• 28/04/2014 02:00

La campaña interminable

‘Menos mal que el Tribunal Electoral ha decidido darnos un respiro antes del día señalado’.

Muchos panameños están deseando que llegue pronto una fecha inexorable, la del próximo domingo 4 de mayo, y no precisamente porque marca la entrada de la estación lluviosa ni el reverdecer de los pastos. La razón es que se ha producido un hastío, por no llamarlo saturación, de cuñas publicitarias, que, al ser tan costosas, alegran el bolsillo de los medios visuales, escritos y radiales. Con amplio despliegue en el aire de banderas y carteles, hemos escuchado diariamente varios discursos y especialmente un rosario de promesas, cuyas cuentas le han dado varias vueltas al mundo. Hay que reconocer que contamos con un prestigioso elenco de creativos de publicidad, porque algunas cuñas han sido realmente ingeniosas, así como ese arte, y así lo denomino de veras, de las caricaturas, siendo las mejores un buen tesoro para los coleccionistas.

Para evitar el cansancio del electorado, ante el amplio abanico de sueños que le han dado al pueblo esperanzas para sus necesidades y espoleadas las ilusiones para resolverlas, creo que los aspirantes a puestos públicos de elección popular, con un sentido del ahorro similar a todas las otras buenas costumbres que, como hemos visto, les fueron inculcadas en sus hogares, podrían proponerle conjuntamente al Tribunal Electoral que la campaña electoral gozase de una mayor brevedad. El origen de las campañas interminables se retrotrae a las épocas iniciales de la República, cuando los periódicos no circulaban a nivel nacional y sus tiradas eran exiguas, no poseíamos en nuestro suelo carreteras ni caminos, no surcaban el aire las ondas hertzianas de las emisoras ni había aparecido la televisión, que comenzó en 1960 y fue la culminación del hedonismo. Si antes las novelas se leían, luego podían escucharse y ahora, con la caja mágica, se podía ver el llanto de las personas buenas, debido a las maldades de las villanas. Las primeras campañas republicanas para atraer votantes, se hacían mediante entradas gloriosas a caballo, a veces bajo arcos de triunfo de cartón, que luego se trasladaban a otros pueblos. Tengo entendido que fue José Antonio Remón, candidato presidencial en 1952, el primero que recorrió toda la geografía nacional, a lo largo de la cual dejó algunas peinillas y camisetas con su nombre, hecho nada comparable con las refrigeradoras, estufas y jamones que, junto con materiales de construcción, obsequian hoy a borbotones los candidatos del oficialismo.

Actualmente, Panamá, con sus casi 78,000 kilómetros cuadrados, es un país que se recorre con gran facilidad por aire, mar y tierra, contamos con una decena de periódicos, varias televisoras, muchas emisoras y amplias redes sociales. No se requiere de tanto tiempo para conocer a los candidatos y sus planes de gobierno. En países mucho más extensos que Panamá las campañas electorales cuentan con fechas de inicio y terminación de las mismas y los períodos suelen ser de un par de meses, considerados más que suficientes. Alguna vez me he preguntado si es que nosotros los panameños padecemos de tan mala memoria, que nos impide retener los rostros y las promesas de los aspirantes y que por ello necesitamos que nos repitan una y otra vez los deseos de transformación que sustentan sus aspiraciones. Menos mal que el Tribunal Electoral ha decidido darnos un respiro antes del día señalado. Desde el jueves pasado se nos ha liberado de la presión de las encuestas que, al ser dispares, siembran más dudas que certezas. A partir del primero de mayo ya no se pronunciarán más discursos y podremos ver las noticias y los programas sin decenas de interrupciones de índole política, con la salvedad de la misa dominical, que, gracias a Dios, es el único programa que se presenta incólume. Desde el sábado 3 hasta el lunes 5 de mayo se impondrá la ley seca. Como en Panamá el realismo mágico existe desde tiempos inmemoriales, mucho antes de que García Márquez lo describiese y se considera que el alcohol es capaz de trastornar la tranquilidad y suscitar la violencia, es tradición aplicar la ley seca en Viernes Santo y en el día electoral. Entiendo la abstinencia mientras transcurre el día de la tensa y silenciosa espera, pero comprendo que cuando se anuncien los resultados, en la alta noche del 4 de mayo, más de un tercio de los que votaron querrá hacer su brindis, porque para ellos habrá estallado la victoria.

ABOGADO

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