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En las postrimerías de la Revolución Industrial circulaba todo tipo de ideas sobre lo que acontecía y las posibles consecuencias sociales de los cambios en la técnica, dichas interpretaciones diferían drásticamente unas de otras y esto hace que un intelectual tome la decisión de practicar lo que autodefinió como “higiene mental”.
Esta se basaba en el concepto de que la lectura y el estudio de las ideas de otros intelectuales contaminaban de alguna forma su mente, su pensamiento y no le permitirían desarrollar su capacidad intelectual al máximo, pero a la larga fue un completo fracaso, pues limitada su visión del mundo y le envolvía en una burbuja en donde su interpretación de la realidad parece acertada y correcta. El mundo vio cómo su creador, Augusto Comte, al final de su vida intelectual no producía ni la cantidad ni la calidad de obras que antes de practicar su “higiene mental”.
Por mucho tiempo el concepto fue olvidado, desestimado y visto como un límite al desarrollo intelectual, pero era una decisión que correspondía a cada individuo y por lo tanto respetada debía ser.
El advenimiento de la sociedad posindustrial trae nuevos retos y también nuevas formas de comprender e interpretar lo que nos rodea y ya para 1970 Alvin Toffler, en su libro “Future Shock”, nos indica que el acelerado cambio tecnológico trae una serie de consecuencias sociales entre las que detalla: la obsolescencia de lo aprendido, las superficialidades de las relaciones personales y la sobrecarga informativa.
Esta última se refiere a que contamos con demasiada información y los individuos se sienten completamente abrumados, pues en la mayoría de los casos son datos que comienzan a ser vistos como irrelevantes y se pierde el interés, también la búsqueda puntual de un tema se vuelve una tarea titánica entre miles de datos.
La solución vino de la mano de los “sistemas de recomendación” que identifica los intereses de usuarios particulares para posteriormente realizarte recomendaciones. Esto trajo una serie de consecuencias inesperadas, como la publicidad individualizada y la personalización de contenido. Ellas van de la mano en la medida que no existe la una sin la otra. Es necesaria la especificación individual en la red, para que te envíen publicidad personalizada y es por esto la existencia de las denominadas redes sociales, pues se dedican a recolectar datos personales para posteriormente sacarle un rendimiento económico, es una “industria de datos”.
Este factor económico es el motor que mueve los algoritmos de personalización de contenidos y por lo tanto son cada vez más eficientes en su tarea, son tan eficaces que te muestran solo lo que “quieres ver”.
Eso confirma y reafirma tu particular punto de vista, no te deja ver interpretaciones y formas de vida contraria a las que quieres o deseas, te envuelve en una burbuja de información que respalda tu individual punto de vista y te hace creer que es correcto.
Así, las redes sociales son una forma obligada de lo que Comte describió como “higiene mental”, porque falsifica la realidad según tus gustos y, en vez de unirnos a una comunidad internacional, globaliza tu particularidad.