• 05/08/2024 23:00

Figuras repetidas no llenan álbum (II)

¿Cuál debe ser el perfil del asesor en salud para que el panameño tenga salud? ¿Preferimos volar con un copiloto desactualizado en medicina o con los médicos que aumenten las posibilidades de hacer llegar sanos y salvos a nuestro destino como nación? Las consecuencias de un asesor en salud importan o deberían importar, más que una ideología.

Históricamente, y según los asuntos de que se tratara, en Panamá se ha concedido la autoridad de asesores en salud a los intelectuales, a los expertos o a los médicos que atienden pacientes.

El asesor en salud intelectual es predemocrático (su elitismo ya no se corresponde con una sociedad de inteligencia distributiva), el asesor en salud experto es posdemocrático (representa el intento de sustituir la legitimación democrática por la autoridad epistémica) y el médico asesor que atiende pacientes que es el más representativo del espíritu de la democracia en tanto que régimen de opinión (la fuente última de legitimidad son los pacientes, y este título no se debe a lo que sabe, sino al principio de soberanía popular).

El asesor intelectual gozó de un prestigio indiscutible hasta la aparición de la “democracia de audiencia”. Esta figura ha perdido prestigio como consecuencia de sus errores en el manejo de crisis, con las transformaciones de la sociedad y avance / especialización de la medicina. Tener libros publicados o dar clases de maestría en la universidad no confiere una autoridad especial en cuestiones sobre las que existe un amplio y profundo debate científico - social en medicina. En la encarnación clásica de la década del 60, la figura del intelectual está lastrada por la falta de modestia.

El prestigio del intelectual ha sobrevivido a sus errores, pero su superioridad moral no brilla como entonces, podemos seguir admirando su capacidad de síntesis, aunque ahora sabemos que unas veces es clarividencia y otras un desprecio arrogante hacia la memoria institucional de atender pacientes. El intelectual tiene ahora una relación menos vertical con la sociedad, que no es una masa de incompetentes desinformados, y comparte autoridad con un gran número de especialistas de todo tipo que le aventajan en conocimiento experto, tan relevante para el mundo complejo en el que vivimos.

El heredero natural del intelectual es el experto. Su mentalidad está configurada de tal manera que dan preponderancia a un valor concreto y tiende a desentenderse de todo lo demás. Un médico asesor experto en gestión en salud piensa en compras, en satisfacer al diputado padrino que lo protege y no en el servicio de salud del pueblo. Es muy difícil fijarse ciegamente del saber científico experto cuando hay una peculiar “cacofonía de los expertos” y cada informe tiene el correspondiente contrainforme. En la salud pública no solo compite la opinión de los expertos con la de quienes no lo son, sino que los mismos expertos están muchas veces en desacuerdo.

Los pacientes no están nunca exonerados de la función de observación y control. El sistema político en una democracia no tiene más remedio que observar y controlar críticamente a sus expertos. Con el ocaso de los intelectuales, y una vez constatadas las limitaciones de los expertos, parece que ese puesto vacante lo ocupan hoy los médicos que atienden pacientes. La democracia panameña crece con la discusión entre médicos que atienden pacientes y no tanto entre quienes supuestamente saben, como un debate entre iguales y no como un discurso elitista. Mientras que la autoridad intelectual o el saber experto nos desigualan, en tanto que los médicos que atienden pacientes a nivel público somos más iguales.

Esperemos que las decisiones relevantes del país en materia de salud no se vuelvan a tomar a puertas cerradas con intelectuales, gurús o “expertos” en gestión de salud. Ojalá los médicos que atendemos pacientes no nos volvamos a golpear con todas esas puertas cerradas y que se abran las puertas para que salgan los malos asesores del seguro del quinquenio pasado.

El autor es cirujano subespecialista
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