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- 15/05/2021 00:00
Marxismo cultural y fragmentación social
El “marxismo cultural” es el novedoso formato con el que los activistas del socialismo vienen apoderándose de los centros de pensamiento de Estados Unidos y Europa Occidental. Los partidarios de esta idea establecen que la fuerza motora detrás de la revolución socialista no es la clase obrera (proletariado), sino los intelectuales. Si bien el marxismo ha desaparecido en gran medida de los sindicatos y del movimiento obrero, la teoría marxista florece hoy en día en las instituciones culturales, en el mundo académico y en los medios de comunicación. Este “marxismo cultural” se remonta al comunista italiano Antonio Gramsci y la Escuela neomarxista de Frankfurt.
Revisando las tesis de Marx a la luz de los sucesos de los primeros años del siglo pasado, Gramsci reconoció que el proletariado no jugaría el papel histórico esperado como un “sujeto revolucionario”. Por lo tanto, para que la revolución suceda, el movimiento debe depender de los líderes culturales para destruir la cultura y la moral existentes, principalmente cristianas y luego conducir a las masas desorientadas al comunismo como su nuevo credo. El objetivo de este movimiento es establecer un Gobierno mundial en el que los intelectuales marxistas tengan la última palabra. En este sentido, los marxistas culturales son la continuación de lo que comenzó con la revolución rusa, la cual dista mucho en la realidad de lo que sus propagandistas dijeron que era. Nunca se trató de una iniciativa obrera. Era dirigida por activistas profesionales provenientes de la burguesía.
Como partidarios del “conflicto permanente”, los neomarxistas buscan que la desgastada lucha economicista entre el proletariado y los capitalistas sea sustituida por una multiplicidad de conflictos en el seno de la sociedad. Surgen así las reclamaciones por “mayor justicia social”, que propicia peleas como la de negros contra blancos, mujeres contra hombres, homosexuales contra heterosexuales y otras tantas. El objetivo final es destruir “las cadenas de dominación que sustentan la estructura de exclusión social del sistema capitalista y que se fundan sobre su cultura.
Es de esta manera, como surgen iniciativas aparentemente sanas y de reivindicación, como las son los reclamos por “matrimonio del mismo sexo” por parte del movimiento LGTB, los días e inclusive meses de celebración a determinada etnia que formulan asociaciones integradas exclusivamente por miembros de un determinado grupo racial y muchas otras. Ocurre así, la fragmentación de la sociedad, ya que los individuos no procuran el interés de la nación y sucumben en realizar que su bienestar está ligado a la orientación sexual, cultura étnica o género sexual de su preferencia. Esto lleva a un rechazo de “lo nacional”, pues se identifica a la nación con los grupos opresores que la crearon. Para ello, crean su propia versión de la historia, revisada y adaptada a su cosmovisión.
Los marxistas culturales conducen a la sociedad a una crisis de identidad a través de los falsos estándares de una ética falaz e hipócrita. La “dictadura del proletariado” deja de ser la meta, porque la historia ha demostrado que este proyecto ha fracasado, por lo que se le sustituye por la “dictadura de la corrección política”, cuya autoridad suprema recae sobre los marxistas culturales. Como una nueva casta de sumos pontífices, los fiscalizadores de la nueva ortodoxia gobiernan las instituciones cuyo poder tratan de extender sobre todas las partes de la sociedad. La destrucción moral del individuo es un paso necesario para lograr la victoria final.
Lo que hoy vemos en Estados Unidos, una sociedad fragmentada, es la labor política del marxismo cultural. Cuidemos la unidad nacional de nuestra gente, evitando caer en la copia de estos modelos.