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- 26/12/2022 00:00
Chile: 30 años después
Regresar a reencontrarme con mis afectos, detonó la decisión de regresar a Santiago. Construí memorias a finales de la década de los años noventa, antes de la invasión de los Estados Unidos a Panamá en 1989. Egresé del Instituto de Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En esos años viví el desmantelamiento de la dictadura militar, el ejercicio popular permitió la vuelta a la democracia; tiempos convulsos e interesantes. Esas memorias, espacios y afectos en el sur, decidí volver a ellos para recordarlos.
Junto con Patricia planeaba participar en la Conferencia, organizada por la Iniciativa Global por los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (GI-ESCR). Allí se reunieron representantes de movimientos sociales, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil de todo el mundo, para articular una agenda común en torno a temáticas sectoriales como salud, vivienda, agua, educación y justicia económica, entre muchas otras; y temáticas transversales como el enfoque de género, la justicia climática y el dominio público democrático. La COVID-19 no me dejó participar en la conferencia. No viajé miles de kilómetros a hacerme hisopados. Pasé de ello y de los encuentros. También he decidido fluir en la vida sin obstáculos.
Viajamos al litoral central, junto a Pamela. Compartimos la cotidianidad del buen vino, largas pláticas y estupendo marisco. Recordar sirvió para validar afectos. El buen clima, el paisaje agreste, la sorpresiva vaguada matutina, el sol y los amigos fue lo mejor.
La ciudad ha cambiado. Mi primer encuentro fue con una pareja de haitianos, quienes nos prepararon un “completo” a los acordes de música antillana. Allí se devela una imagen urbana y social resultado de la gran migración desde Haití, Venezuela y Colombia a esa ciudad. Fuentes de la BBC, reportan, desde 2010 hasta 2017, el ingreso de haitianos a Chile de apenas de 988 personas al año, a 110.166, según cifras recopiladas por el Servicio Jesuita de Migrantes (SJM) con información de la Policía de Investigaciones (PDI). La Avenida Bernardo O Higgins, a la altura de Estación Central, las otrora y palaciegas construcciones decimonónicas del auge salitrero, hoy me susurran en creole ante el fracaso del modelo económico neoliberal. No muy lejos, carpas improvisada, de manera precaria, albergan cuerpos y almas que buscan esperanza detrás de la quimera migratoria. Sí, la ciudad había cambiado.
El fenómeno migratorio no es exclusivo de Chile, es global. Panamá registró, para el 2022, el paso de cerca de 220,000 personas migrando hacia el norte, atravesando la selva del Darién. Según el Ministerio de Seguridad de Panamá, las principales nacionalidades de migrantes que cruzaron el Darién en 2022 fueron: venezolanos (148.953), ecuatorianos (21.535), haitianos (16.933), cubanos (5.530) y colombianos (4.876). Panamá es el paso de norte a sur de la gran ola migratoria que ve sus esperanzas cifradas en la quimera del sueño americano. Muchos de los migrantes haitianos expulsados de Chile toman la ruta de Panamá para llegar a los Estados Unidos. Panamá y Chile comparten historias.
El centro de la ciudad está marcado por un deterioro físico resultado de la decadencia de una sociedad en crisis. Después el estallido social de 2019, la mayoría del comercio de bienes y servicios sobre el eje de La Alameda se encuentra impactado por la merma económica visible y acentuado por la informalidad. Me contaron taxistas y transeúntes que la inversión en el mobiliario urbano destruido no vale la pena. La municipalidad las repara, las vuelven a destruir, mejor que se quede así “. Un entorno deteriorado genera una depreciación del suelo por externalidades negativas, condición que aprovecha el mercado inmobiliario. Se ha producido en el centro, ghettos urbanos de alta densidad como respuesta a una necesidad de vivienda social. Se construye vivienda, pero no se hace ciudad. Algo pasa más allá de lo visible. Intuyo que un proceso de deterioro social y espacial que no está siendo documentado y analizado a profundidad. Lo cierto es que el Centro se deteriora poniendo en riesgo el rico patrimonio arquitectónico. La ciudad del XIX es reemplazada por torres de vivienda social de gran altura.
El tema de la Constituyente también me sorprendió. “Muchos cambios de un solo golpe”, me decía Lucia, operaria de una sala de belleza. Otros, me indicaban que “faltó más información” …” Creo que los temas iban a ser consultados en bloques y que habría más consulta, luego”. Lo cierto es que la oportunidad de un nuevo pacto social se perdió por falta de información, desconocimiento del proceso, o sencillamente por miedo al cambio. Este tema necesita más análisis y profundidad.
Claudia viajó desde Valdivia y con ella recorrí pasos y las memorias bajo el parral y los tiempos de zorzales. Visitamos la escuela, subimos al San Cristóbal y nos afirmamos en el cariño de siempre. Parece que no hubieran pasado 30 años. La noche cayó y Mariza nos arrulló con la lírica del fado en el Teatro Nescafe de las Artes. La imagen escénica de la más importante cantante de música portuguesa fue la nota que vibró. El festival de Fado en Santiago fue el contexto revelador: esa mujer, mitad África y mitad Portugal. Chile presiente y se prepara para un escenario de fusión cultural que solo puede ofrecer más sorpresas que desasosiego.
Santiago se mueve entre las fuerzas de un modelo que no solo fracasa para ellos sino para todo el continente. Santiago vibra con una nueva fuerza del aporte cultural y étnico de nueva sangre. La ciudad al pie de monte de la cordillera se teñirá de más color y empujará a Chile a encontrarse con otro momento. A diferencia de Gardel, no me siento fracasado en mi retorno. Los días no se esfumaron, sino que encendieron la vida, para decir que con alegría que 30 años, sí han sido todo.