• 14/01/2021 00:00

Borges y la democracia

“[…] aquella válvula de escape que nos proporciona el sistema para deshacernos de los malos gobernantes, mediante elecciones periódicas y directas, se ha convertido en otra de las falacias de las “democracias plebiscitarias”.”

El 8 de septiembre de 1976, Joaquín Soler Serrano, conductor y presentador del programa cultural español “A Fondo”, entrevistó al maestro de la literatura, el argentino Jorge Luis Borges. El sentido de aquel maravilloso encuentro pretendía acercar y desmitificar al autor de tantos cuentos memorables, frente al público de habla hispana.

Como era de esperar, Borges estuvo genial, fue sencillo pero categórico. Transitó con soltura y agudeza por los misterios del saber, la sicología humana, la historia y la cultura universal. Con su elegancia y perspicaz comprensión, propuso una interpretación novedosa de los grandes maestros de la literatura. Recitó con solvencia a Whitman, Conrad, Goethe, Cervantes, Kipling, Schopenhauer. En fin, todo aquello resultó una invitación a la inteligencia, la creatividad y, sobre todo, a presenciar un fenómeno que hoy en día nos resulta excepcional; es decir, cómo pueden convivir en una sola persona, el talento que ofrece el intelecto y la imaginación, junto al toque perfecto que brinda la sencillez y una inquebrantable honestidad.

Pero en un giro inesperado de la entrevista, Joaquín Soler Serrano incursionó en los terrenos de la política, y sin mayor formalidad le preguntó: “¿Qué opina de la Democracia?”. Borges, con esa sutil precisión, sentenció: “La democracia es un abuso de la estadística, nada más. No creo en la democracia. Pero posiblemente, al decir esto hablo como argentino. No creo en la posibilidad de la democracia argentina. Pero posiblemente en otros países puede haber democracia y las hay, desde luego, pero en esos países, no importa que haya democracia o haya otra cosa”. Borges fue más enfático cuando agregó: “Sobre esto, no tengo ninguna solución, pero de momento, lo único conveniente sería postergar las próximas elecciones, unos 300 o 400 años y después de eso, no se me ocurre ninguna otra solución, aparte de tener un Gobierno fuerte y justo y un Gobierno de Señores y no de Hampones”.

Así de categóricas fueron sus objeciones y es que no podía ser de otra manera, cuando con anterioridad había confesado su anarquismo moderado, el cual lo hacía creyente del individuo y no del Estado. Que quede claro, esta clase de anarquistas no pretende la desaparición del Estado y sus organismos e instituciones representativas, pero sí abogan por su reducción en el sentido más elemental del concepto.

La razón que hace plantearnos el debate, pasa por confrontar aquella posición Borgeana, frente a la necesidad que impone nuestro tiempo, en el sentido de valorar constantemente, tanto la legitimidad como la eficacia del propio sistema político; no sin antes advertir en esta polémica, la injerencia de un falso dilema que pretende condenar a cualquier espíritu que decida censurar o fustigar las instituciones democráticas, fuera de lo que se tolera dentro de la cultura de lo “políticamente correcto”.

Precisamente, este margen de tolerancia se va fraguando en el mismo momento en que el ex primer ministro británico Sir Winston Churchill, postulara que: “La democracia es el peor sistema de Gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”. Si partimos de esta idea, debemos suponer entonces que, el único camino será insistir en el perfeccionamiento de las estructuras que fundamentan el propio sistema democrático; sin embargo, nuestro posmodernismo y su revolución tecnológica deben permitir nuevas posibilidades para regular nuestra convivencia social y política, y así alejarnos de esta cruel encrucijada que nos obliga a conformarnos con “lo mejor de lo peor”.

Cualquiera camino que se presente no debe impedirnos reflexionar sobre la hipótesis Borgeana, cuando se refiere a “La democracia como un abuso de la estadística”. Si tomamos como parámetros las características y los resultados que se desprenden de las llamadas “democracias procedimentales”, avalaría en toda su dimensión el pesimismo de Borges. Estos demócratas, solo se afincan en las cuestiones de forma y no de fondo, pues amparados en las decisiones de las mayorías, ya no les importa el impacto social de sus políticas públicas, mientras el sistema continúe legitimándolos. Aquellos tecnócratas, se conforman con mimetizarse en las gélidas cifras de las estadísticas para eludir la solución real y efectiva de las enormes y profundas contradicciones materiales que sufren nuestros pueblos.

Estoy seguro de que el tiempo en Borges está determinado por lo fantástico y metafórico, por lo que 300 o 400 años, deben significar una dimensión distinta a la nuestra. Lo cierto es que, aquella válvula de escape que nos proporciona el sistema para deshacernos de los malos gobernantes, mediante elecciones periódicas y directas, se ha convertido en otra de las falacias de las “democracias plebiscitarias”. La lógica de este andamiaje solo pretende mantener en la conciencia de los gobernados la falsa percepción del ejercicio de un poder soberano; mientras que, al tiempo de aquella delegación, desaparece cualquier posibilidad para participar en las cuestiones trascendentales de sus propias vidas.

Lamento que, después de tantas décadas, aquel llamado borgeano para construir Gobiernos fuertes y justos todavía no haya calado en la conciencia general, y lo peor es que, en el transcurso del camino, la humanidad perdió a uno de sus más célebres habitantes, y quizás, el único capaz de asistirnos para construir un ALEPH, en el que sean los “Señores” los que se dediquen a la política, y no los “Hampones”.

Expresidente del Colegio Nacional de Abogados de Panamá.
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