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Carlos Clement, secretos de un arquitecto premiado
- 03/07/2020 00:00
- 03/07/2020 00:00
Al arquitecto Carlos Clement le preceden sus éxitos profesionales. Más de 40 obras premiadas por la SPIA. El edificio Hatillo. BLADEX. El centro comercial Los Pueblos. Torre del Banco General. Decenas de sucursales de las farmacias Arrocha y de los ya desaparecidos Bancomer y Banco Continental. Docenas de espectaculares residencias en los más elegantes barrios de la ciudad.
Lo conocí esta semana, por recomendación de mi amiga Marlene Testa, quien creyó que podía ser una buena entrevista para Publicando Historia, en ocasión de la reciente salida de su libro Los amigos estaban ahí: Memorias de un arquitecto (Panamá, 2020).
Acordamos conversar vía telefónica, pero, a último momento, me escribió en el chat: “¿Por qué no te vienes a mi casa y te tomas un café? Es un sitio coronavirus free”.
Con deseos de salir de la rutina y del encierro, acepté rápidamente la invitación.
El arquitecto Carlos Clement es un simpatiquísimo caballero, así como lo son sus relatos y anécdotas. Con 77 años de vida y 55 de carrera, tiene muchas historias que contar.
Para un arquitecto especializado en residencias, la suya, ubicada en la que en su momento fuera la primera urbanización cerrada del país y la primera con alambrado soterrado, no podía desilusionar.
Se trata de un espacio privilegiado, rodeado de un magnífico jardín y construido a partir de materiales naturales como teja, piedra y madera. Todo es elegante y agradable, pero el verdadero lujo es la comodidad de la experiencia y la facilidad para estar. Con el café prometido, empezó la conversación.
“Esta casa es como mis diseños. Lo menos llamativo es la fachada. Lo importante es la calidad de vida que proporciona”, dijo.
Para nadie la vida es fácil.
En el año 1961, Carlos Clement era un joven de 18 años, lleno de ilusiones y recién graduado del colegio Javier, de esta ciudad. Había sido aceptado en la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, un centro de estudios superiores extremadamente selectivo –acepta solo 11% de los aplicaciones– cuando murió su padre, un hecho que además del dolor de la pérdida, produjo un cambio radical en la situación económica familiar.
“Varios de los amigos de la familia me motivaron a ingresar a la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Panamá, porque era una excelente opción” –recuerda–. Me aseguraron que los profesores eran magníficos, graduados en los mejores centros académicos de Estados Unidos y que el plan de estudios era muy competitivo”.
“Tenían razón. Mi experiencia en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Panamá no pudo ser mejor. El decano era Ricardo J. Bermúdez, y entre el cuerpo docente había grandes profesionales con mística como Jorge Ricardo Riba, Guillermo De Roux, René Brenes, Octavio Méndez Guardia, Richard Holtzer, Hugo Navarro, Tomás Guardia, Octavio Méndez Guardia, Marcelo Narbona”, recuerda.
No solo se aprendía el aspecto técnico. También ética y compromiso: “Mi profesor Jorge Riba insistía en que el potencial de la ciudad no se podía alcanzar sin un pueblo educado, porque solo una ciudadanía ilustrada podía luchar por una mejor ciudad”.
“La facultad era tan exigente que entramos 80 estudiantes y al final solo nos graduamos una docena. Nos decían Los doce apóstoles”, relata, recordando entre sus compañeros a sus colegas George Moreno y Carlos Medina, quien fuera su socio durante varias décadas en la firma Clement & Medina Arquitectos, S.A.
“Carlos Medina se graduó con el primer puesto de la facultad y de la universidad. Era un genio”, dice en recuerdo de su socio y amigo ya fallecido.
“Fue una generación muy buena”, asegura.
Con su nuevo título de arquitecto, una pariente lo invitó a viajar a Japón con todos los gastos pagos. Nuevamente se disponía a salir del país por una temporada, cuando recibió una llamada telefónica que cambió sus planes.
Lo invitaban a unirse como arquitecto en la Constructora Sosa y Barbero, entonces una de las más importantes del país.
Él objetó. Estaba listo para el viaje.
“Mira, tenemos un gran proyecto entre manos –le aseguraron–. Si lo haces bien, tendrás el dinero para ir muchas veces a Japón después”, le comentó Carlos Sosa.
Y así fue.
“La Compañía Internacional de Seguros y el Banco de Colombia querían construir un edificio en un terreno de 6 mil metros cuadrados que anteriormente había ocupado el hospital Panamá. Era un magnífico solar con cuatro frentes: la avenida Justo Arosemena y Cuba, y las calles 35 y 36 de Bella Vista”, recuerda Clement.
“Los clientes querían que fuera algo especial, por lo que hicimos varios viajes para tomar ideas y recabar recomendaciones. Al final nos decidimos por un diseño muy novedoso, que incluía 16 frentes comerciales, dos pasillos transversales de 10 metros de ancho, con jardines y una fuente en el medio”.
