Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 02/10/2019 16:56
- 02/10/2019 16:56
Hay ocasiones en que los textos se prestan para desarrollar temas fantásticos que se han ejecutado en el mundo del deporte; sin embargo, esta vez aprovecho para dejar una postura sobre un asunto delicado que me deja muy avergonzado.
Así como yo lo tuve, muchos niños y niñas tienen el sueño de trabajar en el periodismo deportivo, una labor que te permite obtener satisfacciones inquebrantables que jamás experimentarás en giros distintos, así como también disgustos e incomodidades alentadas, sobre todo si eres mujer.
Lo que nadie les dice a las aspirantes y soñadoras de la profesión es que cuando se encuentren en pleno cumplimiento de su trabajo recibirán faltas de respeto y humillaciones, entre muchísimas otras cosas, por el simple hecho de pertenecer al género femenino. Así continúa nuestro comportamiento verraco.
El acoso de algunos hinchas hacia las compañeras periodistas en los enlaces de televisión ha evidenciado más de una cuestión. La primera, y la que más habría que destacar, es la valentía al defenderse de una circunstancia sofocante que ninguna mujer, dedíquese a lo que se dedique, debería de vivir. Ya son más las que deciden actuar en lugar de aceptar la sumisión, ya son más las que enfrentan el ahogo del machismo.
No obstante, mientras más son las colegas que se atreven a proceder, menos son los hombres que las amparan. Por lo tanto el segundo punto, que es el motivo por el que mencioné estar avergonzado, es el silencio deshonroso que muchos hemos tenido ante dicho suceso. Que, aunque ha habido sus excepciones, no bastan ante el desagradable momento que atraviesan desde siempre las mujeres.
Nos hemos convertido en comunicadores que escriben historias de la gente, en aquellos que ejercen la debatida libertad de expresión, con presunta crítica y señalamientos hipotéticos, pero no podemos sumarnos al esfuerzo que el género femenino padece todos los días, dentro y fuera del oficio.
Si en nuestro entorno, con nula iniciativa personal, no podemos colaborar con una causa que involucra a nuestras compañeras de trabajo, dudo que podamos bautizarnos como lo que algún día soñamos: periodistas.
Nos hemos transformado en los aficionados que se encuentran dentro del estadio y que observan una riña con palomitas en mano, como si se tratara del entretenimiento incluido en el boleto del partido. En pocas palabras, me parece que huimos con una prisa irracional de esa refriega que nos corresponde también a nosotros como hombres.
No escribir sobre el problema y observar cómodamente al movimiento que lucha por una igualdad personal y profesional, también nos convierte en individuos pusilánimes que no definen la palabra “valor” de la misma manera que lo hacen las mujeres. Redactar, hablar o informar sobre la importancia del respeto hacia ellas no nos hace menos hombres, pero sí más comprometidos con una sociedad que requiere solidaridad.
Y claro que no busco cambiar al mundo, –y menos desde este espacio–. Lo único que me interesa es dejar claro un mutismo del que estoy abochornado, sobre todo como participante de un sector del ecosistema periodístico que aún no ha levantado la voz, uno que no ha asumido su porción de responsabilidad por ello.
Los que no actuamos y abandonamos el inconveniente con engreída despreocupación nos hemos convertido en sujetos que no luchan por el motivo, en trabajadores egoístas que no se suman a la causa, en aficionados que ante la desgracia del momento hemos preferido callar y dejar que la batalla sea de género y no de humanidad. Concretamente, diría que nos hemos convertido en unos espectadores cobardes.