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- 14/05/2016 02:02
Hoy es siempre, todavía*
Cerca de 800 millones de personas carecen de los alimentos suficientes para una vida digna. La ONU estima que se necesitarían $160 anuales durante los próximos 15 años por cada persona que vive en una situación de pobreza extrema. La esclavitud, el sometimiento de la mujer o el racismo quedaron a un lado, acabar con la pobreza es el objetivo para el siglo XXI.
En 2015, por primera vez, más del 50 % de la riqueza mundial se concentró en tan solo un 1 % de la población. ‘Unos tanto y otros tan poco ', cuenta el refranero español. Compartir la pobreza, la miseria o la injusticia no entra dentro de nuestros ideales, pero parece que tampoco la solidaridad. Ese sentimiento que nos une a la causa del otro y que a veces se confunde con caridad o compasión.
No hay nada que distinga a unas personas de otras. El sexo, el color de la piel o la religión lastraron el pasado, pero forman parte de la conciencia del presente. ¿Es admisible que una persona pueda comprar el trabajo de millones de personas y que estas tengan tan poco como para tener que venderse para alcanzar un mínimo de dignidad, libertad o derecho a la vida?
Nadie niega que el alimento, el trabajo o la vivienda sean derechos, pero en nuestros días un gran número de personas no tiene acceso a ellos. Han tomado forma de privilegios y han puesto trabas a nuestra libertad, dignidad y derecho a la vida. Todos tenemos derecho a la vida y con ello a unos principios y libertades que nos permitan seguir en búsqueda de la felicidad.
Dice José Mujica, expresidente de Uruguay, que él no es pobre, es sobrio, liviano de equipaje, que vive con lo justo para que las cosas no le roben la libertad. Nos han hecho creer que vivimos por debajo de nuestras posibilidades, cuando en realidad vivimos por encima de nuestras necesidades. Que cuanto más, mejor y cuanto mejor, más. ‘No hay pueblo, raza o destino que no podamos agarrar por el cuello y transformarlo ', escribía Beethoven a una amiga.
El modelo de desarrollo no llega a todos por igual, aunque tengamos claro que nadie vale más que nadie. Si los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, estamos ante un ‘desarrollo ' que crea personas infelices, que no es solidario. ‘El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad humana, del amor, de las relaciones humanas, de cuidar a los hijos, de tener amigos, de tener lo elemental ', asegura M ujica.
Ser pobre no es no tener nada, sino codiciar demasiado. El verdadero desarrollo no está ligado dinero, sino a las personas. Que desarrollo signifique libertad y permita reconocer el valor de cada uno. Hay quienes reniegan de las guerras, de los paraísos fiscales, de los lobbies. Gente que tiene su esperanza puesta en una sociedad justa y solidaria. Que si para algo ha servido la globalización, es para que no se pueda engañar a la gente. No se juzgará por nuestros fallos, sino por los silencios que nos hicieron cómplices. Nunca se hizo nada que no se hubiese imaginado antes, hay que creer en un mundo sin pobreza para poder lograrlo después. Nuestros antepasados jamás hubiesen imaginado una sociedad sobria, justa y en libertad como lo es hoy.
Entendemos la felicidad como hacer posible aquello que solo podemos soñar. El desarrollo de una persona o de una sociedad no es competencia de nadie que no sea uno mismo. Ser libres nos hace protagonistas de nuestro desarrollo y nuestra propia búsqueda de la felicidad, de una sobriedad compartida. No es posible que la pobreza y la miseria desaparezcan, si no es con voluntad. Acabar con ellas no es tarea sencilla, se necesita compromiso para caminar todos juntos en una misma dirección. No se trata de una utopía, ‘imposible ', solo significa que no se hizo antes. ‘Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos, porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde ', escribía Antonio Machado.
PERIODISTA
*CENTRO DE COLABORACIONES SOLIDARIAS (CCS), CCS@SOLIDARIOS.ORG.ES.