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Fútbol, política y guerra, un juego con antecedentes
- 04/03/2022 00:00
- 04/03/2022 00:00
Suponer que Rusia, que había presentado una versión superlativa en organización y un nivel competitivo elogiable como último anfitrión de la Copa Mundo, se vería cuatro años después excluida del próximo certamen sin haber agotado sus posibilidades clasificatorias, apartada de repente con sus clubes profesionales de las competencias internacionales y desdeñada su poderosa influencia financiera en el ámbito del fútbol, sonaba más que descabellado.
Putin, el viejo “zorro político”, templado en sus años al frente de la temible KGB, había aprendido y entendido de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la capacidad del deporte, entre otros atributos, para proyectar poder, promocionar y exponer las bondades de un sistema político, como lo había hecho la extinta URSS como parte de las dos potencias mundiales dominantes en la llamada Guerra Fría.
Con esa perspectiva en la mira, Rusia acogió los Mundiales de Atletismo en 2013; los Juegos Olímpicos de Invierno Sochi 2014; se metió en el calendario anual de la Fórmula 1 desde 2014; recibió los Mundiales de Natación en 2015, y como colofón de la década pasada realizó el mencionado mundial de fútbol Rusia 2018.
En el periplo de la nueva década, fue una de las sedes de la pasada Eurocopa, en 2021, y debería acoger en San Petersburgo la final de la Champions League, el 28 de mayo. Rusia era hasta hace unos días referencia de influencia, poder y dinero en el deporte, pero en la tierra de los grandes ajedrecistas el movimiento inesperado de piezas que hizo Putin en el tablero geopolítico, cantando “jaque” a Ucrania e invadiéndola, ha provocado una andanada de sanciones deportivas nunca vistas.
Aunque por sus características, las actuales sanciones son muy particulares y extensas, la unión o desunión entre fútbol, guerra y política no es novedosa y ha marcado también determinados momentos. Un repaso desandando los pasos de algunos momentos críticos nos ayudan para que el pasado no se nos convierta en olvido.
El dictador italiano Benito Mussolini vio en el fútbol, y particularmente en la Copa Mundial, una vitrina de resonancia para exponer las virtudes y “valores” del fascismo; para ello buscó primero la sede del Mundial de 1934.
Luego se preparó para darle relieve al evento con una onerosa inversión que incluyó la construcción de nuevos estadios y en lo deportivo fortaleció la selección azzurra nacionalizando varios jugadores, principalmente de procedencia sudamericana.
Acompañada de la presencia intimidatoria de Mussolini, la Selección de Italia obtuvo el título en la final celebrada en Roma derrotando a Checoslovaquia 2-1, el 10 de junio de 1934, en el Estadio Nacional del Partido Nacional Fascista. Fue un partido parejo que se definió en el tiempo extra y del cual se critica la parcialidad y permisividad hacia Italia del árbitro sueco Ivan Eklind. Roma fue una fiesta con Mussolini como el gran arquitecto y ejecutor de la gesta.
Cuatro años después en la Copa Mundial Francia 1938, Italia repetiría el título venciendo en la final, disputada en el estadio Olympique de Colombes, 4-2 a Hungría.
En esta Copa se daría la primera víctima deportiva ocasionada por una intervención militar: Austria. La selección austriaca, clasificada de antemano para el certamen y que se consideraba como un serio aspirante, no pudo participar porque la Alemania nazi la ocupó y se anexó su territorio tres meses antes de iniciarse la Copa.
Después de 12 años sin disputarse, como consecuencia de los estragos y secuelas dejados por la Segunda Guerra Mundial, la Copa se realizó en Brasil en 1950.
Esta cuarta versión del torneo, reconocida especialmente por la mención del llamado 'Maracanazo' –haciendo alusión al estadio Maracaná de Río de Janeiro en donde se jugó el partido de cierre y en el cual, contra todos los pronósticos, la Selección de Uruguay derrotó 2-1 a la anfitriona Brasil– fue la primera ocasión en que la FIFA impuso la sanción de no admitir la presencia de una selección, en esta ocasión ni Alemania ni Japón, por su papel de actores propiciadores de la Segunda Guerra Mundial.
Italia, que también formaba parte bélica del llamado Eje Roma-Berlín-Tokio, zafó la sanción gracias a la gestión de Ottorino Barassi, presidente de la Federación italiana, quien durante el conflicto retiró sigilosamente del Banco de Roma el trofeo que estaba en poder de los italianos por haber sido los últimos campeones, protegiéndolo guardado en una caja de zapatos debajo de su cama, evitando con ello que los nazis pudieran llevárselo.
