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'El pueblo es el único que puede sacar a Daniel Ortega'
- 08/09/2022 00:00
- 08/09/2022 00:00
Manuel Alejandro Sandoval, un estudiante universitario de derecho, exiliado en Costa Rica, se siente triste, impotente y frustrado. Le duele su natal Nicaragua. En ocasiones se le entrecorta la voz y sus ojos se llenan de lágrimas.
Le causa frustración ver cómo la oposición de su país y la comunidad internacional no han tenido el suficiente carácter para frenar el régimen Ortega-Murillo; e impotencia, al percatarse de que cada día la dictadura sigue la escalada represiva intentando hacer de facto, un estado con partido único.
Se trata de uno de los jóvenes que lideró el estallido social que se produjo en su país en 2018, producto de un descontento que había entonces de grupos universitarios, por la reforma al Seguro Social y la represión de la que estaban siendo objeto los jubilados.
El joven ahora se encuentra lejos de su patria, y no porque quiere, sino debido a que a menudo era amenazado por el régimen de Daniel Ortega, y llegó un momento en que el hostigamiento era tan fuerte, que tuvo que salir del país y llegó a Costa Rica, sin saber dónde y ni cómo iba vivir.
El estallido comenzó el 18 de abril de 2018 y la respuesta del régimen fue inmediata, pero no había marcha atrás, relata el joven, quien, desde su universidad estuvo liderando protestas; y, después, en su localidad natal, encabezó todos los movimientos y era quien hablaba públicamente contra el régimen. Un total de 45 estudiantes resultaron muertos en las protestas, de acuerdo con informes periodísticos.
De todos los jóvenes de su municipio, fue el rostro más visible y la voz más enfática en esos días de protestas, aparte de que a menudo escribía en los medios contra el régimen.
Acusado de un sinnúmero de arbitrariedades, Daniel Ortega buscará reelegirse por un cuarto mandato consecutivo, el próximo 7 de noviembre, para lo cual en los últimos meses se ha valido de actos ilegales que le permitieron sacar de la competencia electoral a sus opositores.
La persecución contra opositores es la última de una serie de estrategias que le han permitido a Ortega alcanzar el control de todo el aparato del Estado. Desde que volvió al poder, hace casi 15 años, tras haber sido presidente en la década de 1980, el exguerrillero eliminó a sus competidores políticos dentro del Frente Sandinista de Liberación Nacional; se apoderó de todos los órganos judiciales y electorales; modificó a su medida la Constitución y aprobó leyes represivas; y, finalmente, puso tras las rejas a siete candidatos presidenciales que se atrevieron a desafiarlo. A ello le sumó la censura y persecución contra medios de prensa, según reporta Connectas, una plataforma periodística.
Hay una dictadura. En menos de 40 años se asentó otra familia, con pretensiones dinásticas y desde su ascenso en 2007 ha organizado un modelo de Estado-Partido-Familia al igual que el somocismo. Previo a 2018, Ortega ejecutó de forma evidente un asalto a la institucionalidad democrática, supeditó el resto de poderes en torno al Ejecutivo y encontró la forma de someter a las fuerzas policiales y militares, a través de nombramientos de su círculo más cercano, incluso familiar. Esto le permitió un control político del Estado, que en 2018 lideró, ordenó y ejecutó una represión sistemática sin precedentes en la historia de nuestro país, cuyas violaciones a los derechos humanos del pueblo nicaragüense fueron tipificadas como «crímenes de lesa humanidad». Hoy tenemos un régimen dictatorial que a través de la fuerza y el control político se sostiene con un desconocimiento internacional y sin el respaldo de la mayoría del pueblo nicaragüense.
