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- 20/11/2019 00:00
La 'exquisita' desnudez de las autoridades
Los funcionarios de cierta jerarquía, sobre todo quienes ejerzan mando y jurisdicción, prestan juramento al tomar posesión de sus cargos. Es promesa explícita o implícita, “a Dios y a la Patria [de] cumplir fielmente la Constitución y las Leyes de la República”; de no ser creyentes pueden omitir referencia al Divino Creador. El compromiso lleva implícito el respeto, en todo momento, al principio fundamental de que solamente pueden hacer lo que esas leyes, que juran honrar, expresamente les permitan. Por sus especiales cargos públicos, dejan de ser ciudadanos comunes; nosotros, por el contrario, podemos hacer y deshacer todo aquello que no esté expresamente prohibido por ley. La violación de ambas fronteras constituye delitos.
Las comunicaciones intercambiadas entre funcionarios, y entre ellos y personas particulares por medio de WhatsApp, equivalen a conversaciones presenciales íntimas que, sin duda, a diario han tenido y tienen muchos funcionarios sin que trasciendan al conocimiento o escándalo público. Pero, por “íntimas” que puedan ser, no significa que deban ser secretas ni estrictamente reservadas si constituyen traición al juramento público prestado cuando tomaron posesión de sus cargos.
¿Nos asiste el derecho a conocer las intimidades reveladas? Abogados conocedores aseguran que, por tratarse del uso de aparatos de comunicación de propiedad del Estado, los intercambios dejan de ser privados; son de interés público, cayendo en el ámbito de una conducta pública. Recordemos, tan solo en otros países y épocas, las cintas divulgadas del Watergate del presidente Nixon causantes de su renuncia, los telefonemas de un magnate cubano floridense al presidente Bill Clinton a punto de costarle el puesto, las comunicaciones privadas sobre asuntos oficiales de la secretaria de Estado Hillary Clinton, todos revelados públicamente con graves consecuencias legales o políticas.
Deberíamos pasar de la sorpresa inicial para tratar de analizar algunos de los aspectos divulgados hasta ahora. Podrían clasificarse en tres grupos: los que parezcan inocuos por ser actividades, gustos o inclinaciones personales o asuntos familiares que no nos incumben, inclusive las muestras de animadversión o comentarios despectivos contra personas o periodistas individualizados; los que otorgaran favores económicos impropios y fueran tratamientos de privilegios a particulares, o acciones dirigidas a coartar la libertad de información “dañina” que pudiese ser divulgada por medios de comunicación que debían ser colaboradores, no críticos; y, finalmente, aquellas claras violaciones del tan burlado, intuido y cacareado principio de independencia de los Poderes del Estado, incluyendo condescendencias confidenciales, excesivos ruegos sospechosos y tratamientos recíprocos cariñosos entre Poderes, capaces de generar justificadas suspicacias por su persistencia e insistencia.
Ninguno de los pintores del Renacimiento ni otros contemporáneos del siglo pasado, hubiesen podido darnos muestras de un arte tan “exquisito” y aleccionador como el que —por razones aún por comprobarse— se nos ha presentado. Ninguno de los desnudos de Goya, Velásquez, Tiziano, Botticelli, Manet, Toulouse-Lautrec, ni el propio Picasso con su Señoritas de la Calle de Avinyó ni Botero con sus pinturas y esculturas de figuras regordetas, han logrado causarnos impacto tan impresionante como el que nos “regalan” el internet y las redes sociales. Aquellos desnudos fueron arte para ser admirado; la actual desnudez nos causa una terrible desilusión, porque comprobamos que a nuestras espaldas existió una conducta impropia que confiábamos sería superada.
Debo aclarar que dudé inicialmente de la veracidad de la información revelada, pero las declaraciones del expresidente desde China avalaron su autenticidad, aunque no su total veracidad. Cada mandatario tendrá su propio estilo de gobernar; ciertamente las presiones normales sobre una posición de tal poder hacen del cargo un monstruo que exigiría completa dedicación y tiempo útil disponible. Pero las minucias reveladas, sin considerar su legalidad o no, demuestran la superflua preocupación que desperdicia un tiempo valioso en detrimento de asuntos dignos del tratamiento del estadista en quien todos confiamos. En nuestro régimen presidencialista, cuando confluye tanto poder en una sola persona, podemos imaginar las presiones que se ejercen sobre ella: nuevos y viejos problemas que atender, intereses discordantes que conciliar, presupuesto nacional que controlar, actividades oficiales que coordinar, preservación de la gobernabilidad, cuentas fiscales que rendir, competencia de servicios públicos que garantizar, honestidad de la burocracia, todas son responsabilidades prioritarias del buen gobernante. No debe haber espacio para preocupaciones ajenas al bienestar común ni para intereses partidistas, como favores a amistades o menosprecios a adversarios.
¿Cuál fue la intención tras estas divulgaciones ahora? Podríamos entretenernos con muchas especulaciones por su excepcional objetivo tan específico, pero, mientras nada sea comprobado, sería imprudente hacerlo. En tanto eso ocurra sería muestra de honor propio y de respeto a los ciudadanos que todos los funcionarios mencionados —incluyendo los todavía contralor y procuradora— y cada uno de los particulares aludidos, explique lo que le corresponda explicar. El ruido ensordecedor de un exquisito silencio es inaceptable.