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- 25/03/2023 00:00
Leonardo Padura: de cinco, cinco
Llevo un buen puñado de años disfrutando de la obra del escritor cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955). En razón de ello, se me han creado ciertos automatismos para reconocer los principales costados de su universo en cada nuevo libro, pero nada de eso me preparó para la experiencia extraordinaria que supuso convivir cinco días con el autor durante el taller El arte de escribir para el cine, auspiciado por el Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU) de nuestra Primera Casa de Estudios.
Durante cada una de las mañanas en las que transcurrió el ejercicio, Padura fue, ante todo, un maestro generoso. Ya fuera sobre literatura, creación cinematográfica, política o la vida, refirió en detalle y con candor sus experiencias. Fue atento a los distintos intereses de quienes le escuchaban, y en todo momento dio importancia a cada participante.
El escritor habló con libertad, en unas ocasiones contundente, en otras dudando de su propio parecer e invitándonos a considerar distintas perspectivas.
Padura, Premio Princesa de Asturias de las Letras, recorrió con minuciosidad los engranajes que entraña una producción cinematográfica, y lo hizo desde sus experiencias en obras como Siete días en La Habana (2011); Regreso a Ítaca (2014); o Cuatro estaciones en La Habana, en la cual Jorge Perugorría protagoniza al detective Mario Conde, personaje entrañable de la serie policial del escritor.
En el visionado de la película Chinatown (Roman Polanski, 1974), acompañó la proyección con puntualizaciones que hacían posible descifrar los mecanismos empleados por la dirección para crear los momentos dramáticos tan característicos en esa producción.
Durante estos días vivimos varios momentos de valor. Para mí, sobre todo, lo fue cuando Padura expuso a fondo los retos y la tenacidad que ha implicado el esfuerzo de llevar a la pantalla, en forma de serie, su aclamado libro El hombre que amaba a los perros.
El autor degranó las gestiones de la producción por dar con el director, el financiamiento, o el reto que ha supuesto la elaboración del guión, vale recordar, en una industria donde cada vez escasean más los fondos. Tras algunas salidas falsas, recientemente Padura y Lucía López Coll, escritora y guionista, su primera lectora y compañera, elaboraron la “biblia” (el documento que sintetiza el proyecto), con la cual el productor de la serie emprenderá nuevas gestiones para lograr la realización.
Mientras el autor leía extractos de ese documento, la sala quedó en silencio. Fue, de alguna manera mágica, como asomarse a la trastienda creativa del artista, como estar ya dentro de la misma producción, con el privilegio de escuchar no solo a quien elabora el planteamiento fundacional para la serie, sino especialmente al autor de la novela sobre la cual se basará. Aquello fue sublime, delicado, un silencio sonoro que me acompañará en adelante.
Entre uno y otro descanso, también encontramos espacios para conversar sobre la actualidad, la migración creciente, el futuro incierto, e incluso sobre la pelota, como los cubanos llaman al béisbol, ese deporte que aflora el costado fanático de Padura.
Cuando estaba recogiendo mis cosas, al finalizar la experiencia con el Maestro, recordé su expresión feliz la mañana siguiente en que Japón se coronó campeón del Clásico Mundial, torneo en el que Cuba incorporó por primera vez profesionales en el extranjero. Aunque yo de béisbol sé lo que un espectador promedio, no creo “poncharme” si anoto que el escritor, el guionista, el intelectual y, sobre todo, la persona, bateó de cinco-cinco durante la semana que tuvimos el privilegio de verlo fajarse en las arenas de sus otros deportes vitales: la literatura y el cine.