Alejandro Serrano Caldera (filósofo nicaragüense) ha reflexionado sobre este fenómeno tautológico de la política nicaragüense. Nos ha brindado una metáfora hermosa y dolorosa: «Nicaragua es una bicicleta estacionaria». Y lo entiendo así: caminamos, pero no avanzamos. Es decir, nuestra historia oscila entre el caudillismo, el populismo, el mesianismo, y eso es nocivo para la identidad política de cualquier sociedad. El problema es que el nicaragüense contribuye a la creación de caudillos. Ortega volvió al poder fruto de un pacto político inescrupuloso, la senda electoral fue la base para consolidar la autocracia de hoy. Muchos advertimos de lo peligroso que eran algunos actos que, en aparente legalidad, socavaron el estado de derecho, y cuando el pueblo reaccionó, ya había muertos.
Nuestra sociedad nicaragüense se ha desarrollado en la confrontación. Si hay un país que en toda la extensión de su vida independiente ha vivido de la polarización, ese es Nicaragua. Un denominador común de la región centroamericana, pero yo lo veo más asentado en mi país. La guerra fue hace menos de medio siglo, la poca memoria que existe sobre ello y la falta de justicia hace que esté presente como opción para salir de la dictadura. Mi generación ha enfrentado esta tiranía con una fuerza moral que no tenía la oposición antes de 2018. No queremos la guerra, nadie quiere más muerte, pero si es el camino para liberar Nicaragua, lo asumiremos, no por un reconocimiento ni heroísmo póstumo, sino por quienes nos sucederán: para que nunca más tengan que pagar con muerte, cárcel o exilio el hecho de ejercer derechos y libertades.
Yo veo a la Revolución Sandinista como otro ensayo político funesto y fracasado en Nicaragua. El sandinismo nunca debió llegar al poder, el modelo vertical, guerrillero e incivilizado les hizo tomar decisiones nefastas durante una década. Si hubo algo bueno, esto es olvidado y se les recuerda por la guerra, pobreza, exilio, servicio militar obligatorio, confiscaciones, entre otras cosas. La revolución fracasó desde el mismo día que triunfó, y fue traicionada por la misma cúpula del FSLN. Ellos son los responsables de esa década de horror. Claribel Alegría diría que 'era la esperanza... por eso a muchos nos dolió lo que pasó después'. Y otra frase que sintetiza esta época de nuestra historia es la de Sergio Ramírez al definir que lo que queda de la revolución es una tiranía. Y no se equivoca, Ortega no ha superado a Somoza, se ha superado a símismo.
El régimen de Ortega sabe que la Iglesia católica es la institución con mayor credibilidad en el país. La autoridad moral y la capacidad de influencia social no la tiene ningún otro sector en Nicaragua. En la década de 1980 tuvieron una lucha frontal contra la Iglesia, al punto de que en la primera visita de san Juan Pablo II a Nicaragua, las turbas sandinistas lideraron un motín contra el Papa, y luego casos más visibles contra obispos y sacerdotes. Han repetido nuevamente el guion. Los ataques a la Iglesia van desde profanaciones, asedios, cárcel, exilio forzado, expulsión de las Misioneras de la Caridad, hasta atentar contra una imagen de Jesús. A Ortega le incomoda la fuerza profética de la Iglesia, es el último bastión en pie luego de neutralizar partidos, oenegés, entre otros grupos de oposición, pero se equivocan. El pueblo de Nicaragua es profundamente creyente y temo que esta agresión de la dictadura contra la Iglesia sea la causa de otro levantamiento social.
Desearía poder responder esta pregunta con certeza, pero sería irresponsable de mi parte. No sé hasta cuándo veremos la caída del sandinismo. Lo cierto es que el aislamiento internacional y las sanciones lo han golpeado, pero no ha sido suficiente, y no lo será mientras el Banco del Sistema de Integración Centroamericano (SICA) continúe con la emisión de préstamos, lo que genera una preocupación por el incremento de la deuda externa del país. El problema es que en Nicaragua ya no se puede hacer oposición y dadas las complejas situaciones geopolíticas actuales, dudo mucho que la presión internacional sea efectiva. El pueblo debe sacar a Ortega, pero no sabemos cómo, porque la opción electoral queda relegada como última opción, en tanto que no tenemos garantías para un proceso democrático creíble. A corto plazo no veo una salida y temo que Nicaragua se acostumbre a un modelo de partido único como lo 'enseña' La Habana.