• 11/08/2024 00:00

Los políticos son claves para resolver la crisis de salud

La ciencia de la nutrición se ha vuelto una prioridad tan baja en el gobierno que durante el quinquenio pasado el debate sobre la relevancia de AUPSA, SENA y APA ocupó el total de la energía y discusiones de la agenda alimentaria

La comida está estrechamente relacionada con la salud. Las enfermedades relacionadas con la dieta, como obesidad, infartos, diabetes tipo 2 y presión alta siguen siendo la principal causa de muerte del país, por lo que su detección, diagnóstico y tratamiento deberían ser prioridad para los políticos.

La verdad es que los políticos dedican solo una pequeña fracción del Presupuesto General del Estado a la nutrición. Y lo peor es que ni siquiera se molestan en hacer un seguimiento de la cantidad total gastada cada año. Una revisión exhaustiva revelaría que en los presupuestos del Minsa y MIDA, la proporción de dólares dedicados a la nutrición palidece en comparación con muchos otros rubros de gastos. El Minsa invirtió en 2019 menos de $1 millón en investigación sobre nutrición, o poco menos del 0.1% de su presupuesto total. El MIDA incluso invirtió significativamente menos al dedicar solamente $120 mil de su presupuesto a la investigación de la alimentación humana. Eso significa que entre ambas instituciones se gastó aproximadamente cincuenta veces más en viáticos y viajes que en tratar de mejorar la salud de los panameños o responder preguntas sobre qué deberíamos comer.

La ciencia de la nutrición se ha vuelto una prioridad tan baja en el gobierno que durante el quinquenio pasado el debate sobre la relevancia de AUPSA, SENA y APA ocupó el total de la energía y discusiones de la agenda alimentaria. Al más alto nivel del Ejecutivo y el Legislativo, la nutrición no tiene la prominencia que una vez tuvo cuando el enriquecimiento vitamínico de alimentos era una prioridad política de Estado. Muy por el contrario, la desatención por parte de políticos y los excesos descontrolados de la industria nos están costando muy caro. Solo la obesidad cuesta alrededor de $1,500 millones al año; la hipertensión más de $500 millones; y la diabetes, en su gran mayoría de tipo 2, cuesta $800 millones. Y al no aumentar la financiación de la nutrición, se ha permitido que silenciosamente se preste más atención a enfermedades específicas, en lugar de atender la causa fundamental de muchas de ellas: la mala alimentación.

Además, la falta de inversión en nutrición ha dejado mucho margen para la confusión de los consumidores. Los estudios financiados por la industria alimentaria a menudo llenan el vacío, pero son criticados por tratar más de marketing que de ciencia imparcial. La comunidad científica también se encuentra en crisis, discutiendo sobre si el enemigo número uno de la salud pública son los carbohidratos procesados, las grasas, el sodio o el azúcar. Hace algunos años, un importante estudio cuestionó la recomendación de la FDA de los Estados Unidos que las personas deberían comer menos carnes rojas y procesadas, y se concluyó que la evidencia que respaldaba esa recomendación era débil. Lo cierto es que los estudios sobre dietas son frecuentemente blanco de bromas: un día el café es saludable y al siguiente no lo es; el vino tinto es bueno para el corazón, o tal vez no; el queso es una fuente saludable de proteínas y calcio o una sobredosis peligrosa de grasa y sal. Al final, la gente pregunta si deberíamos tomar leche. ¡No sabemos si la leche es buena! Y deberíamos saberlo. Una de las principales razones por las que el campo de la nutrición está en crisis es porque la ciencia en sí es muy complicada. Los investigadores no pueden encerrar a las personas durante décadas y realizar un seguimiento meticuloso de sus dietas. Incluso si pudieran, las personas comen tantos alimentos diferentes en diferentes combinaciones que aislar el impacto de una variable es increíblemente difícil.

Mientras los políticos dejan languidecer la nutrición, los panameños seguimos con el mismo problema de siempre: nos estamos enfermando por comer demasiado. En la década de 1970, la tasa de obesidad de Panamá comenzó a aumentar. En ese momento, el 12% de los adultos eran obesos. A principios de la década de 2000, la tasa había subido a más del 30%. Hoy en día, es casi el 40%, lo que pone a la población en riesgo de padecer una serie de otras dolencias, incluidos ciertos tipos de cáncer. Incluso aquellos que no son obesos probablemente pesan más de lo que deberían: más del 70% de los adultos panameños ahora tienen sobrepeso.

La importante es que estamos despertando a lo que todos sabemos. Sin un aumento en el presupuesto para la alimentación, habrá pocos avances para enfrentar esta epidemia de salud. La nutrición humana es fundamental para todo el sistema agrícola y de producción de alimentos. Necesitamos enfocarnos en lo que está detrás de estas enfermedades. No hemos estado dispuestos a admitirlo como país, pero ya esto es muy grave. Tenemos que resolverlo cuanto antes porque seguir mirando para otro lado sin hacer nada no es aceptable.

El autor es empresario
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