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- 08/05/2022 00:00
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Justo allí, en la puerta de entrada de 'La Decana', está ubicada una enorme linotipia, en el ángulo perfecto para robar miradas y transportarse a los recuerdos que marcan el nacimiento de esta redacción.
La intemperie hace que cobre el óxido que se cuela entre sus 90 caracteres –6 filas y 15 columnas–. A su izquierda, las letras minúsculas. Al centro, los signos de puntuación y a la derecha, las letras mayúsculas. Es el único artefacto con un teclado que marca el mismo orden del alfabeto dos veces continuas. Es la máquina Mergenthaler, una reliquia que en su momento revolucionó la historia de la impresión tipográfica.
A quien en época de su uso le correspondiera escribir el nombre de este periódico, debía pulsar bien sus dedos y no alejarlos mucho del teclado, porque con la misma mano izquierda debía usar la banda espaciadora y las letras minúsculas. La excepción era la letra “e”, la más utilizada de ese teclado, ya que debido a su frecuencia de uso, contaba con dos canales en el magacín –espacio donde se almacenan los caracteres móviles– mientras los demás contaban con uno.
Repasarlo lleva tiempo al aprendiz, porque maniobrar este equipo requería más que las dos manos. Se debía diferenciar entre sus paneles una variedad de hasta 4 magacines, el mecanismo de fundición y de distribución a la vez. Estos precedentes elevaron los estándares de la industria de la comunicación escrita. Quizá hoy, a los de la era de cristal, les cueste hacerse a la idea de que hace poco más de un siglo, los diarios se componían en máquinas como estas.
Esta portentosa máquina dejó atrás a Gutenberg, en el punto de partida, por sellar de manera más rápida el alfabeto. Hizo soñar a muchos al pasar a las planchas las noticias de estas redacciones.
No hace falta un día de conmemoración para contar esta historia. Va por aquellos que pasaron la página en esta profesión muy corta, ayudando a evolucionar a los que hoy gozamos de la tecnología.
El oficio de linotipista o 'linotipo', como se le decía coloquialmente, lo ejercía quien pasaba los escritos de los periodistas en estas máquinas. Un proceso largo y algo complicado, ya que algunos incluían una lectura de cintas de papel, lo que ayudaba en algo que el texto pudiera ser enviado por medio de una línea telegráfica.
Tratando de recobrar las palabras a través del tiempo en que la mayoría de estas fuentes ya partieron, me queda muy presente una persona que tocó la puerta de este diario, para dar sus primeras pulsadas de experiencia a los 19 años.
Ya tenía arraigada su decisión por plasmar las letras, gracias a un familiar que llevaba su segundo apellido. Su tío Lucas Bárcenas, poeta panameño que había impreso diversos libros, muchos leídos en diversos planteles, sobre todo uno que está ubicado en el distrito de Arraiján y que lleva su nombre.
Isaías Cañizales Bárcenas, de profesión linotipista, llevaba las letras en la sangre. No las redactaba en sí, pero sí aprendió a componerlas en esta máquina y a darle forma al escrito. Tenía espíritu innovador y una labia por este negocio a tal punto de convencer a cualquiera de que vendría más que esto.
Centrado por fuera e inquieto por dentro, recorrió la historia de las primeras redacciones de este periódico por los lados de la Catedral de Panamá.
Entre los años 1951-1959, cuando The Star & Herald y La Estrella de Panamá eran dos periódicos separados, adquirió la práctica entre ambos ejemplares y la ejerció desde temprano cobrando rapidez de palabras por hora, dependiendo de cuán pesado era el volumen de los escritos. Era un torbellino tecleando en este viejo inquilino de 90 caracteres que le ayudaba a componer el boceto de sus líneas.
La Mergenthaler fue su amor a primera vista, aun con el despliegue de sus difíciles usos; fue el reto que más llamó su atención, a tal punto que se rehusaba a aprender en un nuevo teclado y fue notorio con el pasar del tiempo; la huella de esta multifacética máquina lo acompañó siempre. Le dio la firme convicción por decidirse a tomar un camino independiente.
Pasando por años de experiencia y turnos rotativos, logró adquirir cuatro de ellas, en tiempos en que el periódico daba el siguiente paso mudándose a donde hoy se encuentra.
