• 31/12/2025 00:00

¿Islandia, entre EFTA y la UE? EFTA

En días pasados leí en la prensa española que el nuevo gobierno islandés, encabezado por una joven socialdemócrata, Kristún Frostadóttir, estaría, nuevamente, considerando la idea de abandonar la Asociación Europea de Libre Comercio (en inglés European Free Trade Association, EFTA) para continuar su inacabado proceso de adhesión a la Unión Europea (UE). Algo similar a lo que en su día hicieron otros miembros de EFTA, con la excepción de Gran Bretaña, que decidió abandonar la UE en enero de 2020. Qué grave error cometerían los islandeses si, finalmente, completasen el proceso de adhesión para convertirse en un nuevo miembro de la UE.

Hago esta afirmación porque he tenido la gran oportunidad de negociar con los equipos de negociaciones comerciales internacionales de la UE y EFTA, y he podido conocer y entender, de cerca, a ambos bloques. Sé cómo funcionan y cómo piensan. En ese sentido, soy un convencido de que EFTA es, y seguiría siendo, la mejor opción para Islandia, sin lugar a dudas. EFTA es un increíble esquema de integración comercial internacional que ha permitido a sus Estados miembros, hoy día, la República de Islandia, la Confederación Helvética, el Reino de Noruega y el Principado de Liechtenstein, construir la que, probablemente, es la mayor red de libre comercio del mundo -de la cual Panamá tiene el privilegio y el gran beneficio de ser parte-, incluyendo también un Acuerdo de Asociación Económica con la UE que brinda a los países del EFTA la mayor parte de los beneficios económicos y comerciales de la unión aduanera europea sin mucha de la burocracia, cargas regulatorias y fiscales que están, literalmente, destrozando a sus veintisiete miembros actuales. Es más, si en un mundo hipotético ideal existiera la posibilidad –que no la hay- para que Panamá pudiera incorporarse a EFTA, yo estaría entre aquellos que apoyaran tal iniciativa. Fue por esta razón también que, en su día, trabajé junto al increible equipo humano con que contaba la Oficina de Negociaciones Comerciales Internacionales (ONCI) del Ministerio de Comercio e Industrias (MICI), para convencer a la Secretaría General de EFTA que Panamá podía ser un gran socio comercial, gracias a lo cual, se pudo completar, de forma rápida y eficiente, un ventajoso tratado de libre comercio que abrió la puerta a Panamá a estas economías europeas de EFTA, que son complemento valioso de la UE, y que le sirvió al país como preparación para la gran negociación que luego se completó, exitosamente, con las naciones centroamericanas y la UE para ser parte del Acuerdo de Asociación EU-Centroamérica. Ambos valiosos instrumentos de integración comercial internacional para Panamá que, en mi humilde opinión, se están desaprovechando.

Quien conozca un poco la historia y cultura de Islandia, sabe que es una nación orgullosa de su pasado y fiel defensora de su independencia y soberanía. Por lo tanto, me atrevería a apostarle a cualquier representante gubernamental islandés que una potencial adhesión a la UE supondrá renunciar a su soberanía, incluyendo aquella sobre el que es uno de sus más preciados activos: su sector pesquero que, por cierto, es probablemente una de las razones principales por las que los “eurócratas” en Bruselas desearían “meter sus manos” en Islandia dada la calamitosa situación de la industria pesquera europea que, hoy día, sobrevive a costa de costosos subsidios, como tantas otras actividades económicas en la UE.

Hoy día es más que evidente que el proyecto de la UE no está funcionando, como se prometió a sus ciudadanos. No es secreto que los dos principales motores de la UE, Alemania y Francia, están atravesando una crisis social, política y económica preocupante -con Francia casi quebrada-, lo mismo que otros Estados miembros como España, Países Bajos o Bélgica, producto de todo tipo de despilfarros, burocracias, gastos exhorbitantes, desórdenes migratorios, altos índices de criminalidad, debilitación del Estado de derecho y un “infierno fiscal” que han venido restando, día tras día, competitividad y viabilidad económica al bloque europeo en su conjunto. Ante este escenario fácil de identificar, Islandia no estaría sirviendo a los mejores intereses de sus ciudadanos con una adhesión a la UE.

Si Islandia está tan preocupada por su futuro desarrollo económico, me permitiría sugerir a sus autoridades que enfoquen sus esfuerzos en trabajar en la ampliación del EFTA, comenzando, por ejemplo, por convencer a las autoridades británicas para que ese país se reincorpore a la asociación, ampliando la ya de por sí impresionante red de tratados de libre comercio con el mundo, o trabajando en el seno de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), junto con los otros miembros de EFTA que, como Islandia, son también miembros de la organización, en la promoción de nuevas iniciativas en materia de libre comercio, libertad empresarial y competencia fiscal internacional, algunos de los pilares fundacionales de la OCDE, hoy día un tanto relegados a expensas de políticas de corte más socialista que de capitalismo liberal.

En definitiva, espero que la joven, creo que algo inexperta, socialdemócrata primera ministra islandesa, no caiga en las redes de la izquiera europeísta y su mal llamada “cultura del bienestar” y entienda que el presente y futuro de Islandia estaría mejor servido si continúa promoviendo y protegiendo su muy privilegiada posición logística en el Atlántico Norte, su alto valor geoestratégico para Estados Unidos y para la misma UE, su sociedad y cultura, así como su seguridad y estabílidad política, económica y social, para lo cual su principal herramienta debería seguir siendo la independencia, autonomía y soberanía gestionada desde Reikiavik por los islandeses, y no desde Bruselas por los “eurócratas”.

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