• 05/04/2023 00:00

Gramsci, el caballo de Troya comunista

“Hace mucho tiempo observo un tropel de caballos cabalgados por jinetes comunistas esparciendo semillas de odio y atropellando valores libertarios y creencias religiosas, [...]”

Una de las máximas de Sun Tzu en el Arte de la Guerra y también aplicable a la política sostiene que la mejor victoria es aquella que se obtiene sin combatir. Más adelante el páter inigualable de la guerra, filósofo y estadista, nacido hace 26 siglos aproximadamente, complementó su máxima subrayando que el victorioso debía saberse superior en inteligencia y estimular la sensación de derrota física y moral en el enemigo antes de iniciar cualquier confrontación siquiera.

Así como todos los ejércitos en tiempos de guerra, las organizaciones políticas conciben, planifican y ejecutan organizada y secuencialmente todo tipo de operaciones sicosociales para debilitar y derrotar al enemigo.

El concepto no ha cambiado, pero sí han mutado las tecnologías hasta llegar a la guerra híbrida y a la teoría del multidominio que incluye el cuarto espacio, el exterior, siendo los tres primeros, el terrestre, el marítimo y el aéreo. Quien aplica la doctrina del multidominio y tiene el mayor poder en el cuarto espacio, es el hegemón. Actualmente y por ahora son los Estados Unidos de América.

A nadie escapa que cada sociedad moldea su visión del mundo conforme ciertas ideas que con el transcurrir del tiempo echan raíces en dicha sociedad determinada. Tampoco podemos obviar que enfrentamos una guerra ideológico-cultural que comprende la economía, la política, las artes, el folclore, la religión, la educación y todo aquello que cimenta el sistema que nos garantiza libertades e identidades predominantemente occidentales.

Esta embestida sin fronteras ni pausas tiene por objetivo subvertir el régimen de libertades, estableciendo una muy oscura y luenga noche henchida de uniformidades y de construcciones sociales.

Por doquier se alude a que esta “nueva” guerra tiene un autor intelectual y es correcto.

Antonio Gramsci, nacido en la isla de Cerdeña, fue fundador del partido comunista italiano en el congreso de Livorno en 1921 y escribió libros y cuadernos. Estos últimos sumaron miles de páginas manuscritas.

Siendo marxista, discrepó de Karl Marx en cómo alcanzar el comunismo. Marx consideraba que las fuerzas materiales de la producción, vale decir, la estructura económica de una sociedad determinada generaba la superestructura imperante conformada por la religión, las leyes, la moral, la cultura, el arte, el folclore, la educación y las relaciones de poder, entiéndase, el sistema político vigente, principalmente.

En cambio, Antonio Gramsci postuló que no era cambiando las relaciones económicas societarias lo que permitiría conquistar y gozar del comunismo.

Más bien por el contrario, el italiano sostuvo que los valores prevalecientes en una sociedad -entiéndase- aquellos que alimentaban el mismo conjunto; la religión, las leyes, la moral, la cultura, el arte, el folclore, la educación y las relaciones de poder del sistema y hasta los periódicos, vale decir y el sistema político vigente especialmente, eran parte de la superestructura existente y que no debían percibirse como naturales o inamovibles; más bien había que minarlos, socavarlos y sustituirlos por los nuevos valores comunistas.

Así, el pensamiento gramsciano plantea una ingeniería sicosocial de largo aliento en la cual toda la axiología -escala de valores de una sociedad identificable- de los dos sistemas más vinculados al individuo -la educación y la religión principalmente- debían ser objeto de implacable ridiculización, persecución y penetración.

En el predicamento estratégico gramsciano la nueva educación debía cocinarse a fuego lento y de forma imperceptible para transformar al educando sin que la sociedad se percate a punto de que, cuando habiendo cambiado el mundo de las ideas y las nuevas ideas -comunistas- sean las del mundo, la resistencia sea mínima y la nueva realidad, la normalidad.

Gramsci pensaba que la Iglesia católica era el principal bastión de resistencia al comunismo, ergo, las nuevas ideas y valores debían penetrar sus entrañas hasta engendrar una suerte de nueva religión “materialista”, muy debilitada en sus fundamentos más existenciales y en sus ritos más emblemáticos, como persignarse, por ejemplo.

Acorde con su cosmovisión histórica predominantemente eurocéntrica, Antonio Gramsci, político, sociólogo y periodista, al negar la vida eterna, argumentó que debíamos alcanzar nuestra felicidad en la Tierra.

Así, previa corrupción de la moral societaria y modeladas todas las esferas sociales y personales de los nuevos individuos, la hegemonía laica debería ser totalizadora tal como lo fuera la católica en la Edad Media.

A cuatro años de fundado el partido comunista italiano, el dictador Mussolini lo declara ilegal en 1926. Gramsci fue encarcelado ese año, en 1935 fue internado por mala salud en una clínica y obtuvo la libertad en 1937. Falleció escasos días después sin llevarse a su tumba su gen manipulador y totalitario.

La posta fue tomada por organismos de inteligencia marxista, por intérpretes laicos y de sotana, por partidos y movimientos políticos y en 1990 se suma la orquesta del Foro de Sao Paolo.

Gramsci -autor muy lector- posiblemente recordó al caballo de Troya, aquel inmenso equino rodante de madera usado por los aqueos como artilugio para ingresar engañosamente a la fortificada ciudad y destruirla desde adentro.

Hace mucho tiempo observo un tropel de caballos cabalgados por jinetes comunistas esparciendo semillas de odio y atropellando valores libertarios y creencias religiosas, ¿o seré tan solo yo, quien, afiebrado, alucina con tamaña obsesión?

Peruano, PhD en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista.
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