Este 3 de noviembre en el Palacio de Las Garzas el presidente José Raúl Mulino encabezó los actos en honor a los 121 años de la separación de Panamá de...
- 19/09/2020 00:00
- 19/09/2020 00:00
En diversos artículos me he ocupado de la necesidad de un diálogo nacional de carácter político sobre temas específicos que interesen a todos los panameños por igual. No ha existido una voluntad sincera para lograr un consenso en la solución de muchísimos problemas. Ha imperado el interés partidario, el afán electorero.
El diálogo sugerido no busca la opacidad de la acción opositora ni una gestión plácida del oficialismo. El diálogo es un llamado de atención para tomar conciencia de los graves problemas que afectan al país como consecuencia fundamental de los trastornos económicos del mundo y de los nudos internos que dificultan el desarrollo nacional.
Es una cuestión de conciencia lo que obliga a las fuerzas políticas antagónicas encontrar una hora de reflexión o un momento de unidad nacional para acordar una agenda de Estado. En esa búsqueda de una actitud conciliadora, del buen reposo mental, cabría recordar la reacción de los pueblos cuando son víctimas de una catástrofe: nadie niega su colaboración, nadie repudia la solidaridad, nadie pesca en río revuelto, todos suman esfuerzos salvadores. Ante la catástrofe, la unidad nacional surge espontánea, como la sangre a la herida para recordar los versos sentimentales de Ricardo Miró. Es obvio que el país no se encuentra ante una catástrofe producida por la naturaleza. Pero sí enfrenta una crisis que agobia a los sectores populares y que cierra perspectivas a la nación panameña para su buen desarrollo. Ante esa realidad, las fuerzas políticas deben pensar menos en las cosechas electorales de 2004 y pensar más en las comunidades pobres del país y en las duras realidades fiscales del Estado.
En estos días el escritor cubano Montaner nos decía a los panameños por qué somos un país pobre. En el campo de la teoría abundan los excelentes argumentos para explicar por qué somos pobres y los expositores, de allá y de acá, no tendrían pausa en sus explicaciones. En estos días el ministro de Economía y Finanzas entregó al país una cifra que tengo como emblemática y que explica por qué somos pobres. En el presupuesto de 2002, decía el ministro Norberto Delgado, está incluida una partida de $1,500 millones para pagar el servicio de la deuda pública que tiene vencimiento en dicho año. Si las fuerzas gubernamentales de antaño, responsables de estos disparates, no entienden que están obligados moralmente al diálogo, es porque estiman que este es un pueblo de cretinos que no sabe precisar las responsabilidades históricas de tales disparates.
Un país tan pobre obligado a pagar en el año 2002 $1,500 millones en concepto de servicio de la deuda pública. ¡Qué barbaridad! El saldo a pagar debe andar por los $6,000 millones. ¡Cuánta piñata! ¡Cuánto despilfarro! ¡Qué barbaridad!
En estos días en la convención arnulfista, el legislador Héctor Alemán, en representación del PRD, sorprendió a los convencionales al hacer un vehemente llamado al diálogo nacional, al más alto nivel de las dirigencias políticas. El llamado se hace cuando más crispante se encontraba el discurso opositor en contra del gobierno Moscoso. El llamado cayó en buen surco, porque de inmediato la presidenta expresó su anuencia al diálogo positivo en torno a una agenda de los problemas de paternidades múltiples. Los politólogos, esos francotiradores de la especulación, han dado su versión y los hechos confirmarán el rigor certero o la maledicencia de la misma. Lo que quiere el PRD, dicen, es pactar cualquier cosa por el mantenimiento de las partidas circuitales, el invento más inmoral de la historia legislativa del mundo para garantizar la reelección de los miembros del órgano que cobija a los legisladores.
La cita está, por tanto, convocada, y la agenda es sin duda sin reservas y sin precondiciones. Se me ocurre que en el orden del día podría aparecer el ordenamiento de ideas sobre la neutralidad del Canal, que responda a una concepción histórica del panameño de mantener esa vía al margen de todo conflicto mundial; me imagino que podrían discutirse y acordarse los procedimientos para cerrar el paraguas del Pentágono sobre todo el cielo panameño.
En el temario estarían la concreción final de una carrera administrativa y las reformas legales para que los dirigentes de los empleados públicos no pertenezcan a ningún partido político; como igualmente deberá aparecer una reforma constitucional que incorpore un porcentaje fijo mínimo para el presupuesto universitario, una nueva ley universitaria que entre otras cosas prohíba la existencia de rectores que obedezcan a partidos políticos o que sean miembros de ellos. No se debe olvidar que cuando hay paz en la universidad, hay paz en la ciudad.
La reforma o revisión tributaria es otro tema de obligada consideración; una triangulación de reformas que pase por el Idaan, por el Seguro Social y por el Tribunal Electoral es de responsable meditación; la revisión de todos los acuerdos globalizadores que vienen afectando a los sectores populares, como las tarifas telefónicas, eléctricas o de los celulares, y que constituyen en la realidad una fuga de capital insólita del país, debería ser tema prioritario si se desea incidir en lo que afecta y reclama el país.
El famoso Canal produce utilidades por el orden de los $250 millones. Quisiera saber cuántos dólares emigran a los países ricos por los benditos celulares, por el combustible, por la electricidad y conocer así, en detalle, otra razón por la cual somos un país pobre. El alto costo del funcionamiento de la Asamblea Nacional debe ser materia de diálogo. He leído que en los últimos años se duplicó el presupuesto de la Asamblea, de modo que ahorrar apenas tres millones y medio no es ni siquiera una hazaña publicitaria del pacto meta. Se debe dialogar para estimular al sector privado, para que se ponga las pilas cargadas de tiamina, como se las puso ejemplarmente en los años de la crisis postinvasión. En aquellos días a ningún empresario se le ocurrió construir un muro de lamentaciones; si las hubo fueron derrumbadas, misión que debe repetirse como política o como actitud individual o colectiva.
El diálogo debe lograr la unidad contra la delincuencia y el terrorismo. Los partidos de gobierno y de oposición, con sobrada experiencia en los afanes gubernamentales, deben conocer muchísimo mejor cuáles son los puntos críticos que afectan el desarrollo nacional. Nadie duda que en la hora actual, vigilados por el pueblo, los partidos sabrán asumir su papel positivo como responsables de la marcha de la nación.