• 29/07/2024 23:00

Arte y sabiduría

[...] la libertad del arte tiende a romper los moldes tradicionales impuestos por académicos porque si la realidad es una y la misma, no así su interpretación que es infinita y solo limitada por la intensidad y enseñanza vital de cada artista y sus obras de arte [...]

Los grandes museos enciclopédicos del mundo occidental guardan y exhiben en sus vistosas galerías miles de creaciones artísticas de todos los tiempos, llenándonos de un placer y admiración ilimitada, por tanta belleza misteriosa y estética acumulada allí para nuestro deleite.

El gran público cosmopolita que circula por el Louvre de Paris, el Museo Metropolitano de Nueva York, el Hermitage de San Petersburgo, el Museo Británico de Londres, el Museo del Prado de Madrid, el Uffizi de Florencia o los Museos Vaticanos entre los principales y más famosos, suele visitarlos a modo de una peregrinación cultural e intelectual, muchas veces sin percatarse del espíritu universal que los anima y de la particularidad de cada uno de ellos.

El alma de las edades, infinitamente distante de esos rincones y recodos de sus paredes, flota y se posa sobre nosotros cuando menos lo esperamos, al verla representada particularmente en una obra pictórica o escultórica que capte detenidamente nuestra atención, si bien igual pasa al tener nosotros contacto con la literatura, la música, la danza, el teatro y demás bellas artes que le dan gozo a nuestros sentidos superiores de vista y oído.

Pero para comprender la relación entre el arte y la sabiduría, nada mejor en el campo visual, que contemplar un cuadro de El Greco (1541-1614), ese pintor cretense - español de inspiración personalísima y frenesí espiritual, creador de ensueños, que encontró en Toledo del Siglo XVI el lugar ideal para su temperamento y talento único, pues allí pintó con excelsa sabiduría, todas sus obras maestras.

Una de estas recién llegada en 1577, es su pintura “El Espolio”, en el altar mayor de la sacristía de la Catedral de Toledo, con un Cristo Salvador, mártir y hombre, vestido de rojo, grandioso protagonista, ocupando todo el centro del cuadro, con una pléyade de rudas cabezas soldadescas coronadas de lanzas y alabardas, perfecto trasfondo oscuro y sombrío para el semblante iluminado y radiante de Jesús, pues todo el interés de esta composición lo absorbe la figura del Cristo Salvador.

Son esos ojos divinos en éxtasis, de un brillo contemplativo y profunda espiritualidad, lo que nos muestran claramente la herencia bizantina, la técnica veneciana y los otros factores filosóficos de la transición italiana a la toledana de El Greco.

Cuando pinta su “Cristo abrazado a la cruz” (1600, Museo del Prado) erguido y coronado de espinas, casi por réplica a ese otro místico Nazareno del Espolio, ya esa transición lo muestra en pleno gozo de su arte toledano, “con exquisita finura técnica, lo ligero del toque y el predominio de las tintas carminosas” según el renombrado historiador del arte, el español Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935).

En todo esto, la libertad del arte tiende a romper los moldes tradicionales impuestos por académicos porque si la realidad es una y la misma, no así su interpretación que es infinita y solo limitada por la intensidad y enseñanza vital de cada artista y sus obras de arte, muy válido en el caso de El Greco.

La correspondencia entre la realidad y su representación artística, en este caso, es la quintaesencia de la sabiduría porque ese vínculo solo puede darse a través de la inteligencia y sentido común de cada artista y su obra.

Esto aplica a todas las bellas artes y al público en general que comulga y comparte la admiración por esa herencia artística acumulada por la humanidad, pletórica de conocimiento, entendimiento y prudencia.

El autor es articulista y exfuncionario diplomático
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