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- 24/11/2022 11:24
¿Correcciones al Himno Nacional?
Mediante las redes sociales de la Alianza Literaria de Panamá me enteré de que el escritor Álvaro Valderas realizaría la videoconferencia El lenguaje del himno nacional de Panamá, en la que, entre otros puntos, se trataría la posibilidad de adecuar la letra del himno a la ortografía vigente. El tema no me despertó especial interés hasta que esa misma semana leí en un grupo de WhatsApp, del mismo gremio literario, al escritor Francisco Moreno manifestando su descontento, ya que lleva muchos años publicando cada noviembre un artículo sobre errores en el himno nacional panameño, el cual: «solo necesita que se le cambien dos palabras en dos versos para que diga lo que los padres de la patria querían que dijeran nuestros niños cada vez que lo cantan en las escuelas».
Confieso sin tapujos que, en mis años como profesional y docente universitaria, nunca había escuchado la necesidad, ni tampoco la posibilidad, de corregir la letra del himno de una nación, por lo que decidí participar de la conferencia, en la que se desarrollaron temas sumamente interesantes: antecedentes, versiones, el léxico y el significado del himno; así como panameñimos y la curiosa construcción del panamane, una especie de esperanto panameño fruto de la inventiva de Manuel E. Amador.
Durante la actividad, algunos de los participantes manifestamos nuestro asombro ante los descubrimientos y aportes del especialista, quien nos acercó con ojo crítico a la lectura de la letra de nuestro himno y desveló algunas situaciones relacionadas con su redacción y sintaxis, que podrían atenderse con solo colocar puntos y comas en los lugares adecuados. No obstante, el tema que se apoderó de todas las mentes esa noche fue el relacionado con una palabra que venimos cantando por generaciones y que no aparece en el diccionario con el significado que en el himno se le supone, por lo que, de acuerdo con lo que el experto nos indicó, somos el único país con un himno en que aparece una palabra inventada.
No es mi propósito defender o adversar puntos de vista de profesionales de merecido respeto, por lo que no entraré a describir, ni a discutir, los detalles de sus sugerencias. El artículo de Moreno, viene siendo publicado por diversos diarios y medios digitales desde 2016 y Valderas tiene en el mercado un libro que se titula igual que su conferencia. Tampoco pretendo dar pie a un debate nacional sobre si debiésemos «corregir», o no, nuestro himno. Si bien en mi ejercicio profesional instruyo sobre temas de protocolo y ceremonial de Estado, lo que incluye el uso adecuado de los símbolos patrios, no pretendo ser una autoridad en el tema. Podría decir que me mueve una natural suspicacia, esa misma que anida en la mente y corazones de la mayoría de mis coterráneos panameños y que, para muchos de nosotros, ya es casi una actitud hacia la vida.
Es esa inclinación hacia el recelo y la sospecha ante todo lo nuevo y diferente, cosa que cualquier ser humano puede observar, lo que verdaderamente me impulsó a participar en la videoconferencia, a profundizar en el tema y a investigar lo que sucede al respecto en otras latitudes.
Haciendo una simple búsqueda en internet encontré que, en Francia, por ejemplo, regímenes como el napoleónico o el de Vichy intentaron sustituir la Marsellesa por otras melodías menos agresivas, que en España se han presentado propuestas para ponerle letra al himno (que nació como una marcha para acompañar desfiles militares) y que, más recientemente, en México, una comisión de expertos sentenció que el himno no es belicista ni sangriento y que no contiene palabras en desuso, sino que existe ignorancia y falta de educación al respecto de su letra y significado. Casos similares (relacionados incluso con otros símbolos patrios) se pueden constatar en otros países y latitudes, desde Colombia a Perú, de Alemania a Nueva Zelanda. No se trata, pues, de un asunto arbitrario o antojadizo, sino de una necesidad natural de sintonizar, de hacer coincidir el símbolo con la situación y sentimientos nacionales de una época. En el contexto actual, vivimos tiempos en los que en el mundo entero se elevan voces a favor del revisionismo o estudio crítico de los hechos históricos y los relatos oficiales, con el fin de reexaminarlos y reinterpretarlos. Algo de lo que no escapan los símbolos nacionales.
En nuestro país, mi navegar por la red me llevó a «La canción sagrada» (Panamá-América, 5 de octubre de 2014) de Héctor Collado, que manifiesta la importancia del himno y su correcta interpretación en escenarios deportivos, asimilándole características místicas, convirtiéndolo en una especie de talismán que, cuando no es bien interpretado, nos condena a la derrota en competencias internacionales. Me identifico con la perplejidad del autor ante el desdén con el que algunos se asoman a nuestro himno por considerarlo incomprensible, «con tanto florilegio, ininteligible para quien no reflexione sobre el contenido y los significados del texto». Y esto, precisamente, me lleva de vuelta a la conferencia. Una de las cosas que más me impactó de esa sesión fue el descubrimiento de que nos acercamos a este símbolo con tanta reverencia que nos resulta imposible concebirlo como una construcción humana y, por lo tanto, lo vemos inmune a fallas o errores. De otro lado, aunque podamos considerar que puede ser perfeccionado, reconocemos en él una composición poética y, como tal, hemos aprendido a recitarla al pie de la letra, sin analizar su contenido ni significado, porque entendemos que el artista tiene licencia para ajustar sus versos a una cierta medida y rima. Entonces, ¿quiénes somos nosotros para modificar lo que el arte, la costumbre, la educación y el amor por la patria han convertido en algo tan sublime? Dejo abierta la pregunta para quienes quieran seguir explorando este apasionante tema.
De hecho, estas simples cavilaciones han abierto, para mí, un sendero por el que espero caminar por largo rato.