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- 16/07/2022 00:00
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La presencia del hipódromo en el suburbio la ciudad de Panamá, reflejado en los mapas del primer cuarto del siglo XX, parece una discordancia, un comentario sobre la naturaleza cambiante de la ciudad. Su presencia en el territorio también es una historia sobre el uso de la tierra que señala los valores de las personas de su época, como el ocio y entretenimiento.
Los caballos, hasta el primer cuarto del siglo XX, habían sido utilizados como medio de locomoción, trabajo y combate. Sin embargo, su utilización se había vuelto obsolescente pues estaban siendo reemplazados por el tranvía y los primeros vehículos a motor.
Estos eran tan numerosos que se consideraban un peligro para la salud en las zonas urbanas y, con tantos caballos, las carreras eran comunes y se realizaban en varios niveles. Es así que las carreras de caballos representaron una de las principales formas de entretenimiento de la población en las primeras décadas del siglo XX en la ciudad. Su valoración presenta simultáneamente los vestigios de una sociedad tradicional y rural, así como la representación de lo moderno y urbano. Las carreras de caballos atraían y reunían a la élite política y social de la ciudad, pero también a aquellos que deseaban probar suerte, frecuentemente los menos privilegiados: los pobres.
La finca Juan Franco, en las afueras de la ciudad, pertenecía a Nicanor A. de Obarrio, tenía una privilegiada ubicación a orillas del camino de Las Sabanas; junto al nuevo tranvía que permitía un conveniente acceso y topografía plana para usos diversos. En abril de 1912, allí se ofreció la primera exhibición en Panamá de una máquina voladora en operación: el avión, conducido por Clarence A. de Giers de Nueva York, EE.UU. Unas 3.000 personas de distintas clases sociales y procedencias se dieron cita, y otras más en los puntos no controlados por los promotores.
Su meta de realizar el trayecto interoceánico sin paradas entre las ciudades de Panamá y Colón no fue cumplido, pero lo cristalizó un año después Robert Fowler, un aviador de reputación internacional según publica The Star and Herald en 1913. También sobre estas tierras se había acondicionado una pista rudimentaria para las carreras de caballos, adicional a la que funcionaba en la finca El Hatillo.
Ese mismo año, en 1913, dos grandes porciones de la finca Juan Franco fueron vendidas; una parte a Arturo Muller por $38.000 y la otra a Alberto de Obarrio por $5.000. The Star & Herald anuncia en enero de 1914 “Gran acuerdo de tierras hará un nuevo suburbio”; la conversión de estos terrenos en un barrio residencial. La apertura del tranvía y la urbanización de Bella Vista aseguraban el éxito de la iniciativa inmobiliaria.
La pista de Juan Franco seria parcelada y los lotes vendidos. La tierra había sido adquirida por W.C. Rommer y W.C. Gillingham. Los propietarios empezaron rápidamente a adelantar los trabajos de limpieza y remoción de tierra, y el esquema sería similar al de Bella Vista. La empresa contemplaba también erigir viviendas de alto estándar y venderlas con financiamiento a largo plazo. A fines de 1914 empezó la promoción de Franco Park Estates, “la más alta, la más seca y la más saludable área de Panamá” a $1,00 el m2, con calles de macadam, aceras de cemento, acueducto sanitario y de agua potable. El proyecto incluía la construcción de un moderno “country club” que tendría todas las comodidades y facilidades recreativas para sus miembros. Estos incluían salón de baile, salón comedor, salón de lectura, salón de billar, bolos, cancha de tenis, cancha de croquet y demás.
En palabras de Gillinghan: “el club ha de ser un sinónimo de refinamiento”, y que estaría además a una caminata corta del pabellón y balneario de Bella Vista, por lo que podrían disfrutar de la playa. La urbanización Juan Franco no iba a entrar en competencia con Bella Vista ni el Casino que construía Domingo Díaz en Las Sabanas.
Gillingham era el director de Panamá Land and Development Company (promotora de Bella Vista) y dueño de la mitad de las acciones hasta que Minor Keith tuvo el control total.
Con la prohibición en 1921 del alcohol y los juegos de azar en EE.UU., la antigua pista se consolidó como el sitio adecuado para la instalación del hipódromo fuera de la Zona del Canal, una herencia colonial de la cultura estadounidense. A inicios de 1922 se organiza el Club Hípico o el Panamá Jockey Club, una compañía de carreras hípica, bajo la dirección de Raúl. R, Espinoza, que desarrolló las apuestas a las carreras de caballo en los terrenos de la finca Juan Franco.
Las carreras no eran permanentes y dependían de las condiciones del clima, si había una pista seca durante los meses de verano. Las reuniones de carreras eran tan populares, que se anunciaban con regularidad en los periódicos, así como la publicación de sus resultados.
El hipódromo Juan Franco se abre el 15 de octubre de 1922. El presidente Belisario Porras, en su discurso inaugural, consideró la instalación como un adelanto y gran iniciativa del sector privado: “por primera vez inauguramos un hipódromo para juegos hípicos formales que además de ser un solaz divertimiento, son certámenes y estímulo para el mejoramiento de nuestras razas de caballos”.
Reconocía que hasta la separación de Colombia, en las celebraciones del 28 de noviembre, había un programa de carrera de caballos en las calles de la capital, así como también durante las fiestas de San Juan y San Pedro en algunos pueblos del interior. Al referirse a los hipódromos de La Habana y Buenos Aires menciona: “son fiestas sensacionales que atraen una gran cantidad de forasteros y en donde se pone una apreciable cantidad de dinero, pues las apuestas en las carreras son una parte esencial de ellas y por tanto están universalmente admitidas”.
Hasta noviembre de 1940, los terrenos eran propiedad de María Elena de Obarrio, quien reunió las fincas en el registro público y asignó un valor de $20.000,00 a las 16,9 hectáreas para su urbanización.
El hipódromo en Juan Franco funcionó hasta 1945. El nuevo hipódromo fue la continuidad del proceso de urbanización del suburbio, con la transformación de las carreras de caballos de simple divertimiento y pasatiempo, a un fenómeno más racionalizado y sistematizado, por tanto, más cercano a las lógicas del deporte, el ocio y el entretenimiento moderno, que coincide con la introducción e institucionalización de otras prácticas en la ciudad.