El edificio Hatillo fue inaugurado en el año 1973 con gran pompa. Los clientes estaban satisfechos. La SPIA le otorgó un premio al mejor edificio comercial. Lo más importante: “El público quedó fascinado”, recuerda Clement.
En su planta baja albergaba los locales del Banco de Colombia, el Kidi Banco, la Librería Meléndez, el Cinema Arte y otros comercios importantes. La Compañía Internacional de Seguros ocupaba una de las torres.
“Con los años, el edificio fue adquirido por la Alcaldía de Panamá, y aunque algunos criticaron la decisión, porque se trataba de un edificio supuestamente viejo, una biopsia realizada a la estructura concluyó que no solo estaba en perfectas condiciones, sino listo para afrontar muchos años más”, dice Clement.
“El edificio es céntrico y tiene una fundación que permite añadir otra torre adicional de 7 u 8 pisos, donde se podrían ubicar todas las oficinas de la Alcaldía”.
Después de este proyecto, los arquitectos Medina y Clement se separaron de Sosa y Barbero y fundaron Clement & Medina Arquitectos, S.A., que se convertiría en uno de los estudios de arquitectura más cotizados del país.
“Estábamos volando. Nos llamaban para todo”, recuerda Clement.
Una experiencia de la que Clement habla con placer es la oportunidad de haber sido, durante 15 años consecutivos, jurado del premio Obra Cemex internacional, que reconoce la ejecución y diseño de las obras que promuevan una mejor calidad de vida para los usuarios y las comunidades.
La elección de las obras ganadoras de este premio era una tarea seria que requería dedicación, pero también implicaba un gran placer para Clement. Una semana al año se trasladaba a Cancún a estudiar los mejores diseños de obras alrededor del mundo, junto con otros destacados arquitectos de una variedad de procedencias. Al final, llamaban al ganador y le comunicaban que había sido premiado.
“Fue una magnífica experiencia”. “
Como un veterano de la arquitectura, Clement tiene algunos consejos para los nuevos arquitectos.
“La arquitectura ha cambiado mucho, pero he visto que hay arquitectos jóvenes muy prometedores. A ellos les recomiendo viajar. Los arquitectos tenemos una mente fotográfica y lo que veamos nos abrirá la mente para los diseños que tengamos que hacer”.
Para Clement, uno de los errores que cometen los jóvenes que inician la carrera es concentrarse en una fachada llamativa y espectacular. Este es un error, sostiene, porque los diseños llamativos pasan de moda. Lo fundamental es la funcionalidad, sostiene.
“A mí me gusta hacer obras que no pasen de moda, que sean funcionales, es decir, que ofrezcan buena calidad de vida a los que la ocupan, que aprovechen las condiciones del terreno y se adapten al clima lluvioso de Panamá. Recomiendo el uso de aleros, los techos de teja, bien inclinados, preferiblemente en los 40 grados –algo que aprendió de sus maestros René Brenes y Guillermo de Roux–. Así la lluvia se escurre mucho más rápido”.
“Para mí lo importante no son los premios, sino la satisfacción de mis clientes con sus casas, y oficinas”.
Uno de los puntos básicos de su credo arquitectónico se originó en un consejo ofrecido por su cliente y amigo, César Arrocha, fundador de las farmacias que llevan su nombre. “Arrocha me contrató para que le comprara terrenos para ubicar sus nuevas farmacias. Él quería delegar la tarea, porque cuando él hacía la oferta de compra le aumentaban el precio dramáticamente”.
“Mira Carlos –le comentó Arrocha–, tú sabes cuáles son los buenos terrenos. Solo te pido una cosa: que si vas en dirección a las afueras de la ciudad, el terreno esté a mano derecha”.
Intrigado, le preguntó cuál era la razón por la que debía estar a mano derecha. Arrocha, un gran comerciante, le dio una respuesta sencilla y bastante obvia si se piensa bien, pero de cuya importancia poca gente se percataba: la gente hace las compras cuando va de regreso a casa, después del trabajo, y es más fácil entrar a un local que esté a mano derecha”.
Este secreto lo ayudó a tomar decisiones por el resto de su carrera. “El terreno del centro comercial Los Pueblos –una iniciativa de su amigo Mayor Alfredo Alemán– lo elegimos por esa razón”, sostiene Clement.
Para “don César”, Clement tiene palabras elogiosas: “Para la comodidad de su cliente, quería farmacias grandes, de mil metros cuadrados para arriba, y con mucho estacionamiento. Me pedía un estacionamiento por cada 5 metros cuadrados de espacio de local”.
En el libro Los amigos estaban ahí, Clement revela el último secreto de su éxito profesional. Sus buenos amigos, que siempre lo apoyaron y le ofrecieron buenos proyectos. En la larga lista de amigos cita entre los primeros a César Arrocha, Fernando Arango, William Cardoze, Raúl Estripeaut, Eloy Alfaro de Alba, Stanley y Alberto Motta, y otros muchos. “A ellos, mi eterno agradecimiento”, dice.