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- 28/10/2023 00:00
La era del 'cosismo' de Estado
Nuestro país vive inmerso y profundiza sin pausa su particular caída en la Era del cosismo, un periodo político que confunde las consecuencias de los problemas con sus orígenes, en el cual la “confrontación sobre las cosas” (los precios, los sueldos, las calles, los subsidios, la comida, los aumentos, la electricidad, etc.) ha reemplazado casi por completo el debate sobre las ideas y las instituciones y, en consecuencia, cualquier posibilidad real de solucionar los crecientes malestares del día a día, y ni hablar ya de capitalizar todo el potencial del país.
Un amplio espectro de nuestro liderazgo político, el tradicional y el emergente, vive rehén de ese cosismo que predica el estribillo de una “política concreta”, “el qué hay pa' mi”, al punto de que cuando alguien se atreve a proponer ir al fondo de una discusión o plantear una estrategia de mediano o largo plazo, genera nula repercusión.
No siempre fue así. Con sus naturales imperfecciones, nuestra sociedad fue capaz de crecer en las últimas décadas consistentemente en paz y hacer posible que miles de panameños superaran el umbral de la pobreza en décadas recientes, modernizar aspectos importantes en las condiciones de vida ciudadanas, lo fue gracias a visiones de mediano y largo plazo.
Fueron políticas que requirieron paciencia, tiempo y sobre todo, visión: el título constitucional del Canal, el Pacto Ético Electoral, la apertura comercial, la transformación de las entidades de seguridad, o la modernización bancaria, por mencionar algunas.
¿Quiénes hicieron posible que Panamá debatiera y adoptara tales políticas a largo plazo? Ni más ni menos que los partidos políticos, organizaciones sindicales, agrupaciones civiles y gremios empresariales, cuyo liderazgo tuvo clara la importancia del mediano y largo plazo. Mucho ha cambiado desde entonces.
La Era del cosismo, esa especie de “municipalización del Estado”, es el resultado de una combinación de factores que han venido aflorando hace varios lustros, y que tiene como motor principal la bancarrota operativa de las instituciones, que fallan una y otra vez a los ciudadanos, abriendo la brecha a las soluciones 'cositas' .
También se apalanca en el hecho de que cuando reformábamos en su momento la arquitectura económica y electoral del país, no tuvimos la valentía de hacer lo propio con la educación, lo que hoy explica que gran parte de la demanda ciudadana se centre más en “cosas”, y mucho menos en el desarrollo sostenible de su vida y la creación de oportunidades.
En este sentido, y aunque no me sorprendió, no deja de ser tremendamente confirmador que las principales exigencias de las protestas de julio pasado hayan gravitado largamente y dado como resultado listados de tareas (cosas no realizadas), que en lugar de prometer una mejor vida para sus ciudadanos, solo constatan la inoperancia de las instituciones, y la predominancia profunda de la Era cosista.
Estas y otras condiciones, sumadas a la nefasta simplificación de la discusión política incubada en las redes sociales, ha propulsado el imparable ascenso y captura de las instituciones por parte del poder legislativo, ente que personifica como ningún otro la Era cosista.
Por la pura necesidad de subsistencia (reelección cada cinco años), las autoridades electas necesitan como el agua de la política “del-ya-pa”, y en ese camino han cooptado en su telaraña cosista primero a sus propios partidos (adiós a los debates y disensos); luego a muchas instituciones (la Comisión de presupuesto es el MEF de facto); y ya falta poco para la toma del Estado al completo (ojo a las elecciones del 2024).
La agenda legislativa -rápidamente transformándose en la agenda real del Estado- se revela escasa de ideas y repleta de “cosas”. Esos discursos (perniciosamente agresivos algunos), esas actitudes y las acciones del Cosismo han reducido a casi nada los espacios de pensamiento y discusión a fondo que logramos erigir en algún momento.
También han alejado las necesarias referencias intelectuales o ideológicas que necesita toda sociedad. ¿Quiénes son hoy los referentes intelectuales del sector privado? ¿Dónde están los pensadores de los partidos políticos? ¿Puede la sociedad civil y el sector académico participar del proceso de política pública? ¿Qué espacio tendrían hoy Carlos Iván Zúñiga, Ricardo Arias Calderón, Dora P. Zárate, Rómulo Bethancourt, Raúl Leis, Ricarte Soler, entre otros tantos pensadores?
Lo más dramático de la Era cosista es que se funda en la falsedad de que “resuelve los problemas del ciudadano”, cuando en realidad solo los empeora, porque con cada “solución inmediata” se aleja un poco más la de fondo, la verdadera.
Ya sabemos, para nuestros políticos es más fácil imponer un precio tope a las medicinas, que encarar el fracaso de lo costoso del sistema de salud, o congelar el precio de la canasta básica, que hacer nuestra agricultura competitiva, o ignorar el estado calamitoso de la educación oficial para fijar la atención en los precios de la particular.
La realidad con la cual se seguirá estrellando el ciudadano, sin embargo, es que la salud, la educación, el combustible, la comida, los bienes y todos los servicios que necesitamos para vivir a plenitud (y por los que pagamos un dineral en impuestos y cuotas) solo seguirán siendo peores y cada vez más costosos si como país no somos capaces de volver discutir y diseñar estrategias de largo plazo, implementadas por instituciones que sean respetadas y se den a respetar.
Aunque sea inconfesable para el cosismo, no hay precio tope a canasta básica o la gasolina que resuelva el problema de fondo que significa el agotamiento global de los combustibles fósiles, y su impacto en lo que comemos.
El otro daño irremediable que provoca la obsesión de “lavar la sábana para bajar la fiebre” es el costo de oportunidad que implica dejar de tomar acciones de fondo. Mientras nuestros tomadores de decisión discuten sobre la composición de la carretilla del supermercado, el mundo sigue girando hacia las energías limpias, la exploración del espacio, la nanotecnología, las ciudades sostenibles, la telemedicina, el bienestar y la salud mental, la inteligencia artificial, el comercio digital, la recuperación de los recursos naturales, la protección de los derechos humanos. ¿Cuándo fue la última vez que el amable lector escuchó sostenidamente de alguno de estos temas en la discusión política panameña?
¿Qué futuro nos depara el cosismo? En la medida que “la carretilla del supermercado” se haga más grande, nuestro porvenir estará marcado por más desasosiego. La proliferación de demagogos y populistas, en fin, más inestabilidad y el inevitable rompimiento de algunos de los tres ejes vitales del desarrollo: el social, el político, o el económico.
No hay solución fácil para el cosismo de Estado porque no es un acto, sino un proceso. Uno que va creando un comercio de lo público, y como tal establece un sistema de vendedores y compradores que van a defender a rabiar sus beneficios. Solo con liderazgo será posible hacerle frente y derrotarlo. Liderazgo y valiente, vale precisar.