• 18/10/2023 00:00

Importancia de la didáctica literaria

Ese homenaje del Ministerio de Cultura al poeta y académico de la lengua Martínez Ortega está merecido [...]

Los profesores de la Facultad de Filosofía, Letras y Educación en la Universidad de Panamá solían utilizar una indumentaria que era como un uniforme de trabajo. Uno los reconocía fácilmente con su pantalón gris, camisilla blanca y zapatos negros. Entraban al aula y se posesionaban de la pizarra para dictar sus clases y hacían gala del gran conocimiento que tenían de los variados cursos de la agenda lectiva.

En la carrera de español no había excepción: Pablo Pinilla, Félix Figueroa, Franz García de Paredes, Aristides Martínez Ortega y hasta Guillermo Sánchez Borbón cuando llegó a sustituir a uno de los maestros que se iba a una posición administrativa. El programa no cambió y se mantuvo el contenido que estaba planificado, gracias a su gran conocimiento de las letras a escala global.

Se escuchaba hablar de “Chito”, apodo con el que todos conocían a ese profesor de expresión seria, de una complexión que le hacía ver como hindú, con su cabello lacio brillante y piel cobriza, de movimiento ágil y que se caracterizaba por exponer con una claridad esos temas de los que por primera vez escuchaba la masa estudiantil. Pronto supimos que el personaje también tenía un nombre: Aristides Martínez Ortega.

¿A quién teníamos enfrente cuando le escuchábamos exponer con entusiasmo ese enfoque de las generaciones poéticas que daba sentido al desenvolvimiento histórico de las letras en la región? Había estudiado en Chile, donde adquirió su título en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Esto daba cuenta de su gran dominio de la enseñanza de una disciplina tan profunda como el estudio de estilos y variantes literarias.

Acá en Panamá se había desempeñado como columnista y director de la sección cultural del diario La República y editor de la revista Lotería. Desde temprano incursionó en los versos y así se vinculó al grupo Demetrio Herrera Sevillano, “agrupación reivindicadora de los valores literarios nacionales”, según Pablo Pinilla en el prólogo del libro Retoños (1956). Fue esa, la última generación vanguardista de autores en Panamá, profundamente nacionalista.

El inquieto y nunca satisfecho espíritu de Martínez Ortega, le llevó a escribir luego Poemas al sentido común en 1959 y más tarde, en 1964, A manera de protesta. Allí consignó “...me rebelo contra el poder de convertir el mundo en una bola / que pueda desaparecer en un soplo / como una función de magia.

Las tareas como escritor pronto dieron como resultado su vinculación con el campo académico y se instaló entre los pasillos y salones universitarios a enseñar aquello que dominaba con el interés de transmitir los contenidos del trabajo de Rodrigo Miró, sobre quien había escrito en su tesis de grado; pero también en sus predecesores, algunos de los que le mostraron el camino para el dominio de la arquitectura lírica.

Por esa razón se internó en el estudio de las generaciones y pronto pudo concretar aquel material que siempre comentaba del estudioso Goic y comprender el desarrollo y modelos empleados por los autores nacionales, según las edades. Su propio grupo, eran el ejemplo más claro y la importante visión que dejaron, primero de 1959 y luego de 1964. Pudo entonces armar y publicar su ensayo Las generaciones de poetas panameños en 1974.

Más tarde amplió su estudio a los textos panameños para producir Panamá, poesía escogida, Reflexiones en torno a la historiografía literaria panameña, Diccionario de la literatura panameña (junto a Franz García de Paredes y Ricardo Segura) y Poesía en Panamá, en la historia y en la crítica. El resultado de estas publicaciones fue su revisión constante con la finalidad de involucrar a sus alumnos en esta atmósfera creativa.

Ese homenaje del Ministerio de Cultura al poeta y académico de la lengua Martínez Ortega está merecido por la labor que ha ofrecido a lo largo de los años al país y a su sociedad.

Periodista
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