La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
Oro negro, el pecado original y el costo de la hipocresía
- 08/07/2022 00:00
- 08/07/2022 00:00
Entre el 13 y 16 de julio, el presidente de EE.UU., Joe Biden, viajará a Arabia Saudita. La Casa Blanca confirmó que el líder del mundo democrático se reunirá personalmente con Mohammed bin Salman, el príncipe de la corona saudí. La razón de la visita es evidente al mundo: EE.UU. quiere que Arabia Saudita aumente la producción de petróleo para reducir los precios a nivel mundial. El presidente Biden se perfila a repetir el pecado original del orden mundial liberal y negociar una alianza con la corona saudí.
Tras más de siete décadas desde el inicio de la alianza entre EE.UU. y el reino árabe, la corona saudí transformó su poder del control de una banda de tribus al control de las válvulas que estabilizan el sistema energético del mundo. La visita del presidente de EE.UU. perpetúa la necesidad del orden mundial liberal de producir beneficios materiales desproporcionados para el polo de poder, a cambio de un compromiso moral en la periferia. La imperativa necesidad de la economía mundial de realizar una transición energética hacia energías renovables aumentará el poder relativo de países productores de petróleo durante las próximas décadas. Poder para países como Venezuela, Arabia Saudita e incluso Rusia.
El 14 de febrero de 1945 se inició una relación de amor entre la corona saudí y la cúpula del poder de EE.UU. El presidente Roosevelt convocó al rey Abdulaziz bin Saúd (nacido en 1876) a bordo del USS Quincy, mientras la embarcación transitaba por el Canal de Suez. Roosevelt estaba regresando de la conferencia en Yalta en donde se reunió con Stalin y Churchill. El presidente estadounidense, quien estaba cumpliendo su cuarto término en la Casa Blanca, estaba consciente de su inminente victoria sobre la Alemania nazi y asumió inmediatamente la construcción del orden mundial posguerra. Por su parte, el rey Abdulaziz bin Saúd entonces era un guerrero cuyo logro fue unificar las tribus o conquistarlas y dar a luz a la Arabia Saudita moderna. Es más, el rey saudí de entonces nunca había visto el mar ni mucho menos estado a bordo de un destructor estadounidense. Podemos imaginar el balance de poder durante el breve encuentro a bordo del USS Quincy. El resultado fue un pacto: EE.UU. garantizaría la seguridad de la corona saudí a cambio de acceso a los campos petroleros del país árabe.
La alianza no existió sin conflicto. Es vital recordar que Al-Qaeda fue una organización fundada por un saudí, auspiciada por la corona. Hay que recordar que 15 de los 19 secuestradores del 11 de septiembre fueron radicales sauditas. Y es imperativo entender que 41% de los combatientes del Estado Islámico han sido originarios del reino saudí. El wahabismo, el fundamentalismo musulmán que defiende la corona saudí, es una corriente conservadora islámica que contempla la ejecución de los infieles y la sumisión de las mujeres. Un Estado Islámico radical y violento ya existía antes de ISIS. Una diferencia entre los yihadistas y la corona es la alianza de seguridad con EE.UU.
77 años después, la relación y el balance de poder es otra. Mohammed bin Salman, el joven príncipe de 36 años, controla el país que exporta 11% del petróleo a nivel mundial y el único que tiene capacidad de producción adicional, mientras que Joe Biden, de 79 años, lucha por mantener el control del orden mundial y su propio gobierno que cuenta con poco más de 35% de aprobación. Desde su llegada al poder en 2015, el joven príncipe saudí vio la purga de la cúpula del poder de la corona. En 2017 se arrestó a más de 400 príncipes y se les despojó de alrededor de $800 mil millones en activos. El príncipe de la corona también vio al escuadrón Tigre, una unidad de 50 oficiales de inteligencia saudí acusados de llevar a cabo asesinatos de disidentes, entre ellos el periodista Jamal Kashoggi. A nivel internacional, Mohammed bin Salman se involucró en la guerra civil en Yemen en 2015, conflicto que hoy es considerado una guerra proxy entre Irán y la corona saudí por el control ideológico del Medio Oriente musulmán. En menos de una década, Mohammed bin Salman fue artífice de una reforma de Arabia Saudita de ser un país que colgaba del balance complejo entre la religión, las tribus y los ingresos petroleros, a una nación autoritaria con proyecciones de poder a nivel regional.
