta del humanismo que surge desde la desgracia.