Junto a su mejor amigo, Máximo Jipsion, impulsó a otros compañeros a sumarse al vuelo de este emprendimiento. Fue por calle 17, en un pequeño local donde logró despegar su travesía.
La experiencia que este periódico le dio, lo hizo soñar despierto ante la necesidad de otros clientes por impresiones de menos volumen: libros, revistas, afiches, etc.
El equipo fue creciendo en número y en camaradería. Una mayor demanda posibilitó la apertura de plazas de trabajo a excompañeros, amistades y familiares que aportaron con su profesión al mercadeo y venta de servicios para empresas privadas y el sector público. Hicieron un trabajo excepcional que significó un salto que la convertiría en una de las imprentas más reconocidas del país.
Así miró este negocio por años y cuando nunca pensó crecer tanto, emprendió su traslado a avenida Perú, ya con una imprenta independiente a la cual patentó Imprenta Cañizales, S.A.
Recorrió los nuevos horizontes de la litografía y fue así como empezó a conocer en Colombia y Estados Unidos, nuevos socios para la venta de nuevas máquinas y accesorios por importar a Panamá. Siempre se atrevía a tomar riesgos, como hizo con los sellos de goma, el salto a los automáticos, que fueron la innovación para los clientes del sector gubernamental. Para las campañas electorales imprimió afiches e introdujo nuevas máquinas de impresiones a tela en camisetas, gorras y pañoletas.
Llegó a incorporar las rotativas, cortadoras y compaginadoras simultáneas que fueron transformando la historia de las Margenthaler.
De la plancha, ahora el papel pasaba a través de un cilindro giratorio, que ejercía una presión más potente, transición que lo llevó a la impresión Offset, de la tinta a un cilindro de caucho y luego los grafitos impresos al papel.
Ya el espacio se quedaba chico. Adicionar una ala nueva y dos pisos de oficinas extra fue el paso al consolidar una sociedad. Así nació Imprenta Carey, en avenida Balboa, donde agregó productos nuevos e incorporó a su cartera clientes importantes como las bases de la Zona del Canal: Clayton, Albrook y Howard.
Era típico verlo sentado en las barras de los restaurantes Boulevard Balboa y El Prado.
Allí podías leer sobre sus manteles de papel impresos, los pequeños escritos a los que les daba un toque especial en la parte inferior. Eran dichos, versos o mensajes que finalizaban con su eslogan “una imprenta diferente”.
En el año 1997, sus médicos creen que el uso prolongado de plomo en las máquinas Mergenthaler le ocasionó cáncer de pulmón.
Y es que cantidades líquidas de este metal yacían en la caja de fundición junto con otros compuestos. Eran los propulsores formadores de lingotes que constituían una línea de caracteres. El linotipista tecleaba el texto y la máquina agrupaba los moldes o matrices en una línea. Esta se fundía en una sola pieza de plomo caliente y luego se disolvía para que cada carácter pudiese ser utilizado para otra impresión. Así de caliente, con materiales tóxicos, se exponían los trabajadores de esta era de la litografía.
Por esta razón, él no permitía la entrada por esta ala de la imprenta. Pero escabullirse valía la pena por ver la montaña brillante que se formaba hacia un costado de las máquinas, pedacitos de plomo cortados en forma de flechas quemadas de lingotes amontonados. Llamaba la atención de cualquier niño. Entrar allí ya era una sinfonía por el compás del ruido peculiar al unísono de varias de esas máquinas, era una marcha continua por ver armar cada línea en sus planchas, las diminutas letras boca abajo que subían y bajaban por palancas, te dejaban perplejo.
Pocos inventos han tenido tanta importancia y al mismo tiempo una vida corta que ayudó a dar cambios a las postreras en rapidez, calidad y seguridad.
Siempre al tanto de cada detalle, Isaías Cañizales siempre estuvo pendiente del trabajo de su personal. Fue un líder innato que se mantuvo a la vanguardia de los cambios.
Quienes lo conocieron, saben que de esta era digital ya hubiera dicho un chiste.
No olvidó de dónde venía, mantuvo su historia presente con tal fidelidad, para preservar hasta lo último de dónde salieron estas máquinas, lo que hoy me da la oportunidad de contar dónde fue que todo empezó. Es el ejemplo que me dejó mi padre, por el gusto de estas letras.
La autora es periodista