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- 25/12/2021 00:00
12 – 22 de diciembre 1947, fechas precursoras del 9 de Enero
Estas líneas son un testimonio de vida, en el cual compruebo que estas tres fechas de 1947 y 1964 son el reflejo de la gloria institutora, la cual se manifestó en protestas estudiantiles callejeras y marchas, en una lucha permanente para lograr el rechazo de un ignominioso Convenio de 1947 y que culminó con una Explosión Patriótica de los Aguiluchos, acompañados de su rector, el 9 de Enero de 1964.
El 10 de diciembre de 1947 los Gobiernos de Panamá y Estados Unidos firmaron el Convenio Filós-Hines, suscrito por el ministro de Gobierno encargado, Francisco Filós, y el embajador de EUA, general Hines. Ya el canciller panameño, Dr. Ricardo J. Alfaro, había renunciado por no estar de acuerdo con su contenido. Ese convenio prolongaba por muchos años la presencia de 14 bases militares, incluyendo la de Río Hato en Coclé.
Ante estos hechos la Asociación Federada del Instituto Nacional (AFIN) desarrolló una férrea campaña de Rechazo al Convenio, mediante grupos de institutores que debíamos recorrer las calles, ilustrando al pueblo sobre lo grave del asunto y pidiéndole que respaldara toda actividad de rechazo. Esto, sumado a las campañas por radio y prensa.
Fue así como en un Grupo de Apoyo, unos estudiantes del primer ciclo, teníamos que recorrer las calles. Me correspondió el área de Santa Ana. El estudiante encargado de las arengas era el hoy Dr. Álvaro Menéndez Franco, compañero de segundo año, quien, poseedor de una fogosa oratoria, se dirigía, en las esquinas de las calles del arrabal santanero, al pueblo. La misión de los acompañantes era llevar cajas de soda o de cerveza que se convertían en tarima o pódium para el orador, los otros repartíamos volantes.
Al regresar de mi casa, el viernes 12, en el barrio de Santa Ana, para participar en el turno de la tarde, me encontré con que en el patio del Instituto Nacional estaba el ministro de Gobierno, Francisco Filós, acompañado de cuatro policías, pues había ido a detener al estudiante Secundino Torres Gudiño (Físico), porque le había faltado el respeto. Frente a él estaba el Dr. Octavio Méndez Pereira, rector de la Universidad, sin saco y sin corbata, quien, con el índice derecho levantado, le advertía que si él entraba al edificio estaría violando la Autonomía Universitaria. (Aclaro que la Universidad funcionaba de noche, temporalmente, en los edificios del Instituto Nacional, los cuales estaban contiguos a la antigua avenida 4 de Julio.
Ante la presencia de los Aguiluchos, que rodeamos al ministro con sus policías y la advertencia del rector, él se retiró. Transcurría la tarde cuando sonó a rebato, la histórica campana del colegio. Como un resorte, todos los alumnos de pie, abandonamos con los profesores las aulas y, congregados en el patio, nos enteramos de que la AFIN (Asociación Federada del Instituto Nacional) había decidido marchar hacia la Asamblea Nacional, reunida en su sede de la plaza de Francia, para pedir a los diputados que rechazaran el Convenio firmado por Filós. Corrían las 4 de la tarde. A los estudiantes de primer ciclo nos ubicó el rector, Rafael E. Moscote (de grata recordación por ser más amigo que rector), en la parte de atrás de la manifestación para protegernos. Se temía violencia, pues el alcalde, Mauricio Díaz, no había dado el permiso para la marcha. Yo cursaba el segundo año H. Cuando llegamos a la actual sucursal del Banco Nacional en la peatonal de Santa Ana nos detuvimos, pues venían a unirse a nosotros las estudiantes del Liceo de Señoritas y de la Escuela Profesional. Ese contingente estudiantil, gritando consignas, avanzó por lo que era la avenida Catedral, no peatonal. Antes de llegar al parque de Santa Ana, los de atrás (la cola) escuchamos un griterío, era la Caballería de la Policía que, desde el Café Coca Cola, donde estaba ubicada en posición del combate, arremetió contra la marcha. Cundió el pánico, todos corrimos a buscar refugio. Traté de llegar a calle H, pero logré entrar al edificio del Corte Inglés hasta el tercer piso, perdí un zapato en la corredera. Desde allí tirábamos a los caballos latas llenas de tierra y plantas, cajones con botellas vacías y semilleros.
