Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 12/05/2020 00:00
¿Por qué debemos apoyar a la Policía Nacional?
Antes de que el coronel Remón, emulando a su amigo dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, cambiase el nombre de la Fuerza Pública al de Guardia Nacional, se llamaba Policía Nacional. Como consecuencia de la ascensión a su jefatura por Manuel Noriega, en septiembre de 1983, se conoció como Fuerzas de Defensa de Panamá, tomando dicho nombre de las Fuerzas de Defensa de Israel, muy relacionado con él, y que decía más sobre el espíritu castrense de aquel.
Ese último nombre desapareció luego de la caída del régimen militar, llamándose nuevamente Policía Nacional. Su primer director lo fue el coronel Roberto Armijo, quien duró dos días en el cargo, al descubrírsele en el Banco Nacional más de un millón de balboas en una cuenta de “ahorros”. Fue reemplazado por Eduardo Herrera Hassán, de amplia trayectoria en la institución, donde había jefe de escoltas del general Torrijos, enviado fuera del país por Noriega, como embajador de Panamá en Israel. Luego de la invasión, Herrera Hassán regresó. Tras intento de golpe militar que escenificó en diciembre de 1990, fue detenido y reemplazado por el abogado Ebrahim Asvat, primer director policial civil en 50 años.
Muchos han dicho que los problemas actuales de corrupción en la Policía Nacional datan de aquella época, cuando el ministro de Gobierno y Justicia, Ricardo Arias Calderón, cometió, según esos, el error de integrar la Fuerza Pública con la “misma gente” que allí estaba, lo que implicaba que todos sus integrantes fueran corruptos y violadores de derechos humanos. Algo verdaderamente absurdo. Algunos pedían que se aprovechase la oportunidad para hacer una fuerza pública nueva, destituyendo a todos sus integrantes, para conformar una como la de Miami. Imagínense: ¿pedir a los ladrones una tregua de seis meses, mientras se preparaban a los nuevos policías? Por otro lado, un visionario, como Arias Calderón, no podía mandar “al monte” a 14 mil hombres expertos halando el gatillo. Esa decisión sabia no fue muy popular a las mentes de los criticones de todo.
Así se fue creando la nueva fuerza pública, compuesta de cuatro componentes: la Policía, el hoy Senan, el Senafront y el SPI. Apenas se descubría algo ilícito o irregular, se procedía a la destitución del implicado. Arias Calderón y el directorio de la nueva Policía Nacional hicieron el mejor trabajo para que los nuevos policías tuvieran como prioridad su profesionalismo, la defensa de la democracia y el respeto a los derechos humanos. No fue perfecta, pero siempre perfectible con la buena gestión; al igual que toda entidad, está integrada por seres humanos como todos.
El rigor impuesto por Arias Calderón en el respeto de la independencia política de la Policía fue quebrantado apenas los demócratas cristianos salimos del Gobierno en abril de 1991. Endara, en reemplazo del doctor Asvat, designó al también abogado Gonzalo Menéndez Franco, quien tuvo que renunciar al cabo de cinco meses, cuando participó en acto político del Partido Panameñista, algo prohibido por la Constitución. Se hicieron otros nombramientos que no fortalecieron la institucionalidad: Toti Barés con Mireya Moscoso, quien durante Endara había ejercido simultáneamente el cargo de director del SPI y de viceministro de la Presidencia, algo ilegal. Carecía de preparación académica y la formación que requería para ese cargo. Durante Martinelli designaron a Gustavo Pérez, quien había sido separado de la institución en 1990 y logró sacar de la entidad caprichosa e ilegalmente a varios comisionados que, por su posterior reintegro legal, causaron en salarios caídos grandes erogaciones al Estado. Si bien Varela designó como director al comisionado Omar Pinzón, a través de los VarelaLeaks, se comprobó cómo este sucumbió a los intereses políticos de Varela, como lo fue el hecho de que por órdenes suyas demoró la salida de Martinelli de prisión.
La Fuerza Pública no es perfecta. Los policías y sus jefes están sujetos a muchas tentaciones, sobre todo en una sociedad donde la corrupción pareciera ser un galardón que encanta ostentar a los gobernantes y no existe el ejemplo de los altos jerarcas del Gobierno. En la medida que la entidad tenga independencia política y su profesionalismo se intensifique, profundizando sus controles internos para evitar abusos y controlar y disminuir los actos de corrupción, en esa misma forma, nos sentiremos orgullosos, al cabo de treinta años, de lo que hoy es la Fuerza Pública. No solo los que acompañamos a Ricardo Arias Calderón en el difícil proceso de ponerle fin a las nefastas Fuerzas de Defensa de Noriega.
Hoy, gracias a la pandemia que afrontamos, la Fuerza Pública, sobre todo la Policía Nacional al frente del comisionado y abogado Jorge Miranda Molina, ha demostrado que con los mismos fundamentos que se creó en 1990, la ciudadanía puede volver a confiar en quienes están llamados a preservar el orden público y la seguridad de quienes vivimos en este maravilloso país.
(Historias como esta aparecerán detalladas en mi nuevo libro, Luchar sin permiso, a presentarse en los próximos meses, al fin de la pandemia).