No es casualidad que por primera vez en la historia de la Casa de Saúd, el monarca no es un patriarca en su cuarta edad. Fue una decisión geopolítica escoger a un joven en sus 30, que podría llevar a cabo un plan maestro durante las próximas 5 décadas, si la salud se lo permite. Mohammed bin Salman ahora controla el único país del mundo que construyó capacidad adicional para la producción de petróleo. Los sauditas construyeron refinerías adicionales que dejan de usar justamente para poder tener el poder político que tienen hoy.
Antes de visitar Arabia Saudita, el presidente Joe Biden pactó con las naciones del G7 fijar un precio base entre $40-$60 para permitir la compra de petróleo ruso, para reducir las ganancias del Kremlin. Es decir, las naciones del G7 priorizaron la estabilidad de sus mercados y la economía global por encima de tomar la decisión política y moral de dejar de financiar al régimen de Vladimir Putin, que hoy ya ha borrado del mapa más de tres metrópolis y cientos de urbes a punta de artillería.
Durante la última semana, Europa importó 1,84 millones de barriles de petróleo ruso cada día, marcando la tercera semana consecutiva de aumento de importaciones y el punto más alto en los últimos dos meses. Y aunque la Unión Europea acordó cesar la importación de petróleo ruso a partir de 2023, aún permitirá la importación a través de oleoductos y eximió a Hungría del embargo. Decisión que le compra a Putin la oportunidad de quebrantar la unidad en Europa.
China e India han incrementado su compra de petróleo ruso también. El Kremlin inició 2022 vendiendo solo 25 mil barriles de petróleo al día a Nueva Deli, hoy vende más de 600 mil barriles diarios a India. Y por otra parte, 95 de los 439 reactores nucleares a nivel mundial son de Rusia, operados por Rusia o con tecnología rusa. Es decir, Rusia tiene secuestrada la estabilidad del sistema energético mundial y occidente sí está dispuesta a negociar con los terroristas.
Y en América Latina, la administración de Joe Biden pareciera que decidió pausar la defensa de la democracia. Desde el inicio de la guerra en Ucrania y la crisis de los precios de la energía a nivel mundial, dos delegaciones estadounidenses han viajado a Caracas, con miras a reanudar las negociaciones y permitir nuevamente la operación de empresas de EE.UU. en los campos petroleros venezolanos.
Según la Agencia Internacional de Energía, las economías emergentes requerirán de $1 billón (un millón de millones de dólares) anualmente de aquí a 2050 para lograr la transición energética. Una transición vital para estas naciones que son las que están en mayor riesgo de ser afectadas por el cambio climático y también los cambios en los sistemas de energía a nivel mundial. A falta de estos recursos y a falta de un compromiso real por parte de las economías avanzadas, los países de América Latina continuarán dependiendo de los precios del petróleo y gas, y sus principales exportadores. ¿Qué países en la región producen la mayor cantidad de petróleo y gas para consumo energético? Brasil, Venezuela, México y Colombia. EE.UU. podrá no tener interés en los asuntos de la región, pero nuestras sociedades aún sienten el nefasto impacto de los petrodólares de que gozó Hugo Chávez y con los cuales se financió a movimientos de izquierda de la región desde Patagonia hasta ciudad de México.
El pecado original del orden mundial liberal se cometió en los bríos de la victoria en Europa a finales de la Segunda Guerra Mundial. Roosevelt y EE.UU. por ignorancia, desinterés o simplemente por cosas de la historia, nunca priorizaron los derechos humanos de personas fuera del polo transatlántico. El error de pensar que la democracia puede coexistir con fuerzas iliberales lo repitió Reagan en 1984, cuando viajó a Pekín para normalizar relaciones con el Partido Comunista de China, y nuevamente Bill Clinton y Obama, con sus políticas de apertura con Rusia y los herederos del colapso soviético. La guerra en Ucrania y la reacción de occidente simplemente es un ejemplo más de cómo las bases ideológicas del orden mundial que se hace llamar liberal, están dañadas. Las decisiones políticas del G7, y sobre todo la administración de Joe Biden, reafirman que son esclavos de las fuerzas económicas que exigen retornos desproporcionados a los costos reales de hacer negocios con tiranos.
La guerra contra el terrorismo islámico, producto de ese pecado original, ya le costó al mundo $8 billones (ocho millones de millones de dólares). La guerra en Ucrania suma ya costos por encima de $600 mil millones en daños localmente, sin contar el costo mundial producto de las disrupciones a la economía, y sin contar las hambrunas que se avecinan. ¿Está el mundo preparado para una Arabia Saudita empoderada? ¿Una Venezuela chavista vigorizada? ¿Estamos preparados para un mundo en donde el régimen de Putin sobreviva y continúe interactuando en los mercados mundiales?