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- 12/09/2020 00:00
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El llamado 'Giro hacia la izquierda en América Latina' fue un fenómeno que llegó a nuestro continente a partir del ascenso al poder de Hugo Chávez en Venezuela, en el año 1999 por voto universal, directo y secreto.
Esto significó el comienzo de un proyecto geopolítico a partir de la 'Revolución Bolivariana' y del potencial petrolero venezolano que generó una política exterior de proyección que hizo posible la llegada a la presidencia de Néstor Kirschner y Cristina Fernández de Kirschner (Argentina); Luiz Inácio Lula Da Silva (Brasil); Fernando Lugo (Paraguay); Rafael Correa (Ecuador); Manuel Zelaya (Honduras); Daniel Ortega (Nicaragua) y por supuesto, Evo Morales Ayma (Bolivia) por el Movimiento al Socialismo (MAS).
Todo esto, sumado al trabajo y a la impronta del Foro de Sao Paulo que ha procurado la inoculación de cuadros y células de partidarios de la izquierda populista y des-institucionalizadora para la transformación de los contextos nacionales latinoamericanos, para hacerlos territorios libres del imperialismo estadounidense.
Empero, la izquierda es muy buena para llevar adelante estrategias de subversión, de agitación y de venta de la utopía de un cambio a través de la revolución y de la aplicación de movimientos tácticos populistas, todo para rentabilizar en su propio beneficio, la pobreza, las diferencias sociales y la desconfianza de los ciudadanos respecto a la capacidad del Estado para satisfacer sus necesidades más sentidas; pero al mismo tiempo, ha dado resultados negativos en el ejercicio del gobierno y en la construcción de políticas públicas incluyentes que tengan como fin el bienestar de los ciudadanos.
La izquierda latinoamericana, ante la caída de los precios internacionales del petróleo y el descenso de la capacidad de producción de Venezuela, así como la pérdida de la legitimidad del régimen de Nicolás Maduro a nivel internacional, se vio frente a la necesidad de nuevas estrategias y formas de organización de partidos políticos y movimientos sociales, en la búsqueda de “una revancha” que le permitiera retomar el poder a corto y mediano plazo.
Así, se sumó al Foro de Sao Paulo el accionar del llamado 'Grupo de Puebla', que es un foro político y académico integrado por representantes de la izquierda política iberoamericana, fundado el 12 de julio de 2019 y que tiene como objetivo principal, articular ideas, modelos productivos, programas de desarrollo y políticas de Estado de carácter progresista.
Desde allí, han continuado la operación política y el lobby en países como Colombia, México, Perú, Paraguay, Brasil, Ecuador, Argentina, Bolivia, Venezuela, entre otros.
Por otro lado, se comienza un trabajo en el cual, los otrora presidentes “progresistas de izquierda”, ahora asumirían posiciones de vicepresidentes –siguiendo el ejemplo de Cristina Fernández en Argentina–, o bien de relevancia política, a los fines de “ir al abordaje” y retomar los hilos del poder.
En ese camino anduvo Rafael Correa en Ecuador, mientras que Evo Morales en Bolivia se lanzó, aunque desde el exilio, al cargo de senador por Cochabamba.
En ambos casos, el resultado fue fallido y ambos permanecen, o bien inhabilitados, o bien con la prohibición de participar en las elecciones por no residir en la provincia a representar, respectivamente.
Lo que sí resulta muy preocupante es que mientras la izquierda trata de unirse, de cohesionarse en objetivos y propósitos, pareciera que en sus contrarios, lo que subsiste es la fragmentación y ansias por el poder, que sin duda, disminuye sus posibilidades de triunfo. Este es el caso específico de Bolivia, con un proceso electoral que tuvo a bien ser postergado (del 6 de septiembre al 18 de octubre) a causa de la pandemia.
De acuerdo con el último sondeo de opinión presentado por la cadena televisiva más grande del país, Unitel, Luis Arce, del MAS, partido del expresidente Evo Morales, cuenta con un 26,2% de los votos, frente a Carlos Mesa, con un 17,1%.
Por su parte, la actual presidenta encargada, Jeanine Áñez Chávez, ha perdido 6,5 puntos y tiene un 10,4% de la intención de voto.
La encuesta muestra un alto porcentaje de indecisos (16,6%), así como de blancos y nulos (9,3%). Por otra parte, existen otros sondeos donde se observa a Arce y a Mesa prácticamente en empate técnico, mientras que la actual presidenta encargada se mantiene con 10 puntos por debajo.
Como bien indican las reglas de juego en Bolivia, a nivel estadístico, Arce tendría el 37,3% de los votos válidos y Mesa, el 24,2% con miras a una primera vuelta.
A sabiendas de la normativa electoral en Bolivia, que dicta que se considere ganador de unas elecciones el candidato que bien tenga 40% de los votos válidos y una diferencia de más de 10 puntos porcentuales respecto al segundo y que, de lo contrario, se realizaría un desempate, Arce perdería frente a Mesa (35% frente al 40% del expresidente).
Sin embargo, si sumáramos el 10,4% de Áñez en la muestra con el 17,1% de Carlos Mesa, las principales fuerzas de la oposición política boliviana alcanzarían un 27,5% lo cual superaría, aunque por corto margen a Arce, y ello sin tomar en cuenta otras candidaturas como la de Luis Fernando Camacho (6,7%) o la del expresidente Jorge 'Tuto' Quiroga que apenas llega al 2% de intención de voto, con lo cual estaríamos hablando que Mesa podría alcanzar un techo de 35% o más, de unirse todos los factores contrarios al MAS.
Una de las cosas que debiéramos aprender de las experiencias recientes de la política latinoamericana, es la existencia de unos “caramelos de cianuro”, mortales para cualquier democracia y que nos llaman a elaborar una agenda política basada en lo siguiente:
1. La necesidad de conectar con las grandes mayorías, sobre todo con los más necesitados.
2. La necesidad de dejar atrás los cálculos racionalistas-individualistas de ganancias particulares, para así pensar en la política como el vehículo para la construcción del bienestar nacional.
3. La puesta en práctica de aquel dicho que reza que: “El candidato es aquel que piensa en las próximas elecciones, mientras que el estadista es aquel que piensa y se enfoca en las próximas generaciones, siendo paciente y coherente en su accionar”. Así se necesitan más y mejores estadistas en nuestras sociedades, conocedores de su rol frente a la historia.
4. Que la política no se limita al internet y a las redes sociales (aunque esto adquiere una importancia sustantiva en tiempos de pandemia).
5. Ser conscientes de que solo unidos es que es posible salvaguardarse de los encantadores de serpientes del socialismo populista, para proteger la República, la libertad, los derechos humanos, la institucionalidad del Estado y el imperio de la constitución y las leyes.
De igual forma, la unidad no solo es ni debe ser para ganar elecciones, sino que debe mantenerse más allá, en el devenir del ejercicio del gobierno, en aras de elevar los estándares de gobernanza democrática que consiste en mejorar la eficacia y la eficiencia de los gobiernos en la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, al tiempo que se elevan los niveles de confianza, de inclusión y de equidad que vienen a reforzar el tejido y paz social en nuestras naciones.