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- 06/03/2022 00:00
¿Cómo eran los carnavales de antaño?
Leí, en días pasados, un artículo que, a principios de la década del 90, escribí, de cómo se realizaban los carnavales en esa época. Él trajo a mi memoria y seguramente, a la de los amables lectores, grandes recuerdos:
“Mi costumbre ha sido pasar los carnavales, como la inmensa mayoría de los panameños, en el interior del país. He disfrutado y me he divertido mucho en “Las Mendozas” de Penonomé. He recorrido, muy mojado, los culecos de Las Tablas, y los bailes de Calle Arriba y Calle Abajo, que son muy conocidos.
Los “tranques de Capira” no me son ajenos, ni las actividades en las regiones chiricanas. He compartido con los otros “turistas” que emigraron de la ciudad capital, la alegría contagiosa, la hospitalidad espontánea y muy sincera del interiorano; la belleza de sus mujeres, lo lúcido de sus comparsas y la vistosidad de sus disfraces; los interminables bailes hasta el amanecer y las contagiosas tonadas de las murgas que nos dejan resonando sus melodías muchos días después del Miércoles de Ceniza.
Son experiencias que enriquecen, sin la menor duda, el pasado de una persona.
En esta ocasión me quedé, por primera vez, en la ciudad capital, por circunstancias ajenas a mi voluntad. Pensé que añoraría el carnaval interiorano; ¡qué sorpresa más grata experimenté! Créanlo, nunca lo pasé mejor. Fui rey, sin título y sin que nadie me nombrara. Tenía muy pocos súbditos, por lo que pocos me vieron, nadie me molestó y menos incomodó. Pude, en medio de la soledad carnestoléndica capitalina, meditar mucho, leer bastante, trabajar poco y divertirme todo lo que quise.
Reiné como pocos soberanos; la ciudad era mía, al igual que sus calles y avenidas. No había buses, ni taxis que pusieran en peligro mi vida o alteraran mis nervios. En los bares y restaurantes, fui un cliente muy mimado; en el golf (mi deporte favorito) no tenía a nadie jugando adelante o detrás de mí haciéndome perder la concentración. Los supermercados estaban repletos de mercancía y no había filas ni para adquirirlas ni para pagarlas.
En los teatros, pude entender, sin ninguna dificultad, la película. No había niños corriendo por los pasillos, ni nadie te hacía parar de tu asiento en busca de una butaca vacía.
Fui por cuatro largos días, rey, con los privilegios y sin la responsabilidad. El jueves, al volver Panamá a su ritmo normal de vida, añoré con gran tristeza esos cuatro días. Traten ustedes de ser también, amigos míos, reyes, aunque sea por solo cuatro días. Ni mi espíritu ha perdido el entusiasmo por compartir las alegrías, ni soy misántropo, pero vale la pena, ser, como les digo, reyes de una ciudad”.