• 01/12/2021 00:00

¿Constituyente o protectorado? ... una opinión

[…] conforme a realidad y principios, lo racional y procedente es exigir, hasta derogar, por su absoluta nulidad y carácter antijurídico el Tratado de Neutralidad […]”

La actual administración, sumida en la absoluta inoperancia y descrédito, gracias a incompetencia, corrupción e impunidad; con suprema irresponsabilidad y abyección, menospreciando nuestra historia y ultrajando la dignidad ciudadana, con el pretexto de optimizar la administración del agua para abastecer la población y al Canal, entrega la gestión de este invaluable recurso, al ejército de la nación, que reubicó la perpetuidad en un “segundo Tratado”, y doce años después la usó para escribir una de las páginas más horrendas, sangrientas y vergonzosas de la historia de la humanidad, causando la muerte de un número indeterminado de víctimas, la destrucción de la economía nacional y el sometimiento psicológico, del cual muchos parecieran no haberse percatado; situación que explicaría la excedida genuflexión, pero jamás justificarla.

La codicia y la inmoralidad de algunos apátridas no deben permitirles entregar la explotación y el control de uno de nuestros más preciados recursos, y menos cuando la crisis climática exige consciencia y solidaridad.

Contrario a la sumisión de la oligarquía, la mayoría reconocemos que, junto a la privilegiada posición geográfica, el agua dulce posee máximo valor estratégico; por lo que, conforme a realidad y principios, lo racional y procedente es exigir, hasta derogar, por su absoluta nulidad y carácter antijurídico el Tratado de Neutralidad, que les garantiza el “derecho a intervenir en nuestros asuntos internos, por la eternidad; de aquí que, lo urgente es integrar un frente común, que nos permita consensuar iniciativas, que por medios pacíficos y en las calles, nos conduzcan a la construcción de un nuevo ordenamiento institucional; porque la condición de protectorado no solo es degradante, sino que además desnaturaliza la República, por muchos que sean los preparativos, la emotividad o el despilfarro, para festejar el bicentenario de “independencia”, máxime, ante la inobjetable profundización de la dependencia; además, que no hay maquillaje, capaz, de ocultar la desbordante indigencia moral prevaleciente.

Cerrar las brechas generadas por tanta iniquidad exige consolidar nuestra identidad como Estado libre y soberano, con autonomía y voluntad para disponer nuestros recursos al servicio de los genuinos intereses y necesidades de la población.

La injusticia, evidenciada en las profundas desigualdades existentes, los excesos de violencia, la criminalización de las protestas sociales y la represión, solo lograremos superarlas a través de un proceso constituyente; imprescindible para sanear integralmente el ordenamiento institucional, ponerle un alto al saqueo y a la entrega de nuestro patrimonio para provecho de la alianza criminal y expoliadora, que sojuzga a nuestros pueblos, con el único afán de acumular riquezas y mantener sus altos niveles de consumo y bienestar.

La oligarquía hará cualquier cosa para conservar sus privilegios, aunque ello implique volver a implorarle al supremo protector, otra invasión. El único diálogo capaz de legitimar el poder público reside en la voluntad de la mayoría ciudadana. Basta de demagogia. Unidad, convicción y coraje para refundar la nación o resignación para aceptar que los confabulados perfeccionen las formalidades del protectorado que recibirían nuestros descendientes.

Sí al referéndum. Sí a la constituyente.

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