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- 21/06/2023 00:00
El legendario Kissinger
Resulta frecuente que todo pueda resultar poco y polémico al comentar hechos de las relaciones internacionales. Esta situación indefectiblemente aumenta si pincelamos a actores gravitantes aún vivos y aún más si le dedicamos unas líneas al bávaro-judío Henry Kissinger.
Increíblemente lúcido, ha celebrado 100 años el 17 de mayo pasado. Él y la fundación que lleva su nombre siguen trabajando, ofreciendo asesorías, conferencias y produciendo libros.
Habiendo recibido formación militar en Carolina del Norte -donde adquirió su nueva nacionalidad- sirvió como agente de inteligencia en Hannover durante la mal llamada Segunda Guerra Mundial.
Y subrayo el error de interpretación y denominación histórica por cuanto el historiador francés Ferdinand Braudel -a mi juicio el más potente del pasado siglo galo- sostuvo con razón que lo que hubo entre una y otra guerra fue más bien un armisticio mal concebido y peor ejecutado que se patentizó con el naufragio de la Liga de las Naciones y el triunfo electoral del nacionalsocialismo encabezado por Adolfo Hitler en 1933, lo que condujo al rearme alemán y al reinicio de la Gran Guerra.
Tras su servicio en Hannover, Kissinger abrazó la política, las aulas de Harvard y se desempeñó como asesor de Seguridad Nacional y secretario de Estado, principalmente.
Brillante, fértil negociador y ligero de escrúpulos combatió la expansión comunista. Por tal razón, promovió la distención con Moscú, la limitación de las armas estratégicas y -tras el despliegue indiscriminado de plomo entre norcoreanos comunistas y sus detractores surcoreanos- se metió de pico y pala en la guerra de Vietnam.
Kissinger y el diplomático norvietnamita Le Duc Tho gestaron un acuerdo de paz suscrito en París iniciado 1973. Ambos recibieron el Nobel de la Paz, pero el norvietnamita rechazó el galardón alegando que no había tal paz, mientras Kissinger envió una carta aceptando la distinción “con humildad” ya retiradas las tropas estadounidenses del suelo vietnamita. La paz llegó en 1975 con la caída de Saigón, rebautizada Hò Chí Minh.
Para entonces Vietnam ya había marcado generaciones y provocado sendos movimientos pacifistas por doquier. Cabe especialmente recordar el festival musical Woodstock, que duró tres días, concentrando a no menos de 400 000 personas; generaciones de familias enteras hartas de las guerras en las que los Estados Unidos había sacrificado -oficialmente- nada menos que 298 000 almas suyas, sólo en Europa en la década de los 40.
Así, Vietnam resultó ser -sin lugar a dudas- el gran trauma de la historia político-militar estadounidense: su Waterloo.
Ante la sísmica revolución cultural china, gestada y moldeada por Mao en plena Guerra Fría, el exponente más brillante y dúctil de la geopolítica contemporánea acordó con el líder chino el deshielo con Richard Nixon, único presidente estadounidense que agonizó luengos 30 años tras beber la cicuta política gracias al escándalo Watergate.
Dicho acercamiento alteró el mapa geopolítico a Moscú, estratégica misión ampliamente estudiada. Así -y pese a las inevitables desavenencias que siempre condimentan las complejas y competitivas relaciones sinoestadounidenses- ambas potencias “normalizaron” su convivencia desde 1979.
Resulta imposible obviar el papel de Kissinger desestabilizando Gobiernos democráticamente elegidos. Conversaciones telefónicas publicadas recientemente revelan la preocupación de la administración Nixon por el ascenso de Salvador Allende en Chile. En 1970, no siendo todavía secretario de Estado, ante un grupo anticomunista de su país sentenció: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”.
Acorde con su pensamiento, desplegó toda su artillería contra Allende. También en Argentina, Uruguay, el Perú, Cuba y en otras latitudes.
Ya secretario de Estado, le puso singular puntería a la incursión militar cubana en Angola -con claras pretensiones expansivas- en 1976, tras lo cual contempló invadir la isla, plan que abortó muy a su pesar.
El tiempo demostró que sus desvelos fueron plenamente justificados. Hasta ahora, legiones de criminales asesinan, torturan, hambrean y humillan a incontables familias isleñas. Cuba lleva 64 años exportando -a toda mecha- su cáncer comunista, utilizando cualquier medio a su alcance.
Exponente de la “realpolitik”, Kissinger fue indubitablemente -perforando fronteras- un precursor de la hoy guerra híbrida.
Así como Cleopatra, Pachacútec, el cardenal Richelieu, Talleyrand y otros tantos que fueron palomas y halcones a la par, el más audaz político-académico estadounidense, también respondió con esa doble condición cuando juzgaba que la integridad y la seguridad de su país peligraba o su predominio político y militar era abierta o disimuladamente desafiado.
Tras la invasión rusa a Ucrania, el centenario político regresa con su último libro bajo el brazo, “Liderazgo”. Allí ratifica y amplia sus reflexiones -que hago propias- cuando afirma: “Para Rusia, Ucrania nunca será simplemente un país extranjero. La historia comenzó en... Kievam-Rus. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos y sus historias estaban entrelazadas … Para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser un puesto avanzado de ninguno de los dos lados contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos”.
Comprendiendo las raíces y la complejidad de la cruenta guerra entre dos países históricamente hermanados, el prolífico autor insiste en que occidente debió tomar en serio las preocupaciones del Kremlin calificando de error la invitación de la OTAN a Ucrania a incorporarse a su alianza militar.
El inmenso despliegue diplomático de Kissinger ya constituye una leyenda que sobrepasa sus pasivos, a pesar de los críticos biógrafos y académicos que, posible y ocultamente deseándolo, no calzarían jamás sus zapatos.