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- 13/03/2020 06:00
- 13/03/2020 06:00
En el corazón de la capital panameña, a las 4:00 a.m., Claudia, de 32 años de edad, se recoge la melena negra y enciende a toda potencia el aire acondicionado de su sedán. Sofocada, tras cinco minutos de espera en la gasolinera, el calor que la abrasa cuando aún no amanece, ya le pasa factura. Después de pagar los $29 que justifican la llenada del tanque a tope, sube la ventanilla, respira, se humedece bien los labios y la garganta, se ciñe el cinturón y acelera. Mientras esto sucede, hacia el sur del continente la historia es distinta. En Venezuela, la gasolina se ha convertido en uno de los bienes más codiciados: Rogelio, un sesentón canoso, trata de estirar bien las piernas y ponerse cómodo en el asiento del piloto. Alto y corpulento, se deja llevar cuando bosteza. Con la mano derecha se despeja la mirada, seca el sudor que le recorre las sienes y desde su ventana reafirma que este lunes no será mejor que el anterior: una madrugada que se suma al largo repertorio del calvario en una fila kilométrica.
En Puerto Ordaz, una ciudad industrial al sur de Venezuela, el hombre trigueño y ojeroso espera. Sediento, con inquietud y apetito de paz, toma sus gafas y procura socializar con quienes le rodean. Allí, no menos de 200 autos se enfilan por turno para servirse de combustible.
Si alguna vez el petróleo fue considerado como “el oro negro” del país sudamericano, hoy no deja ni rastro de la bonanza que acarició egos y prometió liquidez, seguridad y la libre competencia de mercados.
Tras ser el cuarto importador de Estados Unidos después de Canadá, Arabia Saudita y México, hoy la nación caribeña se ha visto forzada a buscar nuevos clientes y diferentes mecanismos que le permitan diluir el crudo pesado para la exportación.
A Rogelio, en la fila de la gasolina, se le esfuma la vida. En una jornada cotidiana y de dos veces por semana, lo que se divisa es el caos de la supervivencia. Junto a él, un centenar de mortales, con cansancio, ropas húmedas de sudor y rostros desencajados, dan vida a una escena de Dante Alighieri, y como diminutas hormigas que acechan las migajas, se han apilado en una, dos y hasta tres vueltas alrededor de la estación PDV. Algunos dentro y otros fuera de sus autos, con alguna que otra banqueta que rescatan del maletero, para arrinconarse en la acera y charlar, quizá sobre el país que desapareció y hoy añoran.
El retraso en el suministro de carburante ocasiona colas de hasta cuatro días en ciudades del interior del país. Aunque Caracas no es ajena, quizá la importancia estratégica y sociopolítica de la capital ha sido clave en las decisiones de abastecimiento por parte del gobierno.
Petróleos de Venezuela (Pdvsa) -la mayor estatal que se encarga de la explotación, producción, refinación, mercadeo y transporte del crudo- que alguna vez exportó combustible y sus derivados en masa, ahora solo puede abastecer el 10% del mercado nacional.
En enero de 2019, el Gobierno estadounidense decidió sancionar a la estatal venezolana como un mecanismo para arrollar al gobierno de Nicolás Maduro. Así, el país perdió acceso a este mercado que representaba el 37% de las exportaciones y se logró intensificar el colapso que ya venía extendiéndose desde hace dos décadas, como un cáncer en etapa de metástasis, desencadenando un efecto dominó en el sector energético mundial.
Datos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo muestran que para octubre del mismo año, la producción de petróleo cayó 80,000 barriles diarios, a un promedio de 650,000 barriles por día, de los 730,000 que produjo diariamente en agosto.
A Rogelio, en aquel ir y venir, se le suman angustias. Cada salida de casa -cuando hay que llenar el tanque- le resta tiempo de existencia, de oxígeno y de normalidad. Cuando retumba el ring del despertador. salta de la cama a las 3:00 a.m., se ducha resignado, ajusta bien la camiseta y el pantalón, amarra los cordones de sus zapatos, endereza sus rizos canosos y enciende el motor del sedán plateado en la oscuridad, para conducir hasta la gasolinera.
—Como venezolano, ¡me siento avergonzado! Es increíble que después de ser uno de los países con mayor producción de petróleo en el mundo, tengamos escasez de gasolina por la negligencia de nuestros gobernantes— dice con desazón.
Algunos ignoran que la industria petrolera venezolana también tiene exiliados. Cerebros que volaron con el corazón y años de experiencia en el equipaje. Luego del paro petrolero de 2002, en un intento por cortar las cadenas de lo que ya se había enquistado en las entrañas de una sociedad chavista, tras el golpe de Estado que no parió el cambio, los profesionales de la vieja Pdvsa fueron desterrados.