Para la Copa Mundial Alemania 1974, la Selección de la URSS y la Selección de Chile debían disputarse el cupo en un repechaje a partido de ida y vuelta. El primero estaba programado a jugarse en Moscú el 26 de septiembre, y el de vuelta el 21 de noviembre de 1973, en Santiago de Chile.
El 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet asumiría el poder en Chile mediante un sangriento golpe de Estado, que derrocaría al presidente Salvador Allende. La URSS había mantenido relaciones estrechas con el gobierno de la Unidad Popular que encabezaba Allende.
La Unión Soviética aparecía como la favorita, respaldada en el hecho de que había sido subcampeona de la Eurocopa de 1972, y desde el mundial de 1958 venía participando en la Copa. En medio de tensiones diplomáticas, la selección chilena viajó a Moscú y en el estadio Lenin disputaría el primer encuentro, obteniendo un valioso empate 0-0.
Para el encuentro definitivo de vuelta en el Estadio Nacional, que venía siendo utilizado como campo de concentración en donde se torturaba y se asesinaba a los opositores al régimen, la URSS se negó a jugar solicitando un cambio de escenario; proponía como alternativa Lima o Buenos Aires. La FIFA rechazó la petición.
El 21 de noviembre a las 6:30 p.m., sin rival al frente, los jugadores chilenos avanzaron solos por el campo y Francisco 'Chamaco' Valdez anotó el gol que les dio la clasificación al mundial, en un partido que duró 30 segundos. Un hecho insólito sin parangón en el torneo. La clasificación fue vendida también como un gran logro ligado al nuevo gobierno.
Si para el repechaje entre la URSS y Chile, la FIFA miró para un costado, cuatro años más tarde, para el mundial Argentina 78, la organización rectora del fútbol se hizo la ciega. La dictadura encabezada por el teniente general Jorge Videla, aprovechó la Copa –cuya sede ya estaba decidida antes del golpe militar– para darse un baño de popularidad interna, mientras seguían desapareciendo personas, ejecutando opositores y robando bebés.
Argentina logró su primer título mundial, la euforia le alcanzó a la junta militar para alimentar el nacionalismo y provocar la llamada Guerra de las Malvinas. Cuatro años después, presentes como campeones defensores del título en España 92, se enterarían durante el Mundial que la guerra que les habían dicho que iban ganando, la habían perdido.
El 30 de mayo de 1992 se anunciaba que la Selección de Yugoslavia, clasificada para la Eurocopa a celebrarse en junio de ese año, en Suecia, quedaba excluida de dicho torneo; el bloqueo a su participación había sido acordado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debido a la Guerra de los Balcanes que enfrentaba a los diversos grupos étnicos que componían su territorialidad. La medida alcanzaba igualmente la suspensión en todos los eventos internacionales, incluidos los Juegos Olímpicos.
La Unión Europea de Fútbol (UEFA) había aprobado la participación de Yugoslavia en el evento y el entonces presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter, aceptaba la decisión sin dejar de expresar su descontento: “No creo que se deba mezclar la política con el deporte. Son cosas totalmente distintas”. Un argumento paradójico en Blatter que durante su largo período administrativo nunca mantuvo una distancia clara con la política y los políticos, siendo expulsado de la FIFA por los actos de corrupción destapados por el llamado FifaGate.
La reemplazaría Dinamarca que no había clasificado por haber ocupado el segundo puesto en el grupo. Entrando por la puerta de atrás, los daneses a la postre se convertirían en los campeones de la Eurocopa.
Los acontecimientos bélicos cambiantes medirán diariamente el pulso de Putin para situarse protagónicamente en el nuevo podio militar por el que ha emprendido una desafiante carrera invadiendo a Ucrania, con la consabida estela de dolor y luto que está implicando. El deporte y sus eventos le sirvieron durante mucho tiempo de apoyo para fortalecer e impulsar su imagen pública interna, haciendo sentir o creer a muchos su estatura de prohombre. Utilizó el deporte y sus eventos, tal vez como ningún otro político lo había logrado recientemente.
El momento presente tal vez pueda servir para que, quienes están en las altas esferas dirigenciales, procuren replantear las fronteras laxas de los capitales y los inversionistas en el deporte que, amparados en la figura de un Estado o sus empresas, contribuyen a presentar líderes políticos promocionando de ellos una imagen bondadosa inexistente.