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- 23/03/2024 08:55
La filigrana de Catacaos
La presencia foránea en la Latinoamérica del siglo XVIII no dejó de generar recelos y resentimientos aun cuando se tratase de forasteros de otras regiones europeas del Imperio Español. Casanova, Brambilla, Ravenet, Jacovelis y Martín de Petris, todos italianos, llegaron al Perú, vía Panamá, durante el período Borbónico en el que las ideas de la Ilustración impactaban ya en el pensamiento de las élites del Nuevo Mundo. Casanova hizo un lienzo de la Virgen de Guadalupe para el Palacio Episcopal de Huancavelica (Vargas Ugarte, 1960) y un segundo para su envío a Panamá. Fernando Brambilla “llegó a ser pintor de cámara de Fernando VII y profesor de la Real Academia de San Fernando. Se unió a la expedición de Malaspina cuando esta, luego de pasar por el Perú, arribó a México y de allí navegarían rumbo a las Filipinas y Australia” (Patrucco, 2005). La expedición retornó a Lima en 1793 lo que dio oportunidad a Brambilla a tomar apuntes y realizar bosquejos de la pampa de Amancaes, la Plaza de Acho y la casa de la Perricholi, actriz de teatro (Soto, 1982, citado por Patrucco, 2005). El Virrey le ofreció un contrato pero él prefirió retornar a Madrid. Giovanni Ravenet se enfocó en el retrato de la élite de los pobladores originarios. Silvestre Jacovelis se dedicó a la escultura y De Petris, a la arquitectura diseñando viviendas cuyos planos vendía en Lima y Panamá. Éste último no trabajaba solo, Andrés Añali y Ramón Borlalonga eran dos venecianos que se dedicaban al oficio de albañiles y hacían realidad sus dibujos.
A este grupo de artista que cultivaron la producción de bienes suntuarios se suma el de los artesanos que -cual laboriosas abejas de la península itálica- desarrollaron el arte de la joyería en un tráfico constante con Panamá desde Lima. Destacan el milanés Antonio Gómez y los genoveses Juan de Aserbis y Félix José María Confort (Listado de extranjeros tramitado por el Tribunal del Consulado para el Virrey, 8 de nov de 1783) quienes fueron perseguidos en 1771 “por extranjeros” y solo se les permitió quedarse si contraían nupcias con damas locales, cosa que hicieron. Lo anecdótico es que estos joyeros comenzaron la práctica de poner minúsculas marcas a sus obras como garantía de su autoría porque, ya en esos días, había la tendencia de copiar los modelos de las piezas con un peso menor al de las auténticas.
Se atribuye a estos joyeros el redescubrimiento del arte de la filigrana en plata y en oro que encontraron en los orfebres indígenas de la costa norte del Perú (Catacaos, Piura) diestros discípulos que utilizando conocimientos ancestrales de la cultura Chimú potenciaron lo que genoveses y milaneses les compartieron. Combinando moldes prehispánicos con diseños europeos, nacieron así espacios creativos donde las joyas tenían una herencia mixta. Muestras de la expansión de la filigrana -con patrones peruanos- se han encontrado en Guayaquil, Panamá y la zona del Caribe colombiano.
Patrucco (2005) señala que a finales del siglo XVIII y principios del siguiente llegaron “los plateros italianos Dondinelli y José Bocchi. Este, quien era un maestro afamado a nivel internacional, fue comisionado para realizar la magnífica custodia que adorna la iglesia catedral de Trujillo (Perú). Dondinelli y Bocchi implantaron en el Virreinato un estilo más sobrio tendiente al neoclásico que reemplazaría lentamente el gusto barroco aún imperante y prepararon el ambiente para la introducción del estilo imperio napoleónico.” Pocos años después llegaron los hermanos Antonio, Ambrosio y Cayetano Bacareza, naturales de Génova, que después de una corta estancia en Panamá se radicaron en el virreinato peruano. Ellos eran abrillantadores de diamante y Antonio era, además, relojero. Lamentablemente los Bacareza fueron timados por un tal Calienes y perdieron su fortuna, solo Cayetano superó la desesperación y se dedicó a la confección de lápidas ornamentadas (A.G.N., Sección notarial, E: Andrés de Sandoval. Protocolo 697 (1801-03),ff. 593/r-593/).
Las investigaciones de Patrucco (2005) concluyen que “el comercio fue la ocupación primordial de los italianos. La ocupación artesanal, a un segundo nivel, daba cierta respetabilidad al inmigrante aunque por lo bajo éste comerciara disimuladamente. Criados y sirvientes ocuparon un tercer lugar seguidos por sacerdotes y profesionales”. En resumen, una inserción lenta y permanente dentro de un contexto social poco favorable al extranjero y que, durante las guerras de independencia, se complicaría aún más. Sin embargo, aún así, la inmigración italiana no dejaría de llegar porque el ensueño del Nuevo Mundo era un poderoso imán.