• 19/12/2009 01:00

Treinta años en la memoria

Hace mucho aprendí que: “La lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, por eso, este 19 de diciembre, al igual q...

Hace mucho aprendí que: “La lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, por eso, este 19 de diciembre, al igual que cada uno de los treinta años anteriores, me ha resultado imposible evitar que el recuerdo de aquella golpiza se apoderase de mi memoria, de mi corazón, de mi cuerpo.

Era un miércoles. En compañía de los profesores y comentaristas Milciades Ortiz y Betito Quirós Guardia, había almorzado en el Interchina. A las cuatro de la tarde de ese día, 19 de diciembre de 1979, varias decenas de personas se reunían ya en el atrio de la entonces Iglesia Don Bosco (hoy Basílica Menor ), atendiendo el llamado que habíamos hecho para protestar contra la llegada del denominado “ Rey de Reyes ” a Panamá. El gobierno de Carter no sabía qué hacer con el derrocado Sha de Irán, así es que, Panamá fue entonces lo que sigue siendo hoy sin dictadura militar: vertedero de los desechos políticos no reciclables.

El día anterior, el 18 de diciembre, con el Sha ya en Panamá, al cuidado de Noriega, secuestraron (los del G-2) a Betito Quirós Guardia durante una protesta —contra el Sha de Irán— frente al Ministerio de Relaciones Exteriores. Se lo llevaron al Cerro Ancón y lo iban a lanzar desde allá y hacerlo aparecer como “ un suicidio ”, si no es por la rápida movilización radial que se produjo, exigiendo su liberación.

Ese 19 de diciembre de 1979, en compañía de más de tres centenares de ciudadanos nos reunimos frente a las escalinatas de la Iglesia Don Bosco, para expresar nuestro repudio a la presencia del Sha en Panamá. No tardaron en aparecer dos oficiales de la Guardia Nacional, Julián Melo y Roberto Armijo, a amenazar que no podía haber marcha “ por órdenes superiores ”. Los presentes decidimos iniciar la protesta pacífica agrupándonos en la calle.

En cuestión de minutos decenas de guardias uniformados, motorizados y en civil aparecieron de todas las calles aledañas. Más de cuarenta motorizados del Tránsito se colocaron a unos veinte metros de donde estábamos para iniciar la protesta.

Caminé hacia ellos, solo, megáfono en mano, Pensé que querían condicionar la marcha a otra “ orden superior ”. No había terminado de llegar cuando el jefe de los motorizados (que después supe se llama Tomás Herron De Diego), se abalanzó y me entró a golpes. Puñetazos y puntapiés cayeron sobre mí, al tiempo que gritaba junto al tenebroso G-2, Fritz Gibson Parrish, alias “ Sangre ”: “ ¡Aquí está Bernal! ”. Una “ mancha de palos ”, manguerazos, golpes de todas clases y de todos lados llovió sobre mi cuerpo de parte de uniformados, de G-2, y también de los motorizados. Me resistí. Me arrastraban. Me tiraban al piso y pateaban. Doña Elvia Lefevre, Víctor Navas King y una dama desconocida, se metieron en medio de la golpiza en desesperado esfuerzo por impedir la salvaje tortura pública a la que estaba yo siendo sometido. También les golpearon y nunca he dejado de saber que esos golpes, que ellos recibieron, a mí me salvaron la vida.

La salvaje golpiza pública duró una eternidad. Por ello el recuerdo persiste. Primero me llevaron al Cuartel Central, cuando vieron que me moría, me llevaron al Hospital Santo Tomás.. convulsionando. En forma agravada, intencional, premeditada fui maltratado físicamente, en un acto cruel, inhumano y degradante. Poco les importó a los autores intelectuales y menos aún a los autores materiales dado que sabían, ya para entonces, que su acto encontraba justificación en la corrupción que imperaba y que el manto de impunidad los arroparía siempre, como ya entonces los arropaba y hoy arropa a otros. Nunca el caso fue debidamente examinado por las autoridades competentes del Estado. Ni entonces, ni después.

Pasada la invasión, ilusamente pedí se iniciara un proceso penal contra el supuesto culpable o culpables de conformidad con la legislación vigente. La entonces juez Octava del Circuito de lo Penal del Primer Circuito Judicial de Panamá, mediante auto calendado 29 de abril de 1993, decretó la prescripción de la acción penal por los delitos contra las libertades públicas, libertad individual, abuso de autoridad e infracción de los deberes de los funcionarios públicos, de asociación de malhechores y de lesiones personales.

Tengamos presente con Galeano que: “ La historia se repite? ¿O se repite solo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla? No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa. El derecho de recordar no figura entre los Derechos Humanos consagrados por las Naciones Unidas, pero hoy es más que nunca necesario reivindicarlo y ponerlo en práctica: no para repetir el pasado, sino para evitar que se repita; no para que los vivos seamos ventrílocuos de los muertos, sino para que seamos capaces de hablar con voces no condenadas al eco perpetuo de la estupidez y la desgracia. Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacerla. Más que en los museos, donde la pobre se aburre, la memoria está en el aire que respiramos; y ella, desde el aire, nos respira. Olvidar el olvido. Recordar el pasado, para liberarnos de sus maldiciones: no para atar los pies del tiempo presente, sino para que el presente camine libre de trampas. Hasta hace algunos siglos, se decía recordar para decir despertar.. La memoria despierta es contradictoria, como nosotros; nunca está quieta, y con nosotros cambia. No nació para ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta. Quiere ser puerto de partida no de llegada. Ella no reniega de la nostalgia; pero prefiere la esperanza, su peligro, su intemperie. Creyeron los griegos que la memoria es hermana del tiempo y de la mar, y no se equivocaron ”.

*Activista de Derechos Humanos.mabernal@sinfo.net

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