En aquel entonces el gobierno de Hugo Chávez, que catalogó el paro como “sabotaje y traición”, también prometió el nacimiento de una nueva empresa. Lo cierto es que, hoy, el rostro de la estatal venezolana es como un alma mutilada. De hecho, expertos consideran que una Pdvsa sin sanciones enfrentaría el mismo caos que vive actualmente debido a los “desaciertos” en las gestiones de Chávez y su sucesor.
La estatal venezolana también es propietaria de la refinería Citgo Petroleum en Estados Unidos. A través de esta, Pdvsa cuenta con tres refinerías en los estados de Texas, Illinois y Luisiana, así como con una red de 10,000 gasolineras en la potencia estadounidense.
En la actualidad, aunque Juan Guaidó, líder opositor, nombró una nueva directiva para manejar esta empresa, las deudas con los acreedores y la reciente sentencia a favor de la compañía canadiense Crystallex, para avanzar en la confiscación de acciones, se han convertido en una bola de nieve que hace más complejo el escenario.
Además del paro petrolero de 2002, con la aprobación de la Ley Orgánica de Hidrocarburos por decreto ejecutivo en 2006 -sin aprobación del Congreso Nacional-, Chávez aumentó el impuesto sobre la renta del 35% al 50%, incrementó la regalía al 30% y la participación del Estado en las empresas que habían llegado con la apertura petrolera a un 60%; tales condiciones hubiesen sido sostenibles con precios del barril por encima de los $100, sin embargo, con la caída sustancial en los años siguientes, ya nada podía funcionar.
En algunas provincias, la mecánica para el suministro de combustible se realiza según el último número en la placa de cada auto. En Puerto Ordaz, la cuna de Rogelio -una urbe industrial planificada con técnicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad de Harvard-, se debe hacer una cola de dos días para recibir la numeración que permite obtener el suministro posteriormente.
—Hay que dormir en la cola para estar entre los 250 números que son entregados o marcados en los vehículos. Dependiendo de la cantidad de gasolina que llega a la estación, le suministran a 50 o 100 vehículos más— explica el sexagenario.
Para conseguir un lugar en la cola sin pernoctar, hay que pagar una coima de hasta $20.
En el mercado negro, 10 litros de combustible se venden en $5. Su precio real en la nación petrolera es de 6 bolívares o menos de $0,01 por litro (el más bajo en el mundo, seguido por Irán). Un tanque de 50 litros se llena con 300 bolívares, mientras que una botella de agua mineral de 0.25 litros puede adquirirse por 15,000 bolívares. El precio internacional de la gasolina es de $1 por litro.
—Me siento humillado, pisoteado, impotente y violado en mis derechos al ser sometido a interminables colas y trasnochos para surtir de gasolina mi vehículo, en una otrora potencia petrolera— confiesa Rogelio mientras mira el reloj en el que ya han transcurrido 18 horas desde su llegada al campo de guerra.
Desde 2008, la producción de crudo en Venezuela ha descendido de manera abrupta, y con las sanciones impuestas por Estados Unidos, hoy subsiste una Pdvsa en default que no puede cumplir con sus obligaciones.
Aquel 28 de enero, John Bolton, quien figuraba como asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, dijo: “Hemos continuado exponiendo la corrupción de Maduro y sus amigos, y la medida de hoy garantiza que ya no puedan saquear los activos del pueblo venezolano”.
Las exportaciones también han caído y muy poco se inyecta a la economía del país petrolero. Si bien la industria del hidrocarburo aportaba el 97% de todas las divisas que ingresaban a la nación, hoy la totalidad de lo que se exporta es destinado a pagar deudas con China, Rusia, o es enviado a Cuba, resultando en consecuencia devastadoras para el sector y la economía nacional que enfrenta la mayor contracción e hiperinflación del mundo.
Para aniquilar la espera, Rogelio conversa con algunos conductores cercanos y acuerda los horarios que le permitirán salir al baño y a comer, mientras le apoyan resguardando su carro y pertenencias. Le toca respirar, limpiarse las gafas, estirarse y continuar.
Es viernes y con un ¡bip¡ se activa el sensor del combustible. Claudia ya tiene menos de medio tanque y emprende rumbo a la estación más cercana. Ata su melena negra y enciende el aire a millón para escapar rápidamente del calor. En menos de cinco minutos ya está lista y con el tanque a tope. Rogelio, en la costa norte de América del Sur, espanta el sueño con una ducha fría, ajusta su camisa y pantalón, ata los cordones de sus zapatos, y conduce a una nueva jornada, en la gasolinera menos congestionada. Ambos, con los matices de algo tan cotidiano, inician su trayecto hacia un día más de realidades rutinarias.
La Estrella de Panamá estuvo en territorio venezolano, mirando de cerca algunas historias, sus perspectivas y realidades. Esta es la primera de dos entregas sobre el drama del combustible en el que sigue siendo el país con las mayores reservas de petróleo probadas en el mundo.