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- 09/03/2022 00:00
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Muchos de los miles de rusos que abandonan su país a través de Finlandia huyendo de las sanciones lo hacen con el miedo a posibles represalias si expresan su opinión en público y la desesperanza de no vislumbrar un futuro en su propia tierra.
El Allegro, el tren de alta velocidad que une San Petersburgo con Helsinki dos veces al día, llega lleno a la estación central de la capital finlandesa, como viene ocurriendo desde que Rusia lanzó su ofensiva sobre Ucrania.
Los viajeros, la gran mayoría ciudadanos rusos, se apresuran a abandonar el andén y muy pocos de ellos se atreven a hablar con los periodistas que les esperan. Algunos viajan por placer o trabajo, muchos otros huyen de Rusia.
“Lo siento, tengo familiares en Rusia”, dice un joven con el rostro oculto tras una mascarilla. “Lo lamento, soy militar y no puedo hacer declaraciones”, se disculpa un hombre alto y fornido de mediana edad.
Katya (nombre ficticio), una joven de San Petersburgo, es una de las pocas personas que acceden a ser entrevistadas, porque cree –dice– que sus palabras quizás ayuden a arrojar algo de luz sobre la situación interna actual en Rusia, aunque solo se atreve a hacerlo de forma anónima.
“Todos mis amigos y familiares están en Rusia y ahora te pueden condenar a 15 años de prisión si dices algo que no esté bien. Son como rehenes y no sé cómo protegerlos”, afirma a EFE.
Katya quiere aprovechar sus vacaciones para salir de Rusia e intentar buscarse un futuro en España, donde tiene algunos contactos.
“Nadie cree que la situación en Rusia vaya a mejorar a corto plazo. Los que pertenecemos a la generación de los 90 tenemos la mente más abierta y muchas familias vivíamos entonces en condiciones tan pobres que no nos podemos ni imaginar volver a aquello”, asegura.
Katya cuenta que muchos de sus amigos piensan como ella y están buscando cómo salir de Rusia para mudarse a otros países, pero otros se han creído la propaganda oficial y opinan que el ataque a Ucrania realmente es por el bien de Rusia.
“Incluso antes de lo de Ucrania no había un futuro para mí en Rusia. La situación en Bielorrusia nos hizo entender que no había esperanza. Todo el país se levantó contra el presidente (Alexandr Lukashenko). ¿Y dónde está ahora el presidente? En el mismo sitio, sin que el resto del mundo hiciera nada”, se queja.
A Katya le parece muy injusto que las grandes multinacionales estén saliendo de Rusia o cerrando temporalmente sus negocios, porque mucha gente normal se está quedando sin trabajo, sin que ello dañe a la persona a la que van dirigidas las sanciones: el presidente ruso, Vladímir Putin.
“Por favor, no culpen a la gente de Rusia de lo que está sucediendo en Ucrania, nosotros somos rehenes”, asegura.
Katya no cree que pueda volver a Rusia a vivir y trabajar en mucho tiempo, porque allí –afirma– no ve ni porvenir ni seguridad para sus futuros hijos.
“No sé gran cosa de política, pero en los últimos diez años muchas cosas han ido a peor: la libertad de expresión, los precios... Para mí la Gran Rusia no es la de Putin, es una abierta y libre”, afirma.
Mientras los últimos pasajeros del Allegro abandonan el andén, la torre de la estación central de Helsinki luce iluminada de azul y amarillo, en solidaridad con Ucrania, y en su tejado ondea una bandera ucraniana.