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- 28/05/2022 00:00
Laurenza luminoso, universal y necesario
Hace mucho que un libro editado en Panamá no me provocaba tanto placer lector y estímulo intelectual como la Antología esencial de Roque Javier Laurenza, publicada recientemente por la Editorial Biblioteca Nacional.
El volumen contiene una selección de poesía, cuentos, ensayos y columnas periodísticas de distintas etapas de la vida del extraordinario escritor, intelectual y diplomático panameño.
Aunque escasamente conocido más allá de los círculos culturales, Laurenza (Chitré 1910 - Madrid 1984) fue uno de los pensadores más lúcidos en el Panamá del Siglo XX. Su relato personal es igual de fascinante: al divorciarse sus padres cuando aún era niño, fue dejado a cargo de un vecino muy cercano en Casco Viejo, y aunque este lo matriculó en la escuela, supo después de un tiempo que Roque Javier nunca puso un pie en el aula.
En su lugar, el chico se dedicó a vagar en las playas de Bella Vista, y a pasar largas horas en las bibliotecas a su alcance para devorar todo tipo de lecturas, tanto contemporáneas como los clásicos universales. Intentó ser torero, probó con el boxeo.
Muy pronto, sin una educación formal, el joven adquirió una cultura enciclopédica y aprendió inglés, francés, italiano, latín a partir del solo ejercicio de leer. Su mente prodigiosa le permitía citar de memoria pasajes literarios enteros, y pronto ganó fama entre sus amigos de extraordinario conversador, ágil poeta y polemista argumentado.
El país, o por lo menos el país cultural de entonces, vendría a conocer al completo quién era Roque Javier Laurenza, la tarde del 17 de enero de 1933. Ese día, en los Sábados Culturales del Instituto Nacional que animaba el rector Manuel Roy, el joven Roque Javier pronunció, con tan solo 22 años, la que seguramente sea la más importante conferencia en la historia de la literatura panameña: Los poetas de la generación republicana (incluida en el libro que comento).
En ella, el incipiente bardo articula una crítica erudita y demoledora sobre los grandes poetas de los primeros 30 años de Panamá como República, al considerar que su obra, lejos de servir puramente al arte, alimentaba “halagadoras mentiras hasta construir con ellas una institución nacional”.
Piensen por un momento: Panamá va dando sus primeros pasos como república, y claramente necesita mostrarle al mundo su calado intelectual. Por ello arropa en publicaciones, revistas, premios y posiciones en el gobierno a sus poetas predilectos, entre otros, Ricardo Miró, Gaspar Octavio Hernández, Batalla, Demetrio Korsi, y Enrique Geenzier.
En su osada intervención, Laurenza no solo cuestiona la escasa ambición artística del establishment literario, sino que abre las puertas hacia el vanguardismo (movimiento en boga en Europa desde principios del siglo), atrayendo a la escena cultural panameña voces jóvenes excluidas entre poetas, escritores y artistas, encabezados por Rogelio Sinán.
A partir de entonces, Laurenza se dedica a lo que está reservado en Panamá (entonces y ahora) para quienes quieren hacer cultura: sobrevivir. Trabaja en distintas revistas y oficios diversos hasta que es designado en el servicio exterior, y así comienza otra etapa de su extraordinaria biografía.
Roque Javier (tío de otro de nuestros genios, Rubén Blades) trabaja para Panamá alrededor del mundo, vive en Brasil, España, Francia (allí se casa y tiene dos hijos), México. Posteriormente, forma parte del equipo de prensa de la Unesco en París. Gracias a su personalidad y profundidad intelectual traba amistad con grandes nombres de la cultura y el arte como el arquitecto Oscar Niemeyer; los escritores André Malraux, Pablo Neruda, Octavio Paz, Julio Cortazar, Carlos Fuentes, entre muchos otros.
De esas épocas son los artículos publicados en esta Antología esencial, en los que el autor elabora con luminosidad temas complejos como la formación de la nación (“el problema de la nación panameña es, ni más ni menos, que la nación no es un problema para los panameños”); lanza diatribas literarias buscando animar el debate (“Escribir en Panamá es lanzar las palabras al viento”); se preocupa jocosamente por la desaparición del estilo “dandy Inglés” (del que era fanático); comenta con rigor descubrimientos científicos; disecciona la política nacional e internacional, o encuentra en una noticia sobre espías el pretexto para explicarnos la devoción japonesa por el estoicismo.
Aunque no fue prolífico en ninguno de los dos géneros, Laurenza publicó cuentos y poemas extraordinarios. El creador de fantasmas; La mujer del 127; y Muerte y transfiguración de Emiliano García son algunos de sus relatos incluidos en la presente Antología. De su poema Diferencias sobre un viejo tema (se refiere a un retrato que le hizo el peruano Mario Agostinelli):
Protegido del arte de tu mano,
mi rostro evade la verdad futura
y entre las sombras y luz procura
burla la ley del tiempo soberano.
¡Inútil pretensión, empeño vano
del espejo falaz de la pintura,
si relámpago breve que perdura,
invierno disfrazado de verano!
La obra recién publicada incluye además estupendos textos sobre el autor y su trabajo escritos por Sinán; Rodrigo Miró; Diógenes de la Rosa; y Alfredo Figueroa Navarro; así como presentación, prólogo y proemio firmados, respectivamente, por Aristides Royo, Rafael Ruiloba y César Young Núñez (q.e.p.d.).
No es de extrañar que su portentosa conferencia de 1933 fuera recibida con silencio por la cultura de entonces. Tal vez eso explica la asombrosa ausencia de su obra en nuestra bibliografía nacional (el único material sobre él que conseguí antes -en Estados Unidos- fue el homenaje de 1985 en la Revista Lotería).
Roque Javier Laurenza fue un escritor panameño y universal, a la par de cualquiera de su generación, no importa donde. Con la Antología esencial, la Biblioteca Nacional de Panamá, y su atinado Consejo Editorial, nos han regalado un testimonio en mi entender importantísimo y necesario de un quehacer artístico honesto que, desde lo panameño, creó literatura y pensamiento trascendente a nuestras fronteras y a nuestros tiempos, en contraposición frontal a la dañina y extendida idea de valorar nuestra literatura, principalmente, por su carácter local.