• 18/08/2021 00:00

Un cuento… de no acabar

“[…]; afortunadamente, la ambulancia llegó a tiempo y oportunamente entregó las dos cajas de aguacates, las tres cabezas de “pisbá” y los dos cientos de plátanos que transportaba”

Martina madrugó, era su primer día de trabajo, después de más de dos años tratando, sin éxito, de colocarse en el mercado laboral. Estirando su precaria economía, esa mañana, emocionada, decidió tomar un taxi para un traslado rápido y seguro a su nuevo puesto. La mañana era lluviosa, el tráfico apretaba un poco más de lo normal y el recorrido más lento de lo que ella esperaba. Nerviosa, estrechaba en su regazo la cartera y la bolsa con el envase de helado en el que, a manera de portaviandas, llevaba las escasas sobras de la cena que le servirían de almuerzo ese día. De pronto, el tráfico se trancó, todos los autos se detuvieron… cinco, diez minutos y nadie se mueve. “¿Qué pasa, por qué no andan?”, preguntó alterada al chofer. “Hay otro cierre de calle, doñita”, respondió con toda normalidad, mientras para ahorrar combustible, apagaba el motor y entreabría las ventanas. Ella, angustiada, comenzó a murmurar una desesperada plegaria. Observó el carro de al lado, un elegante Mercedes Benz de color negro, con vidrios oscuros, que compartía la misma suerte. “Ah, ese rabiblanco no tendrá problema”, pensó, “ya tiene suficiente plata y seguro que hasta es dueño de su propio negocio”.

Mr. Smith, en el Mercedes Benz, con el chofer de la embajada, se dirigía al aeropuerto a tomar un vuelo a Londres vía Madrid. Salió con tiempo del hotel para prevenir algún inconveniente o retraso en la terminal aérea; no podía perder el vuelo, su tiempo para la conexión en Madrid era muy ajustado. Era su visita a Panamá el último paso para concretar una inversión millonaria que aseguraba alta ocupación de mano de obra local.

Mientras, en un metrobús, que estaba más adelante, Juancito, muy asustado, sudaba frío, alarmado por los retorcijones que sentía en la barriga, algo en el desayuno le cayó mal. Dudaba, nervioso, cuánto tiempo podría soportar. Lorenzo, otro pasajero, esperaba llegar a tiempo al hospital del Seguro Social, para cumplir con la donación de sangre que exigían para la operación de su abuelita. Otros, dentro del bus, estaban preocupados por las horas de trabajo que volverían a perder y los más, ya acostumbrados a los avatares del transporte en la ciudad, iniciaban sus conversaciones en torno a la política y se desahogaban con duras críticas al desempeño del Gobierno. Muy atrás, se escucha una sirena. Con su lamento de esperanza, una ambulancia ruega paso y torpemente va adelantando entre uno y otro vehículo.

Por la radio, se enteran del motivo, mientras un enjambre de motocicletas de servicio “delivery” pasa rosando los retrovisores de los vehículos detenidos. Un grupo de enfermeras protesta por la falta de respuesta del Gobierno en el incumplimiento del pago de horas extras laboradas y acumuladas por más de tres años. Las fuerzas policiales en el lugar observan desde la acera, como invitados de honor, casi todos distraídos mirando sus celulares, algunos, por su aspecto, parecen salidos de un cuadro de Botero. Aparece un escolta que protege con un inmenso paraguas al ministro que, en corto tiempo, hablando frente a las cámaras y los reporteros, disuelve el tranque, citando a los manifestantes a una reunión en el Ministerio. Una vez más.

Luego de dos horas, el chofer del taxi arranca y continúa la carrera. Las enfermeras, que luchaban por lo suyo, incurrieron en un delito: utilizar una medida inconstitucional, la interrupción del libre tránsito.

Resultados: una nueva promesa a las enfermeras. Martina perdió el trabajo. A Mr. Smith lo dejó el avión y, muy molesto, decidió no invertir en este país. Los del bus llegaron tarde a su trabajo. Juancito se cagó dos veces y a la abuelita de Lorenzo, que ojalá esté viva para entonces, le reprogramaron la operación para el siguiente año.

Hoy ellas, mañana agricultores, luego maestros, trabajadores, estudiantes, falta de agua, exceso de basura, etc. Por falta de interés, capacidad o desidia, los servidores públicos, constantemente incumplen responsabilidades y promesas. Entonces el pueblo desesperado, infringe las leyes y utiliza los cierres de calles como única alternativa para que les resuelvan.

En estas situaciones hay dos perdedores: la confianza en el Gobierno y el pueblo que, con tranques que no solucionan, entorpecen el futuro y desarrollo del país.

Gobierno: cumplan lo prometido, o no prometan con frías mentiras lo que no pueden cumplir.

Ah, disculpen, se me quedaba en el tintero; afortunadamente, la ambulancia llegó a tiempo y oportunamente entregó las dos cajas de aguacates, las tres cabezas de “pisbá” y los dos cientos de plátanos que transportaba.

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