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- 14/11/2021 00:00
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Nació en Santiago de Veraguas, Panamá, y reside en Estados Unidos de América desde 1992. Estudió en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, España, (1978-1985) y es graduado del Instituto Nacional de Música de Panamá. Obtuvo una maestría en interpretación y un doctorado en composición en Temple University, Filadelfia, y un post-doctorado en New York University. Su obra ha sido tocada por orquestas, ensambles y solistas en Europa, Estados Unidos y América Latina. Ha grabado y producido cinco discos, y dictado conferencias en la Universidad Oxford, UNAM, BUAP, La Sorbona en París y la Universidad de Salamanca. Ha recibido numerosos premios y en la actualidad es profesor de composición, teoría de la música y guitarra clásica, en Filadelfia. El 1 de diciembre próximo presentará su novela, Lo blanco y lo negro, premio Miró 2020, en la FIL de Guadalajara.
La novela tiene como punto de ignición, una imagen que mi madre me regaló de sus recuerdos de niña. Una orquesta cubana que tocaba en el antiguo Club Unión del Casco Antiguo de Panamá y que todas las noches, después de tocar, cargaba el piano hasta la pensión que regentaba mi abuela en la avenida Central. Ese impulso sirvió para imaginar la vida de diez músicos cubanos en el Panamá de 1930. Para escribir la obra investigué sobre los acontecimientos importantes de la época: el paso de Albert Einstein por Panamá en su viaje hacia California, la Gran Depresión, el Movimiento Inquilinario de 1925, el primer golpe de Estado del país a manos del grupo Acción Comunal, la Exposición Internacional de 1915, la moda flapper, el charleston, los escritores del Renacimiento de Harlem, la visita de Gabriela Mistral y su conferencia en la escuela Normal de Señoritas. Recurrí a fotos, escuché la música de la época, revisé partituras y textos. Todo lo que pudiera prestarle algo de realidad a mi ficción. La escritura de la obra fue lenta, porque reviso mucho y leo más que escribo. Avanzaba a párrafo por día. Para mí, siendo músico, lo que escribo tiene que sonar si no, no me sirve. El encierro por la pandemia me ayudó a terminar la obra dos días antes de que cerrara el concurso Ricardo Miró. Con una disciplina inflexible, dedicaba cada mañana a avanzar algo la historia. Ayudó mucho el bagaje cultural y de viajes que notó Emma Gómez en su lectura para presentar la novela. Lo blanco y lo negro no podría ser sin los países que he conocido, los 30 años de residencia en Estados Unidos y los 7 en España, sin las lecturas y los análisis de obras musicales, sin las visitas a museos y las vivencias con otros artistas.
De Alejo Carpentier, músico además de escritor, conozco su obra y su colaboración con Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán. Admiro Concierto barroco o Los pasos perdidos, novelas con un ingrediente musical importante, pero no creo que exista un impacto de influencia en el estilo. Yo he aprendido más sobre la música de lo que escribo, con García Márquez. Con la lectura de su obra aprendí a buscar las palabras por su sonoridad, a armar la sintaxis literaria de la misma forma que armo frases musicales cuando compongo música. Y si tengo que hablar de influencias, la obsesión de escribir una novela nace caminando por una calle peatonal de Madrid, leyendo las primeras páginas de Los detectives salvajes. Fue Roberto Bolaño y su relato sobre los real visceralistas –los infrarrealistas mexicanos– lo que me explotó en la cara una mañana y me dejó el deseo inminente de escribir narrativa. A Bolaño también le debo transmitirme, como a un hermano menor, su amor por la obra de Jorge Luis Borges. Mi asombro por la concisión y la precisión en la escritura de Borges es constante. Es un escritor al que leo todos los días, para aprender y para asombrarme. Roberto Bolaño, con su libro Entre paréntesis, me dio las lecturas que necesitaba en un momento decisivo y también la lista de los escritores que debía evitar a toda costa. Sin Bolaño, García Márquez y Borges, esta novela, de la forma que la escribí, no sería posible. Lo demás fue trabajo, una búsqueda minuciosa en todo lo que leía y disfrutar el aprendizaje que te va dejando la composición de la obra. Un escritor que no es músico se esmerará por usar técnicas y términos musicales que desconoce y tratará de entenderlos. Para un músico que escribe o para escritores que estudiaron música –Alejo Carpentier, Fernando Vallejo o Pablo Montoya– es al revés. Yo tengo que tener mucho cuidado de no sonar demasiado erudito en música, porque esto puede aburrir al lector. Sin embargo, trato de usar mis conocimientos musicales de una forma que sirvan para la trama y a la vez eduquen al lector. En música existen recursos similares a la intertextualidad, y yo utilizo bastante la relación entre textos. Cuando leo, me gusta reconocer los guiños que dejan los autores para sus lectores más despiertos. En Lo blanco y lo negro hay coqueteos disimulados con Edgar Allan Poe, Vladímir Mayakovski, Rómulo Gallegos, T. S. Eliot, Herman Melville, Lydia Cabrera, Joyce Mansour, Gustave Flaubert; y otros más claros con Aristófanes, el Conde de Lautréamont, Pedro Lemebel, Fernando Ortiz, Justo Arroyo y Cervantes.
La presencia de Frantz Fanon en toda obra que trate sobre relaciones interraciales, es directa o indirecta. En la página de los agradecimientos cito la última frase de Piel negra máscaras blancas: “¡Oh, cuerpo mío, haz siempre de mí un hombre que interroga!”. En la novela utilizó el humor para hablar de situaciones serias. Pongo en boca de un personaje una frase que he escuchado desde niño en Panamá: “Carne blanca, la perdición del negro”. Fanon la describe de esta manera en su libro: “Para algunas personas de color, el hecho de casarse con una persona de raza blanca parece haber primado sobre cualquier otra consideración. Encuentran así el ascenso a una igualdad total con esa raza ilustre, dueña del mundo, dominadora de los pueblos de color”. También menciono el rechazo entre personas de una misma raza, los congos y los carabalís y el trato despectivo en Cuba a los afrodescendientes con apellidos en inglés o francés. Una denuncia que hace Carlos Moore en sus memorias, Pichón: raza y revolución en Cuba. Un repudio similar encuentra Emma Lou Morgan, el personaje de The Blacker the Berry: A Novel of Negro Life, de Wallace Thurman, el enfant terrible del Renacimiento de Harlem. Pero la preocupación de Lo blanco y lo negro abarca otros temas: el machismo, el abandono de la mujer con hijos, la prostitución, la violación, el feminismo, la religión, los gobiernos totalitarios, la homosexualidad, la conducta de los soldados estadounidenses en suelo panameño, la bohemia artística y, por supuesto, la diversidad en las relaciones amorosas. Temas importantes que enmarco dentro de la música y la poesía, una moldura que no le da tregua al lector. Lo blanco y lo negro es una novela cosmopolita que aunque ocurre en Panamá, sin proponérmelo, casi todos sus personajes son de otros países.