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- 10/03/2021 00:00
¡Un amigo de verdad!
Conocí al Licdo. Tomás Gabriel Altamirano Duque (Q. E. P. D.) como Fito Duque, tal como era identificado por todos, cuando en 1975 fue padrino del Campeonato Panamericano de Judo, realizado en nuestro país, junto a Lázaro Gago (Q. E. P. D.) y otros. Después, socialmente y por casualidad, en la discoteca “El Unicornio”, en la época en que para iniciar una amistad bastaba el nombre de la persona sin importar el apellido, lo cual tampoco era de interés. La inicié con los jóvenes Tomás Gabriel y Bill, quienes practicaban lucha olímpica, sin saber que eran sus hijos, hasta que un día me invitaron a su casa y allí supe quiénes eran sus padres y hermana. De esa amistad surgió la vinculación con el Señor Fito, como siempre lo llamé.
Pude apreciar al estricto líder familiar que era. Igualmente, la virtud de ser amigo de sus amigos. Le encantaban las tertulias políticas y las de variados e increíbles temas. Sabía escuchar, pero sin reservas de su opinión, la cual expresaba con gran crudeza y aunque no se coincidiera con sus criterios, era sincero. Con él la conversa siempre era muy divertida, plagadas de anécdotas, como cuando en 1968 en la Cárcel Modelo, Floyd Britton le tiró en su celda una manzana. Allí estaban detenidos los de derecha e izquierda por órdenes del fundamentalista Boris Martínez o cuando un seguridad del general Torrijos de apellido Rudas, al estar de turno y jugando dominó en Farallón, escuchó a Torrijos decir “quiero a Fito para ministro de Vivienda” y Rudas paró de jugar y dijo para sus adentros “Rudas, tienes casa”, y así fue. También cuando en un mitin ante el MIVI una persona gritaba “abajo Fito Duque” y por ello un agente con mentalidad de gorila se lo llevó preso y al enterarse Fito lo mandó a sacar de la cárcel y que se lo llevaran a su oficina, al llegar le preguntó “¿qué te he hecho yo a ti? y le contestó: “yo no tengo trabajo” y el desdichado terminó siendo nombrado seguridad de él.
Como ministro del MIVI fue invitado a la Facultad de Derecho, en los mejores años de la dirigencia combativa de esa Facultad. Aceptó el reto y acudió con todo su equipo. Fue un debate maravilloso y enriquecedor. Cuando terminó fue aplaudido y reconocido su valor como él también reconoció “lo valioso de la experiencia y los valores de esa muchachada”.
Fue un hombre campechano, le gustaba compartir con los trabajadores y la gente del pueblo, fue un chepano más y un admirador del pueblo santeño, al cual siempre distinguió. Conmigo fue un amigo sincero, en ocasiones duro y exigente, pero aleccionadoras sus firmezas. Desde luego tuvimos desavenencias, en unas él tuvo la razón en otras no. Ser su amigo no era fácil, si pensabas que te hablaría solo de lo bonito, pues no, ese era de los de verdad, que te decía también lo malo y feo, sin rubor alguno. Era refunfuñón y también alegre, le gustaba la salsa y bailar y era peculiar en ello al estilo clásico, al levantarse la basta del pantalón. Fueron famosas sus fiestas en Chepo donde acudían todos “Tirios y Troyanos”.
En lo político, en mi opinión era muy pragmático, conciliador y sabia consensuar con los adversarios quienes lo respetaban por ello, lo de Floyd y la manzana. Eran de tendencias diametralmente opuestas, no enemigos.
Cuando fue candidato a la Vicepresidencia de la Republica, yo apoyé la opción de Rubén Blades y al Papa Egoró, un día llegué a su casa, pues lo representaba profesionalmente en algunos de sus emprendimientos, con una camiseta del Papa Egoró y me senté como de costumbre a hablar con él y me miraba y conversábamos. Antes de retírame me dijo: “ya te dije antes, a tu edad, aún llevas a un dirigente estudiantil dentro ti, eso me gusta, pero nunca abuses de ello, me gusta tu independencia y rebeldía, no cambies”, le replique “no me quité la camiseta antes de entrar a la casa porque sabía que usted vería al amigo y no su color coyuntural”. Después que mi opción electoral no obtuviera los votos, pero sin ser derrotado, aun hoy su planteamiento nunca cambió, siempre fue un amigo de sus amigos. Hace dos años, en la última fiesta realizada en Chepo, le dije “tenemos que escribir las anécdotas para que no se pierdan”. Hoy le prometo, Señor Fito, amigo querido, que ¡eso no pasará!