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- 13/10/2022 00:00
Despedida al hermano Carlos Salazar Guardia
Hace unos cuantos años, los graduados de la promoción 1968-69 del Javier celebramos nuestro quincuagésimo aniversario. Al tomarnos las fotos, quizás pasaron por las mentes de algunos que sería la última en que nos volveríamos a ver todos juntos. En efecto, poco tiempo después, falleció el Ing. David Pereira y quien no asistió por el duelo de su madre.
Hoy, desde mi cuarentena familiar por COVID-19, me informan que murió Carlos Salazar Guardia, quien fue compañero de nosotros y conocimos por sesenta y seis años. Es más lo que podemos decir sobre anécdotas sobre nuestra infancia y juventud, que de sus servicios al Estado y a la empresa privada; ya que en toda tertulia que estábamos no importaba cuánto logro personal alcanzamos, sino esas andanzas, que el pie, “desde la infancia, ... recorrió”.
Carlos, nuestro compañero desde el kínder, no fue uno más. Era único y carismático. Hijo de don Carlos, quien fue gerente de Aeroméxico y del Hipódromo Presidente Remón, como gran hípico que fue y se lo inyectó a su hijo, hoy difunto, y nieto del mismo nombre. Su madre, doña Thelma, administró el taller de Boward de Chapistería. Era sobrino del patriota padre Néstor Guardia Jaén y quien era el rector del Colegio Javier al momento de nuestra graduación, apenas tres meses después del golpe de 1968. Allí el rector habló claro y firme sobre la situación de la democracia en Panamá ante los hechos que anteceden y que mantuvo hasta después de la Invasión de 1989.
Carlos siempre fue panameñista como su padre y se enorgullecía de que su abuelo, Silvio Salazar, fuera alto dirigente del partido en Colón.
A pesar de que fuimos como hermanos, en política a veces no coincidíamos. Yo hice gestiones para estudiar una carrera militar, pero no fui considerado.
Carlitos fue un hípico a carta cabal. Desde niño en las veladas escolares era famoso por narrar carreras de caballos, igual o mejor que los locutores. Participaba de los deportes, siendo capitán de basquet del Tastee Freese, receptor en béis y guardameta en fút. Fue lobato y scout de la Tropa 9.
Como preadolescentes y adolescentes, éramos muy inquietos. Comprábamos un paquete de Mentolados y fumábamos cerca de calle 48, donde vivía, porque no dejaba olor a cigarro. Íbamos a la lucha libre y no desperdiciábamos en beber alguna pinta. Ya en los albores de nuestra graduación, no había festival bailable en el Club Unión al que no asistiéramos. Los paseos a playa Veracruz en el Simca 1000, que le dio su papá.
Cuando me casé en Calobre, fue a acompañarme en una nave de ocho cilindros, transitando en un camino sin asfaltar. Al nacer mi hijo mayor, hoy periodista, él fue su padrino.
Al regresar al país graduado en Estados Unidos, empezó a administrar el restaurante Sarti. Trabajó en la gerencia de la Glidden. Inició su empresa de contratista en pinturas, dando servicios en el área de la antes Zona del Canal. Pero su vida fue el hipódromo. Allí, junto a su padre, fue preparador, propietario de caballos y en el Gobierno arnulfista, gerente del hipódromo. Tal como lo fue su padre. Luego de ser privatizado el coloso de Juan Díaz, volvió a la gerencia por varios años, cuando se retiró.
Tuvo muchos hijos e hijas. Hombre no solo respetado, sino querido. Sus últimos años los pasó en su nueva residencia en Panamá Oeste. Por la pandemia, y que me mantiene en cuarentena como segunda zancadilla, no nos reuníamos, aunque, al menos, la magia del celular nos permitía conversar, posponiendo una cita que nunca llegó.
Carlos Manuel, cuánta falta nos harás a tus compañeros, y a muchas personas, por tu trato y manera de ser. Resérvanos un aposento para el viaje sin retorno, pero en donde nos reuniremos con nuestros seres queridos. Tú jamás morirás, porque siempre te llevaremos en nuestros corazones y nunca te olvidaremos.