• 29/12/2022 00:00

Clientelismo estructural o culpemos a los jamoncitos navideños

Comúnmente se habla del clientelismo como una práctica en la que interviene un político candidato a puesto de elección popular-sea de representante de corregimiento, diputado o alcalde-y la gente con carencias para satisfacer sus necesidades personales y familiares más apremiantes.

Comúnmente se habla del clientelismo como una práctica en la que interviene un político candidato a puesto de elección popular-sea de representante de corregimiento, diputado o alcalde-y la gente con carencias para satisfacer sus necesidades personales y familiares más apremiantes. Esto se asocia a “jamones” para navidad, “bonos de supermercados”, regalos de estufas, televisores y demás artefactos, en fechas de conmemoración de fiestas patronales, día de las madres, entre otros.

Aquí, se ha distorsionado el concepto científico social de clientelismo soslayando sus rasgos estructurales. Por un lado, se difunde en los medios radio televisivos como típico de una relación que se da esencialmente entre individuos. En realidad, este hecho es sociológico y además, estructural. Opera con arreglo al funcionamiento de un tipo de sociedad caracterizado por la acumulación privada de riquezas, teniendo al Estado y sus aparatos jurídico-políticos como palanca principal. Es atípico que la estructura clientelar esté organizada para propósitos de alcanzar el bien común. Al fin y al cabo, manifiestos propósitos de enriquecimiento, de unos que entran en relación clientelista con otros que buscan satisfacer sus intereses de sobrevivencia u otros que buscan satisfacer sus intereses de acumulación, también privadas. Esto nos lleva al segundo rasgo que cabe mencionar aquí.

En realidad, se trata de una relación mercantil entre grupos de intereses, no de relaciones interpersonales, aunque al final utilice esta forma. Esta relación mercantil, ya lo hemos descrito en otras ocasiones, se entroniza en la cultura política panameña desde el momento en que Rodolfo Chiari desarrolló su campaña electoral y asumió la presidencia del gobierno en aquella fecha.

Es precisamente desde esta época-hasta 1968 y luego desde 1984-cuando se hace más reiterativo en las campañas electorales, crecientes intervenciones de capitales privados y la relación entre los políticos electoreros y las empresas monopólicas y oligopólicas. Diversos colegas de las Ciencias Sociales confirman de la activa intervención de los dueños de ingenios azucareros, compañías de seguros, la todopoderosa compañía bananera, las empresas cerveceras y licoreras, entre otras, que hacían parte de este tipo de relación clientelista, de esencia mercantil. Aquí, no vemos jamones ni tanquecitos de gas como objeto de intercambio para generar compromisos de votos en favor del candidato o candidata. Más bien, el potencial presidente, diputado o alcalde, ofrece su lealtad a ese “inversionista” para cuando asuma el puesto estatal; a cambio, demanda que en el período electoral fluyan montos de capitales en sumas crecientes para su campaña. Este “cliente”, verá crecer su “inversión” a través de proyectos, leyes o decretos favorables a su actividad.

Lo que se confirma en esto es una red de influencias mercantilizadas, en las que el capital privado determina un mayor grado de influencia (poder) en la estructura clientelista. Esto nos lleva a identificar un tercer rasgo estructural, que permea a todos los engranajes del Estado y no únicamente es resultante de una relación entre un político y la gente con carencias económicas.

Nos referimos a que, los políticos clientelistas buscan ejercer el gobierno del Estado, pero esto está condicionado por el lugar que ocupan en la estructura de clases y estratos sociales. Mientras su posición en esta estructura de clases es de mayor poder en el sistema de producción económica, más intervendrán en los órganos del Estado con mayor decisión (Judicial, ejecutivo y legislativo) y menos en los puestos de elección de gobiernos locales; a estos, más bien, los despreciarán. Es más redituable, ser agente del gran capital en las esferas de fallos definitivos en el órgano judicial que en las reyertas de Alcaldías y jueces de paz. Un fallo definitivo en la corte a favor de millonarios corruptos beneficia más contundentemente que responder las demandas en fiscalías por actos delictivos contra el tesoro público o el patrimonio natural del pueblo.

Así, el clientelismo es estructural por cuanto manifiesta ser efecto relaciones de estructuras de clases sociales. Las entregas de jamones y similares, no determinan un comportamiento clientelista, más bien, son resultado de un patrón de acumulación privada parasitaria, en el que los más grandes acumuladores de capital, y no el pueblo, se llevan las tajadas mayores. Lo preocupante es, que una estructura clientelar fomenta la participación en el Estado no solamente de parásitos sociales y delincuenciales, sino de los menos idóneos técnica y éticamente para la gestión pública, con lo cual profundiza la espiral del deterioro social.

Sociólogo y catedrático investigador de la UP
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