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- 13/05/2024 00:00
El día después depende de los perdedores
En todas las democracias, en que las minorías deciden quién dirigirá un país, parece de cajón que quien gana tiene el mandato del soberano para gobernar, en otras palabras para decidir por donde caminará el país por un período determinado. El estadista se diferencia de los demás, en que tiene claridad de que no podrá gobernar sin el concurso de consensos con los perdedores. La pregunta que nos hacemos es, si en la presente contienda electoral tenemos algún estadista.
La práctica ha sido siempre la misma. El ganador lanza fuera de la estructura de puestos a todos los que han estado allí durante cinco años. Y con esta usanza, generan un retroceso en la acción efectiva de las funciones del aparato estatal, muy necesario para encauzar la economía y demás actividades colaterales. Al colocar a los amigos de campaña, en todos los puestos de decisión, el nuevo Gobierno entra en una fase de latencia improductiva que toma, cuando lo mejor, al menos dos años, para que los planes y programas alcance el culmen de productividad.
Esta latencia se sostiene en un conjunto de factores que condicionan el desempeño general del capital humano de todo el estado. Entre tales factores resaltan los siguientes. Un alto porcentaje de los jefes no tiene la menor idea de lo que tiene que dirigir. Su nombramiento se hizo para agradecer el haber caminado con el candidato. El personal a cargo de estos jefes, corre igual suerte. Los jefes así nombrados muestran rápidamente su incompetencia, con lo cual el personal, también nombrado por agradecimiento político, nada en un limbo laboral de alto costo para el estado y para el pueblo. Para el estado porque paga por cero rendimientos y para el pueblo porque todos los servicios que son demandados bajan su calidad o carecen de ella. En ocasiones, este fenómeno corre a lo largo de los cinco años que median entre una campaña y otra. Es un ciclo interminable de incompetencia fatal, que en nuestro país, un candidato ha prometido llevarlo del primer mundo al tercer mundo.
En consecuencia se hace necesario invertir en formación y en capacitación para que, al cabo de meses de improductividad, nombrado bajo el paradigma de haber trabajado en campaña, pueda ajustar su rendimiento al mínimo requerido en los puestos.
Si nos aproximamos desde la perspectiva del modelo de gestión por competencias, el panorama de productividad se percibe, tristemente, en cuidados intensivos. La latencia improductiva se aprecia aún más agigantada por cuanto, hoy día, la tecnología de la información y la innovación del conocimiento siguen abriendo la brecha de la calidad de los servicios públicos. Nombramientos devenidos al margen de las competencias exigidas por los puestos y cargos muestra de forma inequívoca, que lo que anima a partidos y candidatos es mirar el triunfo electoral, una caja de pago de favores y desde ningún punto de vista, aquellos responden al perfil de una gestión científica del capital humano, que sea capaz, con conocimiento actualizado de realizar sus tareas afincado en el dominio de la tecnología y con la actitud de aprendizaje propia de una gestión orientada a trabajar por llevar al país hacia la senda del progreso.
Bien sabido es por los que analizamos la tendencia de la intención del voto que el candidato triunfador, lo será, por primera vez en la historia, por un porcentaje que acaso alcanzaría un 25%. Esto si no ocurre un milagro consensuado entre los que en este momento se ubican en el 75% del total de votos válidos. De resultar esto así, y considerando la situación general de la economía y de vida de la población se haría imperioso tomar en cuenta el poder de los perdedores. Estos serán la mayoría, que por la estabilidad social y política del país, nunca como antes tienen la palabra en el día después de la elección de mayo.
No hay que ser Nostradamus, Drucker, Hamel o Gratton para entender que en esa inmensa mayoría, que no favorecerá al candidato ganador, hay una miríada de panameñas y panameños con voluntad de trabajar por el país y con hartas competencias que no pueden ser ignoradas por un ganador de una exigua minoría. El ganador de minoría debe reconocer que esa condición, es un grito de la mayoría perdedora para que gestione el consenso, para de alguna manera generar un ambiente de acuerdos en los principales problemas del país. Ignorar a la mayoría y más aún actuar a sus espaldas devendría en una negación de la democracia, en el sentido literal de término. ¿Tendrá el ganador el perfil de un estadista?