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- 06/10/2018 02:00
Cuando un mandatario se desluce
De manera permanente la figura presidencial es duramente lastimada por acciones que provocan el rotundo rechazo de la colectividad. He venido señalando que el político debe estar más allá de toda duda por lo que sus actos deben reflejar objetividad, sencillez y sobre todo honradez.
El compromiso debe ser con el pueblo independientemente de su filiación política y consecuencialmente de sus intereses particulares y de grupo. No es buen ejemplo para el mundo y menos para los ciudadanos de un país que su máximo representante ponga por encima la subjetividad y menos que regatee a sus compatriotas honores y con ello torcer la historia que difícilmente un discurso puede hacer.
El caso del discurso presidencial del primer ministro de Estado panameño pronunciado en la propósito de la No. 73 Asamblea en la ONU, cuya duración de diez minutos produjo la exclusión de Omar Torrijos y la exaltación del exmandatario norteamericano, James Carter, dejó un sabor muy amargo. A lo tuyo con razón o sin ella —dice un adagio— aun cuando puede no haber identificación ideológica ni política con la parte adversa.
Si bien J. Carter aportó para el logro de los tratados que en parte es identificado por su nombre, también lo hizo O. Torrijos, cuya presencia por la parte panameña es trascendente. Lo actuado por el presidente panameño en esa Asamblea —acéptese o no— tocó la sensibilidad del hombre panameño, promoviendo con ello un sentimiento antinacional. Nos parecía ver el resurgimiento de la política del ‘Big Stick' y la apurada necesidad de presentar una buena cara al imperio estadounidense —en momentos en que hay de su parte— mucha reserva y hasta incomodidad por la pretendida instauración de la sede de la embajada china a orillas del Canal de Panamá.
En estas dos últimas actuaciones el presidente Juan C. Varela ha afincado su marcado interés por esos imperios, sin importar el saldo que deja para la conciencia nacional. Pero distinta a su intención, lo que promueve cada vez más es el fortalecimiento de esa conciencia, que no discrimina, porque tiene como supremo norte el interés de la nación panameña y el soporte de una patriótica historia construida a sangre y fuego por la población.
Se fue mezquino con el panameño O. Torrijos y por supuesto con la historia nacional, porque siempre ha estado en las mentes de los sectores de poder económico y político su aquiescencia con el imperialismo norteamericano. Allí está, la historia nacional que no miente, para demostrarlo. Entonces, digamos, que nunca fue casual el interés —durante la pasada administración— por obviar el curso de la Historia de las Relaciones de nuestro país con los EE.UU. porque se trataba de esconder la heroicidad del panameño en la lucha por la recuperación del Canal y su zona, y ocultar el conocimiento de la desigual relación en la etapa republicana panameña.
El cálculo presidencial —si de rentabilidad política se trata— es tremendamente pernicioso. El contenido del discurso —a mi juicio— ilusorio, alejado con bastante distancia del Panamá que hoy existe, pone en situación muy difícil la figura presidencial y al colectivo político del que es parte, justamente en las cercanías de las próximas elecciones generales. Digamos, sin ambages: ‘honor a quien honor merece'.
DOCENTE UNIVERSITARIO.