La cabeza de la manifestación logró llegar a la Asamblea, pero al llegar a la plaza de la Catedra la Policía utilizó sus armas y allí en el muro de la iglesia quedó el impacto de la bala que hirió al estudiante Sebastián TAPIA, quien quedó inválido de por vida. Su madre, Josefina Córdoba, quedó desolada. No sé cómo, pero lo cierto es que él viajó a los Estados Unidos a recibir atención médica y quedó residiendo allí. Recuerdo que el rector y profesores, exponiéndose a ser destituidos, nos acompañaron. Recuerdo a Luisita Aguilera Patiño (de Español), Enriqueta de Clause (Estudios Sociales), Olmedo de Arco (Ciencias), Angle Jaén (Educación Física), Enrique Karlsson (Historia), solo mi recuerdo estudiantil llega hasta ellos. El atropello policial inspiró a mi condiscípulo de segundo año, el hoy Dr. Álvaro Menéndez Franco (poeta e historiador), escribir un poema que en un renglón denunciaba: “En feroz ataque llegó, CABALLO SOBRE CABALLO, la Policía Nacional”. En esa época no utilizaban bombas lacrimógenas.
El sábado 13, al alcalde no le quedó más remedio que autorizar un mitin en el parque de Santa Ana, para evitar más protestas del país. Allí se convocó a una Vigilia Diaria Permanente, afuera de la Asamblea, para lograr el rechazo del Convenio.
Todos los días en la plaza de Francia, donde estaba el recinto de la Asamblea, estudiantes de otros colegios y pueblo se reunían para presionar a los diputados a rechazar el Convenio de Bases. Yo vivía en calle 14 Oeste, frente a la escuela Manuel José Hurtado, y desde allí todas las tardes iba a la Vigilia de Protesta.
Un edificio de tres pisos diagonal al de la Asamblea, a un costado de la Embajada de Francia, se convirtió en la tribuna de los oradores, quienes diariamente arengaban al pueblo, estos hechos influían en el ánimo de los diputados.
Recuerdo a oradores como Carlos Iván Zúñiga, Guillermo Pianeta, Manuel Solís Palma, Ana Isabel Illueca y Enrique Karlson, profesor de Historia, quien, haciendo uso de un pasaje de sus clases en el Instituto, se refirió al Juego de Pelota (incidente de la Revolución francesa). Él, desde el balcón, dirigiéndose a los policías que protegían la Asamblea, les dijo, señalándolos: “Ustedes, vayan y digan al jefe de la Policía, vuestro amo, que nosotros estamos aquí reunidos por la Voluntad del Pueblo. Y no nos hará salir, a no ser a fuerza de las bayonetas” (el grito de aprobación fue ensordecedor).
El día 22, fecha de la votación, la multitud aumentó notablemente. Ya anocheciendo, al momento de la votación, el pueblo pudo entrar a las graderías de la Asamblea, o sea, el local que hoy ocupa el teatro Anita Villalaz. No pudiendo entrar, subí al Paseo de las Bóvedas, allí alguien rompió el vidrio de varias ventanas y así muchos entramos al edificio y bajamos al hemiciclo en momentos que se cantaba el Himno Nacional, pues la votación del Rechazo al Convenio había sido unánime. Quedó demostrado que el Poder del Pueblo se manifestó, pues hasta los diputados del Gobierno lo rechazaron.
De allí partió una gran manifestación hacia el parque de Santa Ana.
Recuerdo que mi compañero de clases el fallecido, poeta Carlos Wong, tenía un brazo enyesado y aún así dispuso esa noche mezclarse con la multitud. Por ello le dije: “Carlos, mantente a mi lado, de tal manera que cuando comiencen los empujones yo protegeré tu brazo enyesado”. Esa frenética multitud formando cadenas con sus brazos, avanzó por el teatro Amador y el Coca Cola gritando: “SE ACABÓ EL CONVENIO RECHAZADO”. Fue esa noche del 22 de diciembre de 1947 cuando los Aguiluchos del Nido de Águilas, guiados por el FULGOR DE LA GLORIA INSTITUTORA, nuestros dirigentes de la AFIN, profesores y el Frente Patriótico de la Juventud, cerramos un capítulo de la Intervención “Yankee” en nuestra patria y así contribuimos a abonar el terreno del patriotismo que inspiró a los Aguiluchos del 9 de Enero de 1964, bajo la consigna de “Un solo territorio una Sola Bandera” y “Todo por la Gloria Institutora”.
Han pasado 74 años, hemos hecho un recuento de una lucha estudiantil en la cual quedan insertados los Tratados Torrijos-Carter como corolario de estas patrióticas luchas juveniles.