La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 03/05/2024 00:00
- 02/05/2024 20:41
El 30 de abril de 1975, las fuerzas del Viet-Con, junto a tropas del Ejército Popular de Vietnam (fuerzas de Vietnam del norte, oficialmente República Democrática de Vietnam) tomaron control de la capital de Vietnam del sur (oficialmente República de Vietnam). La caída de Saigón dejó la famosa foto del helicóptero militar y el oficial de la CIA evacuando a personal de la embajada norteamericana. En agosto de 2021, la historia se repitió en Kabul, con las trágicas imágenes de afganos colgados de los trenes de aterrizaje de las aeronaves americanas escapando con sus nacionales abordo. Y preocupa si es cuestión de tiempo para que, en Kiev, por un colapso moral o en el campo de batalla, veamos nuevamente la caída de una capital que prometimos proteger como ciudadanos de un mundo. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el enemigo de la libertad ha sido constante en crear una interoperabilidad ideológica entre sus distintas iteraciones, a lo largo de la historia y lo ancho del mundo moderno. En la historia moderna, el nombre paraguas del enemigo de la virtud y el hombre libre es el marxismo y el comunismo. El único aporte de este mal al mundo es la oportunidad de demostrar que el verdadero valor solo nace del trabajo del individuo, que en libertad es capaz de crear algo único e irreplicable. Sin embargo, hoy este gran mal tiene las herramientas de comunicación masiva y el control de la educación de las nuevas generaciones.
Siempre me ha sorprendido que cuando las causas de la izquierda agitan a las masas en un país u otro, sus organizadores son una cornucopia de joyas del desorden internacional. En Vietnam, el Viet Con atrajo a combatientes de Albania, Rumania, Corea del norte, Cuba, Suecia, China y la URSS, entre otras nacionalidades. Los talibanes en Afganistán contaban con luchadores de Chechenia, Turkmenistán, Turquía, Catar, Arabia Saudita e Irán, entre otros. El mismo Che Guevara asesinó desde Cuba hasta Bolivia y el Congo.
Estos guerrilleros, aunque sean decenas de células, con distintas motivaciones todas, tienen la ventaja de tener el mismo enemigo en común: el mundo libre. Mientras que, para cada democracia, la amenaza es completamente distinta. Existe un peligro enorme en la interoperabilidad de nuestros enemigos.
Es en esa interoperabilidad ideológica que podemos entender como simpatizantes de Hamas y activistas pro derechos LGBTQI+ pueden ser aliados en contra del orden en las universidades de EE.UU. Es esa interoperabilidad que permite que en occidente sean las mujeres las que con más fervor defiendan los supuestos derechos de regímenes opresores en el medio oriente. O que el Congreso de EE.UU. apruebe más de $95.000 millones de ayuda a países extranjeros, sin atender la crisis de seguridad que plaga las ciudades más famosas del país.
Teherán, Pekín, Moscú y La Habana no tienen que coordinar cada movimiento, porque igual están enfilados en la misma dirección, apuntando sus cánones al centro del poder mundial. Son una fuerza de destrucción, su poder está basado en la acumulación de escombros, no en su capacidad de construir catedrales.
Es allí donde es importante diferenciar las causas sociales de las tendencias ideológicas y la estructura democrática. Cualquier persona que lea el “Manifiesto comunista”, que no es más que un panfleto, podrá constatar que la ideología plasmada en el papel solo habla de destrucción y agonía. Una glorificación de la violencia. Es imposible leer a Marx y escapar del conflicto. La piedra angular de esa ideología es la lucha de clases. Una lógica que siempre va a canibalizar a sus miembros, una vez conquiste, a la fuerza, a toda la población.
El canibalismo marxista lo vemos en los radicales que cuestionan la inmoral falta de compromiso de sus seguidores. Lo vimos en el terror de los bolcheviques, al final de la revolución rusa, lo vivió el Che Guevara, traicionado por Fidel en Bolivia, al igual que lo vemos ahora en el régimen de Maduro que persigue a los suyos para continuar la interminable lucha de clases necesaria para oprimir a una nación cansada de sangrar. El mismo presidente Biden está enfrentando la canibalización de su flanco izquierdo, con protestas masivas en todo el país, exigiéndole al presidente de EE.UU. dictar los términos en los cuales la única democracia del medio oriente decide defenderse de la barbarie. Pero el comunismo siempre buscar identificar a un opresor y un oprimido, una ideología que elimina el disenso y lo único del individuo, a cambio de un monoteísmo.
Independientemente de la inclinación ideológica de un individuo, es evidente que si todos los canales de televisión, y todas las redes sociales, y todos los memes, dicen lo mismo, entonces, lo más probable, es que todos estén mintiendo. La realidad es tan variada como los colores y aquellos que pretendan simplificar para crear estos binomios solo buscan atajos para lograr objetivos personales. El voto es tuyo. Las preferencias son las tuyas. El impuesto que pagas sale del trabajo de tus manos y debería ser utilizado para tu beneficio. Es mentira que el supuesto derecho al aborto, o la prohibición de ciertos libros en escuelas, es lo más importante en tu vida. Esa imposición ideológica no es más que un virus que se nutre del resentimiento que cultivan aquellos cobardes que temen vivir en libertad, que temen mostrarse por quienes son. De Saigón a Kiev, la interoperabilidad de la ideología comunista permite la acumulación de la desgracia humana, para generar un tsunami aberrante de insatisfacción de una masa que ya no sabe ni cómo llamarse.
Y allí es donde debemos recordar la lección olvidada que nos dejó Scipio Aemilianus y el fin de Cartago. En el año 146 a.C., el cónsul Scipio Aemilianus recibió órdenes del Senado de la República romana de poner un fin, una vez por todas, a las afrontas de Cartago. Después de tres guerras púnicas, después de que Aníbal se atreviera a cruzar los Alpes con elefantes y causar destrozos por toda la península italiana, después que las hordas bárbaras saquearon a todos los aliados de Roma, el cónsul romano capturó más de 50.000 cartaginenses, que permanecían en la capital, saqueó la ciudad, quemó y derrumbó los restos, y luego, aró la tierra y la sembró con sal, para que jamás volviera a nacer de esas tierras el espectro de la barbarie. No cabe duda que el comunismo ha sido el enemigo del hombre libre, el enemigo de la verdad, el enemigo de la razón, la lógica y de la experiencia humana. El comunismo es un virus, no tiene vida propia, no produce energía propia, no crece por sí solo, el comunismo es un virus que persiste destruyendo la vida de su huésped. Y hay que aniquilarlo para que la vida vuelva a florecer.