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- 02/08/2017 02:01
El impacto migratorio en la economía
Los movimientos de población han alcanzado tan alta dimensión que ya son muchos los especialistas y analistas del tema migratorio que auguran que el siglo XXI será el siglo de las migraciones. Sean las migraciones un hecho de carácter permanente o coyuntural, lo cierto es que nuestro Panamá, hoy, enfrenta un alto nivel de crecimiento en los flujos migratorios, lo cual genera irremediablemente un impacto en su desenvolvimiento económico con relación a sus nacionales.
No cabe duda de que en la mayoría de las fuentes de trabajo se admite la lógica económica por la cual existe la sustitución de la mano de obra nativa por la inmigrante, y consecuentemente se admite también que la inmigración genera un aumento de la oferta del factor trabajo y una caída de sus precios; es decir, los salarios. Este hecho, que nos anuncia la lógica económica de algunos empleadores, es de suma importancia para el país de acogida, en este caso Panamá, ya que a través de este mecanismo se produce un abaratamiento del factor trabajo, una mayor demanda y un aumento de la producción y la renta del país, aspectos claramente positivos. Mientras que, por otro lado, está la parte que más se nota y se hace necesaria su cuantificación, pues, según sea su importancia, afectará en mayor o menor medida la renta de los nacionales en términos per cápita, lo cual a su vez genera posiciones de rechazo a la migración, en situación en que se palpa una disminución de los salarios de la población panameña, en concepto de pérdida de poder adquisitivo, aspecto claramente negativo.
Determinar el impacto de la inmigración en la economía, es decir sobre la oferta de trabajo y los salarios en nuestro país, se constituye en un análisis de reciente experiencia, toda vez que nuestro istmo en el marco de su devenir histórico, más que afectada, se vio beneficiada con los flujos migratorios de los siglos XVIII y XIX con la construcción del ferrocarril interoceánico y el Canal de Panamá, respectivamente en su dos etapas: la francesa y la norteamericana. Desde luego esa no es la realidad de hoy, el flujo migratorio de siglo XXI tiene tendencia a ser más negativo que positivo. En los siglos XVIII y XIX, la realidad imperante era completar y complementar las capacidades productivas de la fuerza de trabajo, la de hoy es de sustituir la mano de obra nativa por la foránea, sobre la primicia ficticia de que es más barata y no reclamadora.
Cifras oficiales revelan que Panamá, con apenas una población de 3 975 404, según informe del Instituto Nacional de Estadística y Censos a enero de 2017, posee un flujo migratorio de 19 %, siendo los venezolanos los que ocupan la mayor porción, seguido por colombianos, ecuatorianos y dominicanos principalmente. La cifra total de residentes extranjeros es de 739 982, de los cuales pasan a ser panameños 633 314, mientras que el resto, 106 668, se mantiene en el estatus de ir y venir. Sin lugar a dudas esto es negativo para un país pequeño como Panamá de economía especializada básicamente en los servicios, la cual genera poco valor agregado y una fuerza laboral de débil calificación, ya que el propio sector no requiere de mayor formación, más que altos entandares de servicios, cultura, piel blanca y acostumbrados a baja remuneración.
El BOOM migratorio de nuestros tiempos, sea impulsado por política, economía, credo religioso o desastre natural, provoca además asentamientos humanas que logran introducir sus propias costumbres: comidas, forma de vestir e incluso hasta sus formas de criminalidad.
La movilidad humana es un derecho natural del hombre y la mujer, pero este derecho no puede vulnerar las normas, reglas, culturas, costumbres y leyes del país que acoge, corresponderá al Gobierno ejercitar una política migratoria apegada a la defensa de la soberanía, la integridad territorial, el principio cultural y el respeto a nuestro valores nacionales.
ECONOMISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.