Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 10/12/2022 00:00
¡A 192 años del laberinto final de Bolívar!
La ascendencia familiar del Libertador Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte-Andrade y Palacios-Blanco, procedía de un antiguo linaje de Vizcaya, España, asentado en Venezuela desde 1616, cuyo apellido está compuesto de dos radicales en lenguaje vasco: “Bolu” (Molino) e “Ibara” (Pradera), apellido que, de manera casi poética, significa: “El Molino de la Pradera”. La familia Bolívar, era una de las más ricas del continente americano, pero este, al quedar huérfano muy joven, pasa al cuidado de sus familiares maternos.
A pesar de su elevado estatus social, el origen de las ideas libertarias de Bolívar la podemos intuir en la influencia que sobre él ejercieron la educación liberadora y los valores, que, desde muy tierna edad, le inculcó su maestro y mentor, Simón Rodríguez, consagrado republicano independentista, quien transmitió al joven discípulo la savia y pasiones intelectuales que este llevó a la praxis, para el logro de los anhelos de redención de Latinoamérica.
Estos fueron los orígenes del Libertador Bolívar, ya que sobre su posterior gloria y esplendor mucho se ha escrito, aunque menos se ha documentado su ocaso, ya moribundo, rumbo hacia el exilio y la muerte, como muy bien lo narró el escritor Gabriel García Márquez, en su novela: “El general en su laberinto” (1989). Lo cierto es que, Simón Bolívar, considerado, en su momento, uno de los hombres más ricos de América, quien gastó toda su fortuna en la causa de la independencia latinoamericana, murió tan pobre que para su entierro no contaba con una camisa digna y limpia, al punto que se le tuvo que vestir con una facilitada por el general José Laurencio Silva, su amigo y albacea testamentario, casado con su sobrina, Felicia Bolívar y Tinoco, y que la colecta para sufragar los gastos de los funerales del Libertador Bolívar, según detalla el historiador panameño Ernesto Castillero Reyes (en “Sucesos y Cosas de Antaño”/1965), se hizo en parte de la siguiente manera:
“El Gobernador Manuel Valdés aporto $17; el General José María Carreño $6; el Coronel Joaquín Mier $16; Evaristo Ujueta $8; Dr. Esteban D. Granados $4; Pedro D. Granados $5; José Antonio Castaño $2; Lorenzo Espejo $1; Joaquín Viana $1; Gregorio Franco $1; Luis Bermúdez $1; Juan Ujueta $1; Martín Avendaño $1; Nagín Artus $0,40; Luis Sielly $0,40; José de Jesús Calderón $0,40; Antonio María Silva, José Jimeno $8; XX $0,40. El total de la suma fue invertida, según el documento, en el túmulo, y demás gastos de los funerales del grande hombre. Y pensar que el ilustre muerto era dueño de vastas propiedades en Venezuela: haciendas, ingenios y minas”.
En su lecho de muerte, llegaron no solo a ofrecerle oro que rechazó, un millón de soles que le regalaba el Congreso del Perú, sino que rechazo también el poder, cuando llegó una Delegación, en nombre del Congreso Admirable y de su leal general Rafael Urdaneta, para ofrecerle reasumir el cargo de presidente de la República de Colombia y jefe del Ejército, a lo que el Libertador Bolívar se negó, por estar cansado y, considerar al país ya ingobernable.
Ante la proximidad de la muerte, el Libertador Bolívar, emite el 10 de diciembre de 1830, su última proclama, cuyo mensaje final es de la siguiente manera: “!Colombianos: mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. ¡Si mi muerte contribuye para que cesen los Partidos y se consolide la Unión, bajaré tranquilo al sepulcro!”.
Luego de esto, el debilitado Bolívar, ante el escribano José Catalino Noguera redacta su testamento y, en presencia del obispo José María Esteves se confiesa, recibe la eucaristía y los santos óleos, muriendo días después, de tuberculosis a los 47 años, el 17 de diciembre de 1830, durante la tarde en la Quinta de San Pedro Alejandrino, siendo realizada su autopsia por el Dr. Alejandro P. Révérend, para luego ser velado y enterrado en la Catedral de Santa Marta, Colombia. En diciembre de 1842, 12 años después de su muerte, los restos del Libertador Bolívar, fueron llevados a Venezuela, tal como lo pidió en su testamento, y sepultados en la capilla de la familia Bolívar, en la Catedral de Caracas, de donde más tarde, el 28 de octubre de 1876, fueron finalmente inhumados, en el Panteón Nacional de los Héroes.
A 192 años de su deceso, podemos decir que el legado de “Bolívar”, no cayó en el olvido ni aró en el mar, demostrando que el oro y el poder son efímeros, pero la gloria es eterna, y hoy en día casi todo lleva su nombre: personas alrededor del mundo llamadas Bolívar, estatuas, plazas, parques, edificios, escuelas, universidades, bibliotecas, asociaciones, aeropuertos, hospitales, estadios, calles, avenidas, monedas, condecoraciones, salones, satélites artificiales, picos de montañas, minas, ciudades, municipios, Estados, departamentos, que llevan su nombre, y hasta dos repúblicas de las cinco que liberó, lo enaltecen: el Estado Plurinacional de Bolivia y la República Bolivariana de Venezuela.
Al exhalar Bolívar su postrero aliento terrenal, el general Mariano Montilla, jefe superior militar de los departamentos del Istmo de Panamá, Magdalena y Zulia, quien aguardaba fiel a su lado exclamó: “¡Ha muerto el Sol de Colombia!”, luego de lo cual desenvainó su espada y cortó el cordón del péndulo de un reloj que marcará para siempre la 1:07 p. m. De allí en adelante, este hombre de carne y hueso, se transformó en mito y semidiós inmortal de nuestra historia: ¡Al Libertador Bolívar le tocó la misión del Relámpago: rasgar por un instante las tinieblas, ¡fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío!, y como predijera el poeta chileno Pablo Neruda: “¡Despertando cada cien años, cuando despierta el Pueblo!”.