Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 02/05/2014 02:00
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Las fotografías de las diferentes agencias muestran a una mujer egipcia desmayada tras escuchar el fallo del tribunal que condena a muerte a 683 miembros de los Hermanos Musulmanes, entre otros, Mohamed Badie, su líder espiritual. A su alrededor centenares de personas, sobre todo mujeres y niños, lloran desencajadas e incrédulas ante un fallo que no por previsible, deja de ser de una crueldad sin paliativos.
Desde el golpe de estado que el pasado verano depuso al presidente Morsi y a su Gobierno, el ejecutivo egipcio, controlado por el ejército, ha desatado una represión sin precedentes contra la Hermandad que ganó democráticamente las elecciones. Un macro proceso en el que 2.000 miembros del colectivo están siendo ajusticiados en sesiones de media hora, muchas veces sin la presencia de sus abogados.
El mes pasado las autoridades conmutaron la pena de muerte a más de 500 miembros del colectivo por la de cadena de perpetua, ratificando la pena capital para 37 Hermanos. En esta ocasión, quizás pueda pasar lo mismo, y al final, la máxima pena sólo se imponga a una parte de los 683 condenados.
Sin embargo, parece que el mensaje que las autoridades egipcias quiere trasladar a la sociedad y a la Hermandad es claro: ‘pierdan toda esperanza en el futuro’. El gobierno egipcio, con el apoyo de los Estados Unidos y la vista gorda del resto de la comunidad internacional, ha decidido que la Hermandad, enraizada en las entrañas de la sociedad egipcia como ninguna otra organización, no pueda volver a ser nunca más una alternativa de gobierno.
La primavera egipcia de 2011, la caída del dictador Mubarak y el proceso político posterior trajeron un aire de esperanza al país. El Gobierno de Morsi impulsó unos cambios en la Constitución y en la arquitectura política del país que justificaron un golpe de estado cuyas consecuencias estamos viendo ahora. La represión injustificable contra todo movimiento crítico con el nuevo régimen y la ilegalización del movimiento laico juvenil del 6 de abril, recuerdan a los peores tiempo de Mubarak.
El retroceso egipcio es evidente pero no parece que nadie esté dispuesto a hacer nada. Las grandes potencias prefieren convivir con un régimen represor que proporcione tranquilidad a Occidente y garantice la lucha contra el islamismo, sea radical o violento, a inmiscuirse y corresponsabilizarse en los asuntos de un país tan complejo como Egipto. Con Mubarak hicieron